18_06_09

INMACULADO CORAZÓN DE MARIA




Oración a Nuestra Señora de San Luis María Grignion de Montfort

¡Salve, María, amadísima Hija del Eterno Padre; salve María, Madre admirable del Hijo; salve, María, fidelísima Esposa del Espíritu Santo; salve, Maria, mi amada Madre, mi amable Maestra, mi poderosa Soberana; salve, gozo mío, gloria mía, mi corazón y mi alma! Sois toda mía por misericordia, y yo soy todo vuestro por justicia, pero todavía no lo soy bastante. De nuevo me entre go a Ti todo entero en calidad de eterno es clavo, sin reservar nada, ni para mí, ni para otros.
Si algo ves en mí que todavía no sea tuyo, tómalo enseguida, te lo suplico, y hazte dueña absoluta de todos mis haberes para destruir y desarraigar y aniquilar en mí todo lo que desagrada a Dios y plantar y levantar y producir todo lo que os guste.
La luz de tu fe disipe las tinieblas de mi espíritu; tu humildad profunda ocupe el lugar de mi orgullo; tu contemplación sublime detenga las distracciones de mi fantasía vagabunda; tu continua vista de Dios llene de su presencia mi memoria, el incendio de caridad de tu corazón abrase la tibieza y frialdad del mío; cedan el sitio a tus virtudes mis pecados; tus méritos sean delante de Dios mi adorno y suplemento.
En fin, queridísima y amadísima Madre, haz, si es posible, que no tenga yo más espíritu que el tuyo para conocer a Jesucristo y entender sus divinas voluntades; que no tenga más alma que la tuya para alabar y glorificar al Señor; que no tenga más corazón que el tuyo para amar a Dios con amor puro y con amor ardiente como Tú.
No pido visiones, ni revelaciones, ni gustos, ni contentos, ni aun espirituales. Para Ti el ver claro, sin tinieblas; para Ti el gustar por entero sin amargura; para Ti el triunfar gloriosa a la diestra de tu Hijo, sin humillación; para Ti el mandar a los ángeles, hombres y demonios, con poder absoluto, sin resistencia, y el disponer en fin, sin reserva alguna de todos los bienes de Dios. Ésta es, divina María, la mejor parte que se te ha concedido, y que jamás se te quitará, que es para mi grandísimo gozo. 
Para mí y mientras viva no quiero otro sino el experimentar el que Tú tuviste: creer a secas, sin nada ver y gustar; sufrir con alegría, sin consuelo de las criaturas; morir a mí mismo, continuamente y sin descanso; trabajar mucho has ta la muerte por Ti, sin interés, como el más vil de los esclavos. La sola gracia, que por pura misericordia te pido, es que en todos los días y en to dos los momentos de mi vida diga tres amenes: amén (así sea) a todo lo que hiciste en la tierra cuando vivías; amén a todo lo que haces al presente en el cielo; amén a todo lo que obras en mi alma, para que en ella no haya nada más que Tú, para glorificar plenamente a Jesús en mí, ahora yen la eternidad. Amén.



ORACIÓN DE  REPARACIÓN AL 
INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

¡Oh Madre nuestra dulcísima! Permite por piedad que nosotros tus devotos hijos, unidos en un solo pensamiento de veneración y amor, vengamos a reparar las horrendas ofensas que cometen contra Ti tantos desventurados que no conocen el paraíso de bondad y de misericordia de tu corazón maternal.

De la horribles ofensas que se cometen contra tu dulcísimo Hijo Jesús, te consolaremos oh María .

De la espada de dolor que hijos degenerados quieren nuevamente clavar en tu corazón maternal, te consolaremos oh María.

De las blasfemias nefandas que se vomitan contra tu purísimo y santísimo nombre, te consolaremos oh María.

De las infames negaciones que se hacen de tus privilegios y de tus glorias más excelsas, te consolaremos oh María.

De los insultos que los protestantes y otros herejes lanzan contra tu culto dulcísimo, te consolaremos oh María.

De las sacrílegas afrentas que los impíos cometen contra tus carísimas imágenes, te consolaremos oh María.

De las profanaciones que se cometen en tus santuarios, te consolaremos oh María.

