22_05_09

El Paraíso

 




DECIMO PRIMER DÍA: Lectura sugerida: Santo Evangelio: (Lc 12,32-38) 


Meditación: El Paraíso 




“Es la continuación del misterio de la Cruz , que nos lleva por el Camino del Cielo”. (Hna. Lucía, Llamadas del Mensa- je de Fátima) 



Es imposible negar la realidad del Cielo, pues la Sagrada Escritura en varios de sus pasajes nos la revela. 



“Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y, mintiendo dijeran todo género de calumnias contra vosotros, por mi causa. Exultad y alegraros, porque grande será vuestra recompensa en los cielos; porque también así persiguieron a los profetas que os precedieron”. (Mt 5,11-12) 


Sólo niegan la eternidad celeste aquellos que no quieren establecer árduos combates contra el pecado, como bien nos asevera Nuestro Señor: “Entrad por la puerta estrecha, porque es grande la puerta y amplio el camino que lleva a la perdición...” (Mt 7,13) 



El mensaje de Fátima, revelación particular que posee el sello de autenticidad de la Iglesia, nos lleva a considerar las “realidades eternas y a seguir por el Camino del Cielo”, por medio de la Devoción al Inmaculado Corazón de María. Consecuente con el contenido de las Apariciones, reconocemos La Santa Esclavitud de Amor, como la forma más perfecta de la Virgen Inmaculada que seguramente nos llevará a la visión beatífica de Dios. 


En el Cielo, no padeceremos ningún mal corporal o espiritual pues, toda la gloria inundará nuestra vida. Nos sentiremos completa- mente felices en la posesión del Sumo Bien, que es Dios, contemplándolo amándolo y alabándolo sin ningún obstáculo. Una felicidad imposible de describir, como nos dice San Pablo (los oídos jamás oyeron, los ojos jamás contemplaron...). 


¿Cómo explicar la inmensa alegría de una asociación de bienaventurados que se encuentran sumergidos en Dios, sumidos en la luz de su Divino Amor, donde el conocimiento es pleno?


Imaginemos... ¿Cómo será el encuentro con María Santísima en el momento en que nos presentemos como sus Esclavos de Amor? Si aquí en la tierra, sentimos tanta dulzura al recordarla; en el Cielo no tendremos mayor felicidad que contemplarla cara a cara. 


Todo lo que mencionamos sobre las alegrías que gozaremos en el Cielo no tiene comparación con la visión beatífica de Dios, donde le conoceremos como Él nos conoce. Toda felicidad consistirá en la posesión de Dios, en la que el alma será plenamente saciada. 



Es de suma sabiduría despreciar los bienes perecederos de la tierra para gozar los bienes supremos y eternos que nos trae el Paraíso. ¿Cómo hemos de alcanzar esta Bienaventuranza? Despojándonos de lo malo que hay en nosotros y dedicando a la Santísima Virgen una verdadera devoción, cuyas principales características son: 



Interior - Partiendo del espíritu y del corazón, teniendo una alta estima por Nuestra Señora, sobrevenida por el conocimiento de sus grandezas y el amor que le tenemos.


Tierna - Llena de confianza en su Inmaculado Corazón, tomándolo como el refugio habitual en los sufrimientos del cuerpo y del espíritu. 


Santa - Llevándonos a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Virgen Madre de Dios, particularmente su profunda humildad y su fe vi- va, obediencia ciega, oración continua, mortificación universal, pureza angélica, caridad ardiente, paciencia heroica, mansedumbre y sabiduría divina. 


Constante - Consolidando el bien en el alma y siendo persistentes en las prácticas devocionales, donde nos opondremos al mundo, con sus pasiones, modas y máximas; a la carne con sus apetitos y pasiones; y al demonio con sus tentaciones. 


Desinteresada - Esto es, aspirándonos la búsqueda de Dios y de Su Santa Madre, a través del desprecio de nosotros mismos. Como verdaderos devotos de María no la serviremos por interés, sino que la ama- remos en las sequedades espirituales, en las dulzuras y fervores, únicamente porque Ella lo merece. ¡No olvidemos que el oficio principal de María es el de conducirnos a Dios! 




Oración: ¡Salve Reina, Madre de Misericordia, Vida, Dulzura y Esperanza nuestra, Salve! A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva, a Ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de Tu vientre. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María! Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios para que seamos dignos de las promesas hechas por Nuestro Señor Jesucristo. ¡Amén! 



Jaculatoria: ¡Virgen María; Madre Nuestra, llévanos al Cielo! 






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