18_06_05

NOVENA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARIA Día 7







NOVENA AL INMACULADO 
CORAZÓN DE MARIA

Día 7


PREPARACIÓN


Señor mío Jesucristo, Creador, Padre y Redentor mío, ahí tenéis postrado a vuestros pies a este miserable pecador que, arrepentido de sus pecados, acude a Vos como a la fuente de toda gracia, e invoca vuestro Santo Nombre para hacer devotamente esta novena. Vos, Señor, os habéis reservado de una manera especial el principio de toda buena obra, y sin Vos es imposible aun el deseo de hacer el bien. La misma gracia que ha dirigido mis pies a este santo templo, y descubierto a mis ojos esta sagrada imagen fuente de todo amor y consolación, espero que continúe en mí su obra y la llevará a su perfección.
No permitáis pues, Señor, que mi espíritu se distraiga en otros pensamientos que los que Vos en este breve rato os dignéis excitar en él, y que mi corazón, ajeno y purificado de todos los afectos de la tierra, sólo se abra a los purísimos sentimientos de amor y ternura que nos habéis enseñado en este símbolo vivo de toda caridad y amabilidad. Somos tan carnales y tan propensos a todo lo que halaga nuestros sentidos que, con frecuencia, torcemos a fines enteramente opuestos los mismos objetos que vuestro amor nos propone para despegarnos de la carne, y confundiendo nuestra sensibilidad con los puros y santos afectos de vuestro amor, muchas veces nuestra devoción y compunción no pasa de un sentimiento material y tierno. Hacednos por lo mismo la gracia de que al considerar los afectos del Corazón Inmaculado de María entremos en este tabernáculo del amor de la ternura con aquellas castas disposiciones dignas del tálamo de la más pura de las vírgenes. Y con mayor instancia imploro en este momento vuestra gracia, porque si llegase a tal punto mi insensibilidad que mi corazón permaneciese frio en medio de este incendio, podría con razón temer que había merecido el castigo de que vuestro amor me abandonase a mi indiferencia. Sin duda mis pecados ésto y más han merecido; pero vuestra gran misericordia los cubre todos, y vuestra bondad no repara en la ingratitud pasada del que implora con humildad vuestro perdón. Así nos lo hace esperar este Corazón cuyos santos y purísimos afectos nos proponéis como modelo de los más puros y generosos sentimientos, y como prenda de toda suerte de gracias y merecimientos. Por el Corazón Inmaculado de María, en cuyas venas se formó la Sangre que fue derramada por nosotros en la cruz, concedednos la gracia de hacer con fruto esta novena.


DÍA SEPTIMO

ABORRECIMIENTO QUE EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA TUVO AL PECADO


1°. Considera el aborrecimiento que el Inmaculado Corazón de María tuvo al pecado en su raíz. Era necesario que el Corazón de la Reina de los Mártires sintiese los afectos de la pasión atormentadora del odio rectificado en su objeto y santificado en sus causas. La raíz del odio es el amor por el cual el corazón concibe aversión a todo lo que se opone al bien que ama; y así el motivo del aborrecimiento que María tuvo al pecado debió ser principalmente el amor. ¿Y qué amor? El amor que tenía a Dios, a cuya santidad y voluntad se opone la culpa, única cosa abominable a sus ojos porque no lleva ninguna señal de su mano creadora y benéfica; el amor que su Corazón alimentaba respecto de su amabilísimo Hijo, para quien eran los pecados de los hombres causa de acerbísimos tormentos y de cruel muerte; el amor que como Madre de Gracia tenía a los hombres, a muchos de los cuales veía eternamente desgraciados por causa del pecado. Y debiendo ser proporcionado el aborrecimiento al pecado a su amor a estos objetos, siendo éste sin comparación superior al de todos los Santos juntos, tanto mayor debió ser el odio que su Corazón concibió contra la culpa.

2°. Considera el aborrecimiento que recibía. A cada instante creció en el Corazón de María el amor de Dios, y continuó creciendo sin interrupción hasta el fin de la vida; y en esta misma escala le aumentaba en su Corazón la aversión al pecado en el cual conocía, cada día con más claridad, una grave injuria al sumo Bien, a quien amaba con tanto ardor. Añádase a ésto, el que la culpa fue el único objeto de abominación y de enemistad a los ojos de María: y pues que un afecto es tanto más violento cuanto es menos distraído y dividido en otros objetos, ¿cuán íntimo debió ser el odio de María al pecado, único objeto en el cual se explayaba incesantemente su aborrecimiento? Y esta aversión nunca se entibió ni se interrumpió un solo instante, ni con un solo acto de afecto a la culpa más leve. Se lee de algunos Santos que aborrecían hasta tal punto el pecado, que la sola consideración de las ofensas hechas a Dios por sus criaturas les causaba deliquios mortales y desfallecimientos: ¿cuál estaría el amantísimo Corazón de María, que le aborreció más que todos los Santos juntos?