De las ofensas contra la virtud angelical que en Ti se personifica, te consolaremos oh María.

De los ultrajes que se cometen con las modas perversas, contra la dignidad de la mujer, por Ti reivindicada y santificada, te consolaremos oh María.

De los horrendos delitos con que se aparta a los inocentes de tu seno maternal, te consolaremos oh María.

De las incomprensiones de tus derechos divinamente maternales, por parte de tantas madres, te consolaremos oh María.

De las ingratitudes de tantos hijos a tus gracias bellas, te consolaremos oh María.

De la frialdad de tantos corazones frente a tus ternuras maternales, te consolaremos oh María.

Del desprecio de tus invitaciones de amor, te consolaremos oh María.

De la cruel indiferencia de tantos corazones, te consolaremos oh María.

De tus lágrimas maternales, te consolaremos oh María.

De las angustias de tu dulcísimo corazón, te consolaremos, oh María.

De las agonías de tu alma santísima en tantos Calvarios, te consolaremos oh María.

De tus suspiros de amor, te consolaremos oh María.

Del martirio que te ocasiona la pérdida de tantas almas redimidas por la sangre de tu Jesús y por tus lágrimas, te consolaremos oh María.

De los horrendos atentados que se cometen contra tu Hijo Jesús, que vive en su Vicario y en sus sacerdotes, te consolaremos oh  María.

De la conjuración infernal contra la vida de tu Jesús en su Iglesia, te consolaremos oh María.

¡Oh Madre santa dulcísima, que en el heroísmo de tu amor maternal, al pie de la cruz, rogaste por aquellos crueles que martirizaban tan atrozmente a tu amado Hijo Jesús y desgarraban tu Corazón ternísimo! Ten piedad de todos los desventurados e indignos que te ofenden; haz que ellos también puedan ser acogidos en tu seno maternal, purificados por tus lágrimas benditas, y admitidos a gozar los frutos estupendos de tu maternal misericordia. Amén.



¡Dios te salve, María! de San Juan Pablo II

Te alabamos, Hija predilecta del Padre.
Te bendecimos, Madre del Verbo divino.
Te veneramos, Sagrario del Espíritu Santo.
Te invocamos, Madre y Modelo de toda la Iglesia.
Te contemplamos, imagen realizada
de la esperanza de toda la humanidad.
Tú eres la Virgen de la Anunciación,
el Sí de la humanidad entera,
el misterio de la salvación.
Tú eres la Hija de Sión y el Arca de la nueva Alianza
en el misterio de la Visitación.
Tú eres la Madre de Jesús, nacido en Belén,
la que lo mostraste a los sencillos pastores
y a los sabios de Oriente.
Tú eres la Madre que ofrece a su Hijo en el templo,
lo acompaña hasta Egipto, lo conduce a Nazaret.
Tú eres la Virgen de los caminos de Jesús,
de la vida oculta y del milagro de Caná.
Tú eres la Madre Dolorosa del Calvario
y la Virgen gozosa de la Resurrección.
Tú eres la Madre de los discípulos de Jesús
en la espera y en el gozo de Pentecostés


ORACIÓN DE CONSAGRACIÓN:

Oh, Corazón Inmaculado de María, desbordante de bondad, muestra tu amor por nosotros. Que la llama de tu corazón, oh María, descienda sobre todos los pueblos. Te amamos inmensamente.
Imprime en nuestros corazones un verdadero amor. Que nuestro corazón suspire por ti. Oh María, dulce y humilde de corazón, acuérdate de nosotros cuando caemos en el pecado. Tú sabes que nosotros, los hombres, somos pecadores.
Con tu santísimo y maternal corazón, sánanos de toda enfermedad espiritual. Haznos capaces de contemplar la bondad de tu maternal corazón, para que así nos convirtamos a la llama de tu corazón. Amén.



