18_06_07

NOVENA AL INMACULADO CORAZÓN DE MARIA Día 9



NOVENA AL INMACULADO 
CORAZÓN DE MARIA

Día 9


PREPARACIÓN


Señor mío Jesucristo, Creador, Padre y Redentor mío, ahí tenéis postrado a vuestros pies a este miserable pecador que, arrepentido de sus pecados, acude a Vos como a la fuente de toda gracia, e invoca vuestro Santo Nombre para hacer devotamente esta novena. Vos, Señor, os habéis reservado de una manera especial el principio de toda buena obra, y sin Vos es imposible aun el deseo de hacer el bien. La misma gracia que ha dirigido mis pies a este santo templo, y descubierto a mis ojos esta sagrada imagen fuente de todo amor y consolación, espero que continúe en mí su obra y la llevará a su perfección.
No permitáis pues, Señor, que mi espíritu se distraiga en otros pensamientos que los que Vos en este breve rato os dignéis excitar en él, y que mi corazón, ajeno y purificado de todos los afectos de la tierra, sólo se abra a los purísimos sentimientos de amor y ternura que nos habéis enseñado en este símbolo vivo de toda caridad y amabilidad. Somos tan carnales y tan propensos a todo lo que halaga nuestros sentidos que, con frecuencia, torcemos a fines enteramente opuestos los mismos objetos que vuestro amor nos propone para despegarnos de la carne, y confundiendo nuestra sensibilidad con los puros y santos afectos de vuestro amor, muchas veces nuestra devoción y compunción no pasa de un sentimiento material y tierno. Hacednos por lo mismo la gracia de que al considerar los afectos del Corazón Inmaculado de María entremos en este tabernáculo del amor de la ternura con aquellas castas disposiciones dignas del tálamo de la más pura de las vírgenes. Y con mayor instancia imploro en este momento vuestra gracia, porque si llegase a tal punto mi insensibilidad que mi corazón permaneciese frio en medio de este incendio, podría con razón temer que había merecido el castigo de que vuestro amor me abandonase a mi indiferencia. Sin duda mis pecados ésto y más han merecido; pero vuestra gran misericordia los cubre todos, y vuestra bondad no repara en la ingratitud pasada del que implora con humildad vuestro perdón. Así nos lo hace esperar este Corazón cuyos santos y purísimos afectos nos proponéis como modelo de los más puros y generosos sentimientos, y como prenda de toda suerte de gracias y merecimientos. Por el Corazón Inmaculado de María, en cuyas venas se formó la Sangre que fue derramada por nosotros en la cruz, concedednos la gracia de hacer con fruto esta novena.



DÍA NOVENO

DOLORES DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA

1°. Considera que el dolor del Inmaculado Corazón de María fue un dolor sin interrupción. Pues así como Jesucristo, no obstante la perfecta visión beatífica de que disfrutaba, estuvo sujeto a la tristeza del Corazón; su Madre, sin embargo del gozo espiritual de la parte superior de su alma, estuvo igualmente sujeta a íntimas aflicciones. Puede decirse que el dolor nació con Ella, y la acompañó siempre en aumento toda la vida. Y más todavía, siendo muy verosímil que, iluminada por el Espíritu santo, contemplase ya desde el principio de su vida la futura Pasión del Redentor, que de continuo presente a su Corazón llenaba sin cesar de amargura su alma, y pudo decir con toda verdad: Et dolor meus in conspectu meo semper. PsaIm. 37. v. 18. Dolor confirmado por la profecía de Simeón, cuando le predijo que su Hijo sería objeto de contradicción para el mundo, y que una espada de dolor traspasaría su Corazón; dolor que creció por días conforme iba acercándose la época de la Pasión de su divino Hijo; dolor fomentado continuamente por la vista de los peligros, de las persecuciones e injurias que tuvo que arrostrar; dolor en fin que perseveró en su Corazón hasta la muerte, al verse privada de su Hijo, recordando sus padecimientos y las infames blasfemias con que sus enemigos vilipendiaban su santísimo Nombre.

2°. Considera que el dolor del Inmaculado Corazón de María fue un dolor sin límites. El dolor que causa la vista de los padecimientos de alguno es proporcionado a la inocencia, dignidad y mérito de la persona que padece; y como nadie conocía tan perfectamente la alteza y santidad de Jesucristo como María, su dolor debió ser incomparablemente superior al de todas las almas juntas que presenciaron sus tormentos , o contemplaron con luces extraordinarias su Pasión, no obstante de que en estos la simple imaginación de aquel funesto y nunca visto espectáculo les causó deliquios mortales. El dolor es también proporcionado al amor; y así como el amor maternal de María a Jesús Dios-Hombre fue a la vez el más santo y el más ardoroso que se puede concebir en una pura criatura, tanto más íntimo debió ser el dolor que le causaron sus atrocísimos padecimientos; pues concurrían a la vez a aumentarle el amor de la criatura más santa a Dios, y el amor de la Madre más tierna a su Hijo. El dolor es igualmente proporcionado a los padecimientos del objeto amado; porque cuanto más graves son éstos y más numerosos, tanto más íntima es la compasión que excitan en el corazón del que los mira; y como los padecimientos de Jesús excedieron a los de todos los mártires, el martirio del Corazón de María fue el más acerbo de todos los mártires sufridos por los confesores de Cristo. Y si a ésto se añade que María penetraba con perfecto conocimiento en lo más profundo de las amarguras de su Hijo crucificado, y veía en toda su extensión el mar de tristeza mortal en que se hallaba abismado su espíritu, y que apenas se dejaba entrever a los ojos de los circunstantes, ¿quién podrá comprender la acerba y profunda herida que traspasó su Corazón? Porque, dice san Buenaventura, los dolores que el Hijo sufría en el cuerpo, vivos venían a infundirse en el tierno Corazón de la madre. Dolores quos filius in corpore sustinebat, quasi vivi infundebantur in pium cor maternum. In cap. 19. Joann.