3°. Considera la aversión del Inmaculado Corazón de María al pecado en sus afectos. ¿Qué vigilancia no ejerció sobre sí misma y sobre todos sus sentimientos esta Virgen inmaculada, no obstante de estar confirmada en el bien y de ser impecable por la gracia? Un Corazón que aborrecía tan íntimamente al pecado, ¿pudiera tolerar alguno de los objetos a ocasiones que suelen introducirle en el alma? Jamás le abrió la más pequeña entrada en sus ojos, aunque sabía que no podía entrar en ellos, antes muy al contrario ocupada incesantemente en llorar las injurias que los hombres hacían a Dios, en desagravio de tantos ultrajes, ofrecía continuamente al Padre Eterno en holocausto su Corazón y su divino Hijo a quien amaba más que a sí misma. ¿Quién podrá concebir los contrapuestos choques que causaban al Corazón de María el odio violentísimo al pecado y el amor de Madre en vez del hombre pecador a quien amaba como a hijo? Aborrecía la culpa en el pecador y al mismo tiempo sentía una tierna compasión en vez del pecador culpable. Abominó con todo su Corazón las ofensas hechas a su divino hijo, y al mismo tiempo oraba al Padre Eterno en favor de los que le ofendían; su Corazón deseó con vehemencia su rescate y, al mismo tiempo, ¡qué aguda pena fue para su Corazón ver alimentada y halagada por sus hijos la culpa que Ella odiaba con toda su alma, y cuyo veneno les había de causar infaliblemente la muerte eterna!


COLOQUIO

¡De cuánto consuelo es para mí, Virgen inocentísima, que Dios haya hallado en vuestro Corazón todo el odio al pecado de que es capaz una pura criatura! ¿Y pudisteis amar como a hijos a los que veíais caminar al pecado, único objeto de vuestro aborrecimiento, oh Virgen amorosísima? ¡Cuántas penas no debiera costar a vuestro Corazón el amor a los hombres! Y un amor que por instantes se aumentaba, y un aborrecimiento al pecado que siempre ha ido creciendo, cuanto más profundamente ha estado grabado en vuestro Corazón el conocimiento y amor de Dios. Por este amor que nos tenéis, por el odio al pecado, alejad del objeto de vuestra ternura maternal la culpa único objeto de vuestro irreconciliable aborrecimiento. Y para esto, oh Madre Nuestra, infundid en nuestro corazón todo el odio al pecado de que es capaz; nosotros queremos amaros, y este amor no es posible en los que aman la culpa tan desagradable a vuestros santísimos ojos. Cuán dulce fuera para nuestro corazón y el vuestro, que unidos en el odio y detestación del pecado hiciésemos de ellos un holocausto puro ante el trono del Altísimo. Arrancad de nuestro seno la sierpe venenosa, aplaste vuestro pie victorioso su cabeza, para que nunca jamás pueda revivir en nuestro corazón. Amén.


OFRECIMIENTO

Os damos gracias, Señor y Dios nuestro, por los sentimientos y afectos que en esta meditación nos habéis inspirado; os los ofrecemos en holocausto por nuestros pecados. Os los ofrecemos, Señor, para que los purifiquéis de sus defectos e imperfecciones, y los hagáis vuestros y dignos de vos. En este breve rato, que hemos ocupado en la consideración de los afectos que sintió el Corazón Inmaculado de María, hemos sentido nosotros también nuevas y fuertes impresiones; y el contraste de tanta pureza y amor con la sentina de nuestros vicios y maldades, ha excitado en nuestro corazón deseos vehementes de participar de aquellos dones de que Vos con tanta largueza llenasteis el Corazón de vuestra Madre. Nuestro corazón ha latido de amor y ternura junto al Corazón de María, y aunque embotarlas y flojas sus cuerdas han resonado heridas por el impulso del Corazón de Nuestra Madre, el corazón de un hijo no podía permanecer frío e insensible cuando su Madre padece, gime, suspira, llora, goza. Introducidos en el Corazón Inmaculado de María hemos examinado los resortes de aquellos actos purísimos de que fue instrumento, y nuestros ojos de carne han visto las conmociones íntimas y tiernísimas que le agitaban, y lo que nuestro espíritu apenas creía, se nos ha presentado con una luz y claridad que nos es imposible desconocerlo. Hemos puesto la mano sobre aquel Corazón Inmaculado, y nuestra fe, como Santo Tomás, ha reconocido a su contacto los dones de vuestra gracia. Hemos sentido derretirse como cera aquel corazón al ardor de vuestros amorosos rayos, para que pudiese derramarse todo entero sobre nosotros. ¡Ah Señor, no sean pérdidas para vuestras criaturas tantas gracias! vuestra misericordia está interesada en que correspondan a los designios de vuestra bondad. Haced que grabados profundamente hasta penetrar de parte a parte nuestro corazón estos sentimientos, perseveren en el propósito sincero que hemos formado de ser de día en día más sensibles a vuestro amor, y apartar nuestra alma de los placeres sensuales y mundanos que solo engendran fastidio y amargura. Oíd, Padre de toda bondad, por el Corazón de vuestra Madre y nuestra estas súplicas que os dirigen vuestros hijos, y haced que sus obras sean dignas de Vos, y de la gloria que les habéis preparado en el Cielo. Amén.






No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.