ACTO DE CONSAGRACIÓN
DE LOS SACERDOTES AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA
ORACIÓN DEL PAPA EMÉRITO 
BENEDICTO XVI

(Iglesia de la Santísima Trinidad - Fátima Miércoles 12 de mayo de 2010)

Madre Inmaculada, 
en este lugar de gracia, 
convocados por el amor de tu Hijo Jesús,
Sumo y Eterno Sacerdote, nosotros,
hijos en el Hijo y sacerdotes suyos,
nos consagramos a tu Corazón materno,
para cumplir fielmente la voluntad del Padre.
Somos conscientes de que, sin Jesús,
no podemos hacer nada (cfr. Jn 15,5)
y de que, sólo por Él, con Él y en Él,
seremos instrumentos de salvación para el mundo.
Esposa del Espíritu Santo,
alcánzanos el don inestimable
de la transformación en Cristo.
Por la misma potencia del Espíritu que,
extendiendo su sombra sobre Ti,
te hizo Madre del Salvador,
ayúdanos para que Cristo, tu Hijo,
nazca también en nosotros.
Y, de este modo, la Iglesia pueda
ser renovada por santos sacerdotes,
transfigurados por la gracia de Aquel
que hace nuevas todas las cosas.
Madre de Misericordia,
ha sido tu Hijo Jesús quien nos ha llamado
a ser como Él:
luz del mundo y sal de la tierra
(cfr. Mt 5,13-14).
Ayúdanos,
con tu poderosa intercesión,
a no desmerecer esta vocación sublime,
a no ceder a nuestros egoísmos,
ni a las lisonjas del mundo,
ni a las tentaciones del Maligno.
Presérvanos con tu pureza,
custódianos con tu humildad
y rodéanos con tu amor maternal,
que se refleja en tantas almas 
consagradas a ti
y que son para nosotros
auténticas madres espirituales.
Madre de la Iglesia,
nosotros, sacerdotes,
queremos ser pastores
que no se apacientan a sí mismos,
sino que se entregan a Dios por los hermanos,
encontrando la felicidad en esto.
Queremos cada día repetir humildemente 
no sólo de palabra sino con la vida,
nuestro “aquí estoy”.
Guiados por ti,
queremos ser Apóstoles
de la Divina Misericordia,
llenos de gozo por poder celebrar diariamente
el Santo Sacrificio del Altar
y ofrecer a todos los que nos lo pidan
el sacramento de la Reconciliación.
Abogada y Mediadora de la gracia,
tu que estas unida
a la única mediación universal de Cristo,
pide a Dios, para nosotros,
un corazón completamente renovado,
que ame a Dios con todas sus fuerzas
y sirva a la humanidad como tú lo hiciste.
Repite al Señor
esa eficaz palabra tuya:“no les queda vino” (Jn 2,3),
para que el Padre y el Hijo derramen sobre nosotros,
como una nueva efusión,
el Espíritu Santo.
Lleno de admiración y de gratitud
por tu presencia continua entre nosotros,
en nombre de todos los sacerdotes,
también yo quiero exclamar:
“¿quién soy yo para que me visite
la Madre de mi Señor? (Lc 1,43)
Madre nuestra desde siempre,
no te canses de “visitarnos”,
consolarnos, sostenernos.
Ven en nuestra ayuda
y líbranos de todos los peligros
que nos acechan.
Con este acto de ofrecimiento y consagración,
queremos acogerte de un modo 
más profundo y radical,
para siempre y totalmente,
en nuestra existencia humana y sacerdotal.
Que tu presencia haga reverdecer el desierto
de nuestras soledades y brillar el sol
en nuestras tinieblas,
haga que torne la calma después de la tempestad,
para que todo hombre vea la salvación
del Señor,
que tiene el nombre y el rostro de Jesús,
reflejado en nuestros corazones,
unidos para siempre al tuyo.
Así sea.