3°. Considera que el dolor del Inmaculado Corazón de María fue un dolor sin alivio humano. Imposibilitada de interceder por la vida de su Hijo ante sus perseguidores que la desoían, y ante el divino Padre que firmó con decreto irrevocable su muerte, no quedó en su Corazón ni el más ligero asomo de esperanza de salvarle. ¡Si al menos le hubiese sido posible darle algún alivio!… Los soldados lo impedían; solo le queda la triste perspectiva de su Hijo crucificado y moribundo sin poder ni siquiera levantar su cabeza traspasada de espinas en la cruz. Si al menos viera a sus discípulos acompañarlo en su dolorosa agonía….. Sólo Juan se halla allí. Concediérasele siquiera alargar un vaso de agua a su Hijo para refrescar su aliento… Pero en vez de agua ve que se le da vinagre. Si los circunstantes al menos diesen señales de compasión… El mayor número le llena de insultos e improperios. María seria menos infeliz si su extremo dolor le quitase la vida, o el llanto de sus ojos aliviase el peso que oprime su Corazón… Pero no: María debe permanecer inalterable al pie de la Cruz, mirar con faz severa y sin lágrimas a su Hijo espirante, sobrevivir a su muerte, y conservar fresca toda la vida esta memoria. ¡O Madre de dolores y sin consuelo! ¿Podréis esperar a lo menos que la Sangre derramada por vuestro Hijo para todos los hombres no habrá sido derramada en vano para muchos? Esto sería un consuelo para su Corazón…, mas Ella conoce demasiado claramente que gran número de ellos, a pesar de todo y por un efecto de la más insensata malicia, se perderán sin remedio. No hay dolor comparable al dolor que traspasó el Corazón de esta amorosísima Madre, que pudo decir que su martirio, por ser sin consuelo, era tan cruel como los dolores del infierno. Dolores inferni circundederunt me.


COLOQUIO

¡Oh Virgen dolorosa! ¡Infeliz de mí! No me hallé presente a la muerte de vuestro divino Hijo, ni pude acompañar vuestros dolores al pie de la Cruz. ¡Qué no dijera e hiciera para consolaros, Madre mía amorosísima! Quizá vuestro Corazón hubiera recibido algún consuelo, si me hubieseis visto llorar mis pecados al pie de la Cruz como la penitente Magdalena, y confiar en la bondad de vuestro divino Hijo como el facineroso convertido. Al presente no me es dado otra cosa sino compadecer los dolores acerbísimos de vuestro Corazón, y pediros perdón de lo que he contribuido a agravarlos con las ofensas que he cometido contra vuestro divino Hijo. Pudiera yo cancelar con mi sangre mis gravísimos pecados, causa fatal de los padecimientos de vuestro divino Hijo y de vuestros dolores. Al menos, Madre Santísima, hacedme participante de vuestras penas y amarguras; esculpid vuestro amor crucificado en mi corazón, y empiece en alguna manera a restañar con mis padecimientos y con mis lágrimas las heridas que mis pecados han abierto en el Corazón de Jesús y en el Vuestro. Amén.






OFRECIMIENTO

Os damos gracias, Señor y Dios nuestro, por los sentimientos y afectos que en esta meditación nos habéis inspirado; os los ofrecemos en holocausto por nuestros pecados. Os los ofrecemos, Señor, para que los purifiquéis de sus defectos e imperfecciones, y los hagáis vuestros y dignos de vos. En este breve rato, que hemos ocupado en la consideración de los afectos que sintió el Corazón Inmaculado de María, hemos sentido nosotros también nuevas y fuertes impresiones; y el contraste de tanta pureza y amor con la sentina de nuestros vicios y maldades, ha excitado en nuestro corazón deseos vehementes de participar de aquellos dones de que Vos con tanta largueza llenasteis el Corazón de vuestra Madre. Nuestro corazón ha latido de amor y ternura junto al Corazón de María, y aunque embotarlas y flojas sus cuerdas han resonado heridas por el impulso del Corazón de Nuestra Madre, el corazón de un hijo no podía permanecer frío e insensible cuando su Madre padece, gime, suspira, llora, goza. Introducidos en el Corazón Inmaculado de María hemos examinado los resortes de aquellos actos purísimos de que fue instrumento, y nuestros ojos de carne han visto las conmociones íntimas y tiernísimas que le agitaban, y lo que nuestro espíritu apenas creía, se nos ha presentado con una luz y claridad que nos es imposible desconocerlo. Hemos puesto la mano sobre aquel Corazón Inmaculado, y nuestra fe, como Santo Tomás, ha reconocido a su contacto los dones de vuestra gracia. Hemos sentido derretirse como cera aquel corazón al ardor de vuestros amorosos rayos, para que pudiese derramarse todo entero sobre nosotros. ¡Ah Señor, no sean pérdidas para vuestras criaturas tantas gracias! vuestra misericordia está interesada en que correspondan a los designios de vuestra bondad. Haced que grabados profundamente hasta penetrar de parte a parte nuestro corazón estos sentimientos, perseveren en el propósito sincero que hemos formado de ser de día en día más sensibles a vuestro amor, y apartar nuestra alma de los placeres sensuales y mundanos que solo engendran fastidio y amargura. Oíd, Padre de toda bondad, por el Corazón de vuestra Madre y nuestra estas súplicas que os dirigen vuestros hijos, y haced que sus obras sean dignas de Vos, y de la gloria que les habéis preparado en el Cielo. Amén.





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