18_06_05

NOVENA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARIA Día 5



NOVENA AL INMACULADO 
CORAZÓN DE MARIA

Día 5


PREPARACIÓN


Señor mío Jesucristo, Creador, Padre y Redentor mío, ahí tenéis postrado a vuestros pies a este miserable pecador que, arrepentido de sus pecados, acude a Vos como a la fuente de toda gracia, e invoca vuestro Santo Nombre para hacer devotamente esta novena. Vos, Señor, os habéis reservado de una manera especial el principio de toda buena obra, y sin Vos es imposible aun el deseo de hacer el bien. La misma gracia que ha dirigido mis pies a este santo templo, y descubierto a mis ojos esta sagrada imagen fuente de todo amor y consolación, espero que continúe en mí su obra y la llevará a su perfección.
No permitáis pues, Señor, que mi espíritu se distraiga en otros pensamientos que los que Vos en este breve rato os dignéis excitar en él, y que mi corazón, ajeno y purificado de todos los afectos de la tierra, sólo se abra a los purísimos sentimientos de amor y ternura que nos habéis enseñado en este símbolo vivo de toda caridad y amabilidad. Somos tan carnales y tan propensos a todo lo que halaga nuestros sentidos que, con frecuencia, torcemos a fines enteramente opuestos los mismos objetos que vuestro amor nos propone para despegarnos de la carne, y confundiendo nuestra sensibilidad con los puros y santos afectos de vuestro amor, muchas veces nuestra devoción y compunción no pasa de un sentimiento material y tierno. Hacednos por lo mismo la gracia de que al considerar los afectos del Corazón Inmaculado de María entremos en este tabernáculo del amor de la ternura con aquellas castas disposiciones dignas del tálamo de la más pura de las vírgenes. Y con mayor instancia imploro en este momento vuestra gracia, porque si llegase a tal punto mi insensibilidad que mi corazón permaneciese frio en medio de este incendio, podría con razón temer que había merecido el castigo de que vuestro amor me abandonase a mi indiferencia. Sin duda mis pecados ésto y más han merecido; pero vuestra gran misericordia los cubre todos, y vuestra bondad no repara en la ingratitud pasada del que implora con humildad vuestro perdón. Así nos lo hace esperar este Corazón cuyos santos y purísimos afectos nos proponéis como modelo de los más puros y generosos sentimientos, y como prenda de toda suerte de gracias y merecimientos. Por el Corazón Inmaculado de María, en cuyas venas se formó la Sangre que fue derramada por nosotros en la cruz, concedednos la gracia de hacer con fruto esta novena.


DÍA QUINTO

HUMILDAD Y MANSEDUMBRE DEL INMACULADO CORAZON DE MARÍA

1°. Considera la humildad del Inmaculado Corazón de María fundada en el bajo concepto que tenía de sí misma. ¿Qué cosa se puede imaginar tan grande y prodigiosa como el tesoro de dones y privilegios con que fue enriquecida María? Y no obstante en el colmo de los honores no se llamó con otro nombre que con el de humilde sierva del Señor. Humildad de entendimiento, que, conociendo su dignidad, se reputa indigna de tantos favores, y piensa con toda sinceridad que en otro hubieran tenido más digna correspondencia; humildad que le hace conocer que su amor a Dios, sin embargo de ser sumo, es infinitamente inferior a la dignidad del Altísimo. Humildad que, por lo mismo, infunde en su Corazón un profundo sentimiento de sumisión, de dependencia y de servidumbre respecto de Dios, y la hace prorrumpir en sentidas quejas y lamentos de no poder amar y ser agradecida a su Bienhechor, como Él merece, y que la hace temer que tal vez no corresponde como pudiera a sus favores. Y así cuanto más perfectamente conoce María la grandeza de los dones recibidos de Dios, tanto más se humilla en su Corazón por sus cortos méritos, por su desigual correspondencia, por su nada.

2°. Considera la humildad del Inmaculado Corazón de María en el afecto que tuvo a las humillaciones y a los desprecios. No es gran cosa, dice San Bernardo in Cant. Serm. 42, ser humilde por el conocimiento de sí mismo que causa la verdad o el pecado, porque la humildad en estos casos carece del calor del afecto. El sumo valor y perfección de la humildad consiste en ser humilde de corazón, esto es, por amor al propio envilecimiento. ¿Qué afecto no alimentó María constantemente en su Corazón a los desprecios y humillaciones? ¿Cuándo buscó ser conocida como descendiente de David y Madre de Dios, o más bien, cuándo no procuró encubrir los dones del Espíritu Santo hasta poner su propio honor en peligro en el concepto de otro? ¡Con qué júbilo no sufría las afrentas de sus inferiores, hasta el punto de ser señalada con el dedo como madre de un infame malhechor! Esta es la verdadera humildad del corazón, porque lo es de la voluntad, del afecto y del deseo; humildad unida en María a una conciencia sin mancha, y a la plenitud de la gracia; humildad que se ruboriza de los favores y se regocija entre los oprobios. ¡Cuántas veces, levantando sus ojos al Cielo, repetiría en su Corazón Bonum mihi quia humiliasti me! (Psalm 118).