18_06_07

NOVENA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARIA Día 9



NOVENA AL INMACULADO 
CORAZÓN DE MARIA

Día 9


PREPARACIÓN


Señor mío Jesucristo, Creador, Padre y Redentor mío, ahí tenéis postrado a vuestros pies a este miserable pecador que, arrepentido de sus pecados, acude a Vos como a la fuente de toda gracia, e invoca vuestro Santo Nombre para hacer devotamente esta novena. Vos, Señor, os habéis reservado de una manera especial el principio de toda buena obra, y sin Vos es imposible aun el deseo de hacer el bien. La misma gracia que ha dirigido mis pies a este santo templo, y descubierto a mis ojos esta sagrada imagen fuente de todo amor y consolación, espero que continúe en mí su obra y la llevará a su perfección.
No permitáis pues, Señor, que mi espíritu se distraiga en otros pensamientos que los que Vos en este breve rato os dignéis excitar en él, y que mi corazón, ajeno y purificado de todos los afectos de la tierra, sólo se abra a los purísimos sentimientos de amor y ternura que nos habéis enseñado en este símbolo vivo de toda caridad y amabilidad. Somos tan carnales y tan propensos a todo lo que halaga nuestros sentidos que, con frecuencia, torcemos a fines enteramente opuestos los mismos objetos que vuestro amor nos propone para despegarnos de la carne, y confundiendo nuestra sensibilidad con los puros y santos afectos de vuestro amor, muchas veces nuestra devoción y compunción no pasa de un sentimiento material y tierno. Hacednos por lo mismo la gracia de que al considerar los afectos del Corazón Inmaculado de María entremos en este tabernáculo del amor de la ternura con aquellas castas disposiciones dignas del tálamo de la más pura de las vírgenes. Y con mayor instancia imploro en este momento vuestra gracia, porque si llegase a tal punto mi insensibilidad que mi corazón permaneciese frio en medio de este incendio, podría con razón temer que había merecido el castigo de que vuestro amor me abandonase a mi indiferencia. Sin duda mis pecados ésto y más han merecido; pero vuestra gran misericordia los cubre todos, y vuestra bondad no repara en la ingratitud pasada del que implora con humildad vuestro perdón. Así nos lo hace esperar este Corazón cuyos santos y purísimos afectos nos proponéis como modelo de los más puros y generosos sentimientos, y como prenda de toda suerte de gracias y merecimientos. Por el Corazón Inmaculado de María, en cuyas venas se formó la Sangre que fue derramada por nosotros en la cruz, concedednos la gracia de hacer con fruto esta novena.



DÍA NOVENO

DOLORES DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

1°. Considera que el dolor del Inmaculado Corazón de María fue un dolor sin interrupción. Pues así como Jesucristo, no obstante la perfecta visión beatífica de que disfrutaba, estuvo sujeto a la tristeza del Corazón; su Madre, sin embargo del gozo espiritual de la parte superior de su alma, estuvo igualmente sujeta a íntimas aflicciones. Puede decirse que el dolor nació con Ella, y la acompañó siempre en aumento toda la vida. Y más todavía, siendo muy verosímil que, iluminada por el Espíritu santo, contemplase ya desde el principio de su vida la futura Pasión del Redentor, que de continuo presente a su Corazón llenaba sin cesar de amargura su alma, y pudo decir con toda verdad: Et dolor meus in conspectu meo semper. PsaIm. 37. v. 18. Dolor confirmado por la profecía de Simeón, cuando le predijo que su Hijo sería objeto de contradicción para el mundo, y que una espada de dolor traspasaría su Corazón; dolor que creció por días conforme iba acercándose la época de la Pasión de su divino Hijo; dolor fomentado continuamente por la vista de los peligros, de las persecuciones e injurias que tuvo que arrostrar; dolor en fin que perseveró en su Corazón hasta la muerte, al verse privada de su Hijo, recordando sus padecimientos y las infames blasfemias con que sus enemigos vilipendiaban su santísimo Nombre.

