22_05_04

Vida mundana y vida mariana




SÉPTIMO DÍA: Lectura sugerida: Santo Evangelio: (Mt 13,24-30) 


Meditación: Vida mundana y vida mariana. 




“Si el Árbol de la Vida, que es María fuera bien cultivado en nuestra alma, por la fidelidad a la Total Consagración, dará fruto a su tiempo y su fruto no es otro que Jesucristo (San Luís María G.de MontfortT.V.D.21) 



“La vida de María es norma para todos”. (San Ambrosio) 

Los bienes de este mundo son transitorios y engañosos. Cuando los mundanos se vuelven hacia los honores y riquezas, se manchan con una multitud de pecados, trayéndoles perturbaciones, lágrimas y des- ilusiones. El amor a las exterioridades nos lleva a la infelicidad durante la vida, en la hora de la muerte y por toda la eternidad. ¡Somos lo que amamos! Debemos vivir para Jesús y María, cultivando lo que es eterno. Solo así actuaremos inspirados en la Sabiduría celeste... procurando el amor de Nuestra Señora y la Gracia de Nuestro Señor. 

Al volvernos sus Esclavos de Amor, estaremos esforzándonos para desear las cosas de lo alto, preocupándonos únicamente con el honor y la dignidad de pertenecerles. ¡Qué felicidad es habitar en el Corazón de la Santísima Virgen! En su Corazón Inmaculado recibiremos siempre el socorro necesario para elevarnos a Dios. Siendo devotos de Ella de este modo, seremos llevados a una plena consagración de conversión, donación, íntima estima, veneración y amor, como nos exhorta la Santa Iglesia. 

Estrechemos los lazos que nos unen a la Madre celeste, pues, si en el orden de la naturaleza la madre contribuye en el desarrollo de su hijo, en el orden sobrenatural, María Santísima, se vuelve imprescindible para que seamos engendrados en la vida de la Gracia, hasta que Cristo Jesús sea formado en nosotros. Siendo así, es voluntad suya que nos apartemos de toda afección desordenada, deseos humanos, apegos y egoísmos. 

Para crecer espiritualmente necesitamos la Gracia Santificante y la Caridad que nos son dadas, aumentadas o restituidas por los Sacramentos. La Santísima Virgen, con el Espíritu Santo nos mueve para recibirlos bien. Tenemos por tanto, que serles dóciles. En cooperación con la acción materna de la Virgen María, encontraremos la Divina Sabiduría que nos hará sentir dulzura y paz, incluso cuando nos hayamos envueltos en desmesurados sufrimientos. 

Mientras muchos se dejan envolver por la vida ociosa, por los bullicios y vanidades del mundo, nosotros, como siervos de Jesús en María, nos ocuparemos en la oración, en el recogimiento y en el cultivo de una vida interior, a imitación de Nuestra Señora. 

¡Necesitamos habitar en la casa de María, en su Inmaculado Corazón! Amándola y honrándola, no nos preocuparemos sólo con lo que tiene de exterior esta devoción, así, evitaremos desagradarle; practicando con entusiasmo todo lo que le place, dando a nuestro cuerpo y a nuestra alma lo que les corresponde. A Ella debemos volvernos, con total obediencia, como conviene a un verdadero devoto, atendiendo fielmente a lo que nos dice la Sagrada Escritura: “Haced todo lo que Ella os diga”, es decir comprometiéndonos a seguir los preceptos del Señor contenidos en el Santo Evangelio y proferidos por la Santa Madre Iglesia. 

¡Dirijámonos a María con toda confianza! Nuestra querida Madre está siempre atenta a los incesantes súplicas que le hagamos en las penas y necesidades.
Por fin, concienciándonos: imitando a la Madre del Cielo alcanzaremos la feliz predestinación, pues, con la práctica de sus virtudes tendremos la gracia de la Bienaventuranza eterna. 




Oración: ¡Señora Dulcísima, rompe las cadenas que nos unen al espíritu del mundo. Confesamos que, apartados de Ti y de Jesús, sólo encontramos la amargura del infierno. Santísima Virgen, queremos enmendarnos realmente, entregándonos a vuestro servicio, experimentando la libertad de ser Vuestro Esclavo de Amor. Amén. 


Jaculatoria: ¡María Santísima, fuente viva de gracia, expulsa de nosotros todos los errores! 











 

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