3°. Considera como la Virgen reunió también en su Corazón la mansedumbre a la humildad, y pudo decir con su divino hijo: aprended de mí que soy mansa y humilde de corazón. Así como la presunción trae su origen del orgullo, la mansedumbre procede de la humildad; y el corazón que la posee permanece inmutable e indiferente entre los honores y las ignominias. ¿Cuándo demostró la Santísima Virgen el menor resentimiento contra los que reusaron darle hospedaje por una sola noche en Belén, o contra los que injuriaban y perseguían a su inocentísimo Hijo? ¿Cuándo se oyó de su boca la menor queja por su pobreza y por los trabajos del viaje a Egipto a que la obligó la crueldad de un tirano? ¿Cuándo dio la menor señal de rencor contra los que crucificaron a su Hijo, que con razón pudieran llamarse verdugos de su propio Corazón? Muy al contrario, interpuso en favor de ellos su intercesión, y acompañó con sus oraciones las plegarias que por ellos hizo Jesucristo moribundo. Aun exteriormente demostraba María la interior mansedumbre de su Corazón.


COLOQUIO

¡Oh humildísima y mansísima Virgen!, estas dos hermosas virtudes os han hecho no solo árbitro del Corazón de Dios, sino también Señora de los corazones de los hombres. Por ellas nunca la detiene el temor para acercarse a Vos la flaqueza humana, que halla siempre en Vos acceso fácil y misericordioso; nada hay en Vos que sea austero, terrible; toda sois dulzura, suavidad, mansedumbre. ¿En qué página de la historia evangélica se lee que haya salido de vuestros labios la palabra menos áspera, ni que hayáis dado el menor indicio de resentimiento? Por esto recurro a Vos, oh María, con la segura confianza de que escuchéis con la misma mansedumbre a vuestro siervo; y no os pido otra cosa sino que imploréis por mí un corazón humilde, manso como el vuestro. ¡Oh! y ¡cuántos motivos veo en mí para humillarme por mi indignidad y miseria! y no obstante mi corazón aborrece toda humillación, y sólo anhela la estimación y aplausos del mundo. Cambiad, Virgen poderosísima, este mi corazón, e infúndele el espíritu de humildad y mansedumbre que destruya todos los resortes del orgullo de que hasta aquí se ha dejado vencer y dominar. Amén.


OFRECIMIENTO

Os damos gracias, Señor y Dios nuestro, por los sentimientos y afectos que en esta meditación nos habéis inspirado; os los ofrecemos en holocausto por nuestros pecados. Os los ofrecemos, Señor, para que los purifiquéis de sus defectos e imperfecciones, y los hagáis vuestros y dignos de vos. En este breve rato, que hemos ocupado en la consideración de los afectos que sintió el Corazón Inmaculado de María, hemos sentido nosotros también nuevas y fuertes impresiones; y el contraste de tanta pureza y amor con la sentina de nuestros vicios y maldades, ha excitado en nuestro corazón deseos vehementes de participar de aquellos dones de que Vos con tanta largueza llenasteis el Corazón de vuestra Madre. Nuestro corazón ha latido de amor y ternura junto al Corazón de María, y aunque embotarlas y flojas sus cuerdas han resonado heridas por el impulso del Corazón de Nuestra Madre, el corazón de un hijo no podía permanecer frío e insensible cuando su Madre padece, gime, suspira, llora, goza. Introducidos en el Corazón Inmaculado de María hemos examinado los resortes de aquellos actos purísimos de que fue instrumento, y nuestros ojos de carne han visto las conmociones íntimas y tiernísimas que le agitaban, y lo que nuestro espíritu apenas creía, se nos ha presentado con una luz y claridad que nos es imposible desconocerlo. Hemos puesto la mano sobre aquel Corazón Inmaculado, y nuestra fe, como Santo Tomás, ha reconocido a su contacto los dones de vuestra gracia. Hemos sentido derretirse como cera aquel corazón al ardor de vuestros amorosos rayos, para que pudiese derramarse todo entero sobre nosotros. ¡Ah Señor, no sean pérdidas para vuestras criaturas tantas gracias! vuestra misericordia está interesada en que correspondan a los designios de vuestra bondad. Haced que grabados profundamente hasta penetrar de parte a parte nuestro corazón estos sentimientos, perseveren en el propósito sincero que hemos formado de ser de día en día más sensibles a vuestro amor, y apartar nuestra alma de los placeres sensuales y mundanos que solo engendran fastidio y amargura. Oíd, Padre de toda bondad, por el Corazón de vuestra Madre y nuestra estas súplicas que os dirigen vuestros hijos, y haced que sus obras sean dignas de Vos, y de la gloria que les habéis preparado en el Cielo. Amén.







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