2°. Considera que el dolor del Inmaculado Corazón de María fue un dolor sin límites. El dolor que causa la vista de los padecimientos de alguno es proporcionado a la inocencia, dignidad y mérito de la persona que padece; y como nadie conocía tan perfectamente la alteza y santidad de Jesucristo como María, su dolor debió ser incomparablemente superior al de todas las almas juntas que presenciaron sus tormentos , o contemplaron con luces extraordinarias su Pasión, no obstante de que en estos la simple imaginación de aquel funesto y nunca visto espectáculo les causó deliquios mortales. El dolor es también proporcionado al amor; y así como el amor maternal de María a Jesús Dios-Hombre fue a la vez el más santo y el más ardoroso que se puede concebir en una pura criatura, tanto más íntimo debió ser el dolor que le causaron sus atrocísimos padecimientos; pues concurrían a la vez a aumentarle el amor de la criatura más santa a Dios, y el amor de la Madre más tierna a su Hijo. El dolor es igualmente proporcionado a los padecimientos del objeto amado; porque cuanto más graves son éstos y más numerosos, tanto más íntima es la compasión que excitan en el corazón del que los mira; y como los padecimientos de Jesús excedieron a los de todos los mártires, el martirio del Corazón de María fue el más acerbo de todos los mártires sufridos por los confesores de Cristo. Y si a ésto se añade que María penetraba con perfecto conocimiento en lo más profundo de las amarguras de su Hijo crucificado, y veía en toda su extensión el mar de tristeza mortal en que se hallaba abismado su espíritu, y que apenas se dejaba entrever a los ojos de los circunstantes, ¿quién podrá comprender la acerba y profunda herida que traspasó su Corazón? Porque, dice san Buenaventura, los dolores que el Hijo sufría en el cuerpo, vivos venían a infundirse en el tierno Corazón de la madre. Dolores quos filius in corpore sustinebat, quasi vivi infundebantur in pium cor maternum. In cap. 19. Joann.

3°. Considera que el dolor del Inmaculado Corazón de María fue un dolor sin alivio humano. Imposibilitada de interceder por la vida de su Hijo ante sus perseguidores que la desoían, y ante el divino Padre que firmó con decreto irrevocable su muerte, no quedó en su Corazón ni el más ligero asomo de esperanza de salvarle. ¡Si al menos le hubiese sido posible darle algún alivio!… Los soldados lo impedían; solo le queda la triste perspectiva de su Hijo crucificado y moribundo sin poder ni siquiera levantar su cabeza traspasada de espinas en la cruz. Si al menos viera a sus discípulos acompañarlo en su dolorosa agonía….. Sólo Juan se halla allí. Concediérasele siquiera alargar un vaso de agua a su Hijo para refrescar su aliento… Pero en vez de agua ve que se le da vinagre. Si los circunstantes al menos diesen señales de compasión… El mayor número le llena de insultos e improperios. María seria menos infeliz si su extremo dolor le quitase la vida, o el llanto de sus ojos aliviase el peso que oprime su Corazón… Pero no: María debe permanecer inalterable al pie de la Cruz, mirar con faz severa y sin lágrimas a su Hijo espirante, sobrevivir a su muerte, y conservar fresca toda la vida esta memoria. ¡O Madre de dolores y sin consuelo! ¿Podréis esperar a lo menos que la Sangre derramada por vuestro Hijo para todos los hombres no habrá sido derramada en vano para muchos? Esto sería un consuelo para su Corazón…, mas Ella conoce demasiado claramente que gran número de ellos, a pesar de todo y por un efecto de la más insensata malicia, se perderán sin remedio. No hay dolor comparable al dolor que traspasó el Corazón de esta amorosísima Madre, que pudo decir que su martirio, por ser sin consuelo, era tan cruel como los dolores del infierno. Dolores inferni circundederunt me.


COLOQUIO

¡Oh Virgen dolorosa! ¡Infeliz de mí! No me hallé presente a la muerte de vuestro divino Hijo, ni pude acompañar vuestros dolores al pie de la Cruz. ¡Qué no dijera e hiciera para consolaros, Madre mía amorosísima! Quizá vuestro Corazón hubiera recibido algún consuelo, si me hubieseis visto llorar mis pecados al pie de la Cruz como la penitente Magdalena, y confiar en la bondad de vuestro divino Hijo como el facineroso convertido. Al presente no me es dado otra cosa sino compadecer los dolores acerbísimos de vuestro Corazón, y pediros perdón de lo que he contribuido a agravarlos con las ofensas que he cometido contra vuestro divino Hijo. Pudiera yo cancelar con mi sangre mis gravísimos pecados, causa fatal de los padecimientos de vuestro divino Hijo y de vuestros dolores. Al menos, Madre Santísima, hacedme participante de vuestras penas y amarguras; esculpid vuestro amor crucificado en mi corazón, y empiece en alguna manera a restañar con mis padecimientos y con mis lágrimas las heridas que mis pecados han abierto en el Corazón de Jesús y en el Vuestro. Amén.






OFRECIMIENTO

Os damos gracias, Señor y Dios nuestro, por los sentimientos y afectos que en esta meditación nos habéis inspirado; os los ofrecemos en holocausto por nuestros pecados. Os los ofrecemos, Señor, para que los purifiquéis de sus defectos e imperfecciones, y los hagáis vuestros y dignos de vos. En este breve rato, que hemos ocupado en la consideración de los afectos que sintió el Corazón Inmaculado de María, hemos sentido nosotros también nuevas y fuertes impresiones; y el contraste de tanta pureza y amor con la sentina de nuestros vicios y maldades, ha excitado en nuestro corazón deseos vehementes de participar de aquellos dones de que Vos con tanta largueza llenasteis el Corazón de vuestra Madre. Nuestro corazón ha latido de amor y ternura junto al Corazón de María, y aunque embotarlas y flojas sus cuerdas han resonado heridas por el impulso del Corazón de Nuestra Madre, el corazón de un hijo no podía permanecer frío e insensible cuando su Madre padece, gime, suspira, llora, goza. Introducidos en el Corazón Inmaculado de María hemos examinado los resortes de aquellos actos purísimos de que fue instrumento, y nuestros ojos de carne han visto las conmociones íntimas y tiernísimas que le agitaban, y lo que nuestro espíritu apenas creía, se nos ha presentado con una luz y claridad que nos es imposible desconocerlo. Hemos puesto la mano sobre aquel Corazón Inmaculado, y nuestra fe, como Santo Tomás, ha reconocido a su contacto los dones de vuestra gracia. Hemos sentido derretirse como cera aquel corazón al ardor de vuestros amorosos rayos, para que pudiese derramarse todo entero sobre nosotros. ¡Ah Señor, no sean pérdidas para vuestras criaturas tantas gracias! vuestra misericordia está interesada en que correspondan a los designios de vuestra bondad. Haced que grabados profundamente hasta penetrar de parte a parte nuestro corazón estos sentimientos, perseveren en el propósito sincero que hemos formado de ser de día en día más sensibles a vuestro amor, y apartar nuestra alma de los placeres sensuales y mundanos que solo engendran fastidio y amargura. Oíd, Padre de toda bondad, por el Corazón de vuestra Madre y nuestra estas súplicas que os dirigen vuestros hijos, y haced que sus obras sean dignas de Vos, y de la gloria que les habéis preparado en el Cielo. Amén.





18_06_05

NOVENA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARIA Día 8



NOVENA AL INMACULADO 
CORAZÓN DE MARIA

Día 8


PREPARACIÓN


Señor mío Jesucristo, Creador, Padre y Redentor mío, ahí tenéis postrado a vuestros pies a este miserable pecador que, arrepentido de sus pecados, acude a Vos como a la fuente de toda gracia, e invoca vuestro Santo Nombre para hacer devotamente esta novena. Vos, Señor, os habéis reservado de una manera especial el principio de toda buena obra, y sin Vos es imposible aun el deseo de hacer el bien. La misma gracia que ha dirigido mis pies a este santo templo, y descubierto a mis ojos esta sagrada imagen fuente de todo amor y consolación, espero que continúe en mí su obra y la llevará a su perfección.
No permitáis pues, Señor, que mi espíritu se distraiga en otros pensamientos que los que Vos en este breve rato os dignéis excitar en él, y que mi corazón, ajeno y purificado de todos los afectos de la tierra, sólo se abra a los purísimos sentimientos de amor y ternura que nos habéis enseñado en este símbolo vivo de toda caridad y amabilidad. Somos tan carnales y tan propensos a todo lo que halaga nuestros sentidos que, con frecuencia, torcemos a fines enteramente opuestos los mismos objetos que vuestro amor nos propone para despegarnos de la carne, y confundiendo nuestra sensibilidad con los puros y santos afectos de vuestro amor, muchas veces nuestra devoción y compunción no pasa de un sentimiento material y tierno. Hacednos por lo mismo la gracia de que al considerar los afectos del Corazón Inmaculado de María entremos en este tabernáculo del amor de la ternura con aquellas castas disposiciones dignas del tálamo de la más pura de las vírgenes. Y con mayor instancia imploro en este momento vuestra gracia, porque si llegase a tal punto mi insensibilidad que mi corazón permaneciese frio en medio de este incendio, podría con razón temer que había merecido el castigo de que vuestro amor me abandonase a mi indiferencia. Sin duda mis pecados ésto y más han merecido; pero vuestra gran misericordia los cubre todos, y vuestra bondad no repara en la ingratitud pasada del que implora con humildad vuestro perdón. Así nos lo hace esperar este Corazón cuyos santos y purísimos afectos nos proponéis como modelo de los más puros y generosos sentimientos, y como prenda de toda suerte de gracias y merecimientos. Por el Corazón Inmaculado de María, en cuyas venas se formó la Sangre que fue derramada por nosotros en la cruz, concedednos la gracia de hacer con fruto esta novena.


DÍA OCTAVO

GOZO ESPIRITUAL DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

1°. Considera como el gozo del Inmaculado Corazón de María fue un gozo perfecto. Así como la imperfección de la alegría mundana procede de su objeto y fin desordenado, la perfección del gozo espiritual se deriva de la rectitud del fin y de la conveniencia del objeto. La alegría y gozo espiritual del Inmaculado Corazón de María era todo en Dios, cuya bondad, engrandecimiento y beneplácito era el objeto de su contento. A Dios dirigía María todas las complacencias de su Corazón, gozábase en la gloria, en el cumplimiento de sus promesas, en la exaltación de su Hijo, y en aquella preciosa redención que engendra hijos de Dios y adoradores de su Santísimo nombre. Por esto al oír que era elegida Madre del Hijo unigénito de Dios, uniendo la alabanza al gozo de su espíritu, expresó que el objeto de su alegría era Dios su Salvador Magnificat anima mea Dominum et exultavit spiritus meus in Deo salutari meo. Cual Ana estéril hecha madre de un hijo suspirado, protestó que su Corazón se regocijaba en Dios a quien reconocía por autor de este consuelo. Exultavit cor meum in Dómino. Reg. 2
2°. Considera que el gozo del Inmaculado Corazón de María tuvo toda la pureza y plenitud posible en la tierra; gozo que aunque en el mundo nunca se posee sin temor o defecto, Ella estaba cierta de no perderle jamás, por la seguridad en que vivía de no poder ofender a Dios, ni de que se entibiase su amor. Y siendo Dios el único objeto de sus complacencias, su gozo era continuo, sin interrupción ni temor ¿A cuál de los justos, aun en la paz de su corazón, no aqueja la memoria de las pasadas culpas y el temor de cometerlas en adelante? Este remordimiento no podía tener lugar en el Corazón de María que estaba cierta de no haber ofendido a Dios, y de que no podía hacer ninguna cosa que no fuese del agrado del único objeto de su gozo. Añádase a ésto que ni los trabajos y dolores anublaron la serenidad y gozo espiritual que disfrutaba en lo más íntimo de su Corazón, porque en estos padecimientos reconocía la voluntad del amoroso Corazón de su amado. Lo que hacía que su gozo espiritual fuese sin mezcla de temor ni angustia, sin restricción, sin medida en todos tiempos y circunstancias, y siempre en aumento. El Corazón de María es el único entre las puras criaturas que ha gozado de una alegría tan pura, tan llena y tan permanente.
3°. Considera el gozo singular que causó en el Corazón de María la vista y contemplación de los objetos sobrenaturales y divinos. El gozo que sintió el corazón de los Santos, que tuvieron la dicha de contemplar por breves instantes a Jesús aparecido visiblemente, no es más que una imagen imperfecta del gozo del Corazón de María que estuvo a menudo contemplando, acariciando y estrechando un su seno al niño Jesús fruto de sus entrañas y parte de su sustancia. ¿Qué alegría tan inefable no debió sentir su Corazón viéndole resucitado de los muertos, y subiendo glorioso al Cielo? Las revelaciones divinas, los éxtasis y visiones que fueron distribuidas a los Santos, ¿cuánto más extensas, frecuentes e íntimas no debieron ser en María? Todo ésto debía arrebatar y derramar un rocío de celestiales consolaciones en su Corazón y en su Alma. Y, si como piadosa y probablemente se cree, ya en esta vida fue elevada María por breve tiempo a la visión de la divina esencia, ¡qué íntimas y suaves impresiones de inefable alegría no dejaría en su Corazón esta beatífica visión! Suarez de Inc. p. 2. Disp. 49, Serm. 4. En conclusión se debe decir que el Corazón de María fue un abismo de suavidad, de dulzura y gozo celestial inconcebible al entendimiento humano.


COLOQUIO

Congratúlame con Vos, Virgen sublimísima, por la suprema alegría que beatificó incesantemente vuestro Corazón en la tierra. ¡Miserable de mí! aunque hijo vuestro, sentado en las tinieblas del pecado, y privado del resplandor de la luz celestial, ¿qué gozo puedo esperar? Quale gaudium mihi erit qui in tenebris sedeo et lumen cæli non vídeo? Tob. 5.12. Hasta el presente he buscado, y siempre en vano, la alegría y la tranquilidad en los placeres y consuelos del mundo, me he fatigado corriendo inútilmente en pos de una centella de alegría que se desvaneció en el momento mismo en que esperaba disfrutarla. Oh Virgen, Madre consoladora de los afligidos, mirad con ojos compasivos a este corazón desolado por las tinieblas y las tempestades; dad a gustar una vez siquiera a mi alma aquella suavidad de que estuvo harta la vuestra; haced que se derrame sobre mi corazón una sola gota de aquel suave rocío que inundó al vuestro de la plenitud de las celestiales consolaciones. Si consigo saborear una vez la más pequeña parte de vuestro gozo, no ya más deseará mi alma la vana alegría del mundo, y exclamaré con vos: Dios es la única alegría de mi corazón, y solo Dios será eternamente mi herencia. Deus cordis mei et pars mea Deus in æternum. Amén.


OFRECIMIENTO

Os damos gracias, Señor y Dios nuestro, por los sentimientos y afectos que en esta meditación nos habéis inspirado; os los ofrecemos en holocausto por nuestros pecados. Os los ofrecemos, Señor, para que los purifiquéis de sus defectos e imperfecciones, y los hagáis vuestros y dignos de vos. En este breve rato, que hemos ocupado en la consideración de los afectos que sintió el Corazón Inmaculado de María, hemos sentido nosotros también nuevas y fuertes impresiones; y el contraste de tanta pureza y amor con la sentina de nuestros vicios y maldades, ha excitado en nuestro corazón deseos vehementes de participar de aquellos dones de que Vos con tanta largueza llenasteis el Corazón de vuestra Madre. Nuestro corazón ha latido de amor y ternura junto al Corazón de María, y aunque embotarlas y flojas sus cuerdas han resonado heridas por el impulso del Corazón de Nuestra Madre, el corazón de un hijo no podía permanecer frío e insensible cuando su Madre padece, gime, suspira, llora, goza. Introducidos en el Corazón Inmaculado de María hemos examinado los resortes de aquellos actos purísimos de que fue instrumento, y nuestros ojos de carne han visto las conmociones íntimas y tiernísimas que le agitaban, y lo que nuestro espíritu apenas creía, se nos ha presentado con una luz y claridad que nos es imposible desconocerlo. Hemos puesto la mano sobre aquel Corazón Inmaculado, y nuestra fe, como Santo Tomás, ha reconocido a su contacto los dones de vuestra gracia. Hemos sentido derretirse como cera aquel corazón al ardor de vuestros amorosos rayos, para que pudiese derramarse todo entero sobre nosotros. ¡Ah Señor, no sean pérdidas para vuestras criaturas tantas gracias! vuestra misericordia está interesada en que correspondan a los designios de vuestra bondad. Haced que grabados profundamente hasta penetrar de parte a parte nuestro corazón estos sentimientos, perseveren en el propósito sincero que hemos formado de ser de día en día más sensibles a vuestro amor, y apartar nuestra alma de los placeres sensuales y mundanos que solo engendran fastidio y amargura. Oíd, Padre de toda bondad, por el Corazón de vuestra Madre y nuestra estas súplicas que os dirigen vuestros hijos, y haced que sus obras sean dignas de Vos, y de la gloria que les habéis preparado en el Cielo. Amén.