22_05_17

Necesidad de mediadores





DECIMO OCTAVO DÍA: 


Necesidad de mediadores. 


PRIMERA SEMANA 


Conocimiento de sí mismo 



“Durante la primera semana, dirigiremos todas nuestras oraciones y actos de piedad para alcanzar el conocimiento de nosotros mismos y la contrición de nuestros pecados, haciéndolo todo con espíritu de humildad.” (T.V.D) 

En este periodo nos concentraremos en nosotros mismos, es- forzándonos para conquistar la humildad, virtud indispensable en la vida cristiana. A través del auxilio de María Santísima conoceremos mejor nuestra inmensa miseria y nuestra triste condición de pecadores, sin que lleguemos al extremo de irritación contra nosotros mismos, al desánimo, o a la desesperación. 

La Santísima Virgen María proveerá la dulce paz para todos aquellos que, con rectitud, realizaran este ejercicio espiritual... 




Oraciones: 



  •   - Letanía del Espíritu Santo
    - Letanía de Nuestra Señora
    - Salutación a Nuestra Señora 



DECIMO OCTAVO DÍA: 


Lectura sugerida: Santo Evangelio: (Jn 8,12-20) 


Meditación: Necesidad de mediadores. 


“Por el hecho de que los habitantes del Cielo están unidos más íntimamente con Cristo, consolidan con más firmeza, en la santidad, a toda la Iglesia. Ellos no dejan de interceder por nosotros ante el Padre, presentando los méritos que alcanzaron en la tierra por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo. Por consiguiente por la fraterna solicitud de ellos, nuestra debilidad recibe el más valioso auxilio.”(LG 49; C.I.C.956) 

“A partir del consentimiento dado con fe en la Anunciación y mantenido sin dudas bajo la Cruz, la maternidad de María se extiende a los hermanos y hermanas de su Hijo, que además son peregrinos expuestos a peligros y miserias. “Jesús, el único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre, es pura transparencia de Él. María muestra el Camino, y su señal...” (C.I.C.2674) 

Es más perfecto porque es más humilde aproximarnos a Dios a través de sus mediadores. Eso, porque nuestro interior está muy corrompido y nuestras virtudes se presentan siempre manchadas, valiendo poco ante el Señor.
Dios, viendo nuestra indignidad e incapacidad, nos concedió mediadores, para acceder a sus Misericordias. Así, dispone intercesores poderosos ante su grandeza, a través de los cuales se une a nosotros y nos oye. Delante de tan alta gracia, no podemos despreciarlos, porque, si lo hiciésemos, sería una gran falta de humildad por nuestra parte, resultando una pérdida enorme. 

Jesucristo es nuestro abogado y Mediador de Redención, por su Encarnación, Pasión, muerte y  resurrección, junto al propio Mediador Jesús), que es María, la más apropiada para este oficio de caridad, según nos dijo San Bernardo. Sobre este asunto añadamos los consejos de San Francisco de Sales en su libro -Filotea: “Honor, veneración, y respeto de un modo especialísimo a la Santísima y Excelsa Madre de Jesucristo, nuestro hermano, que es también indudablemente nuestra Madre. Recurramos a Ella, como sus hijos, lancémonos a sus pies y a sus brazos con una perfecta confianza, en todos los acontecimientos y momentos. Invoquemos esta Madre, tan santa y buena, imploremos su amor materno; tengamos para esta Madre un corazón de hijos y esforcémonos por imitar sus virtudes”. 

Fue por Ella por lo que Jesús vino, y debe ser también por me- dio suyo que hemos de llegar a Él. No temamos ir al encuentro de sus auxilio, pues, Ella es tan cariñosa que a nadie rechaza, aunque seamos muy pecadores. Los propios santos comprueban esta verdad, diciéndonos: “Nunca se oyó decir, desde el comienzo del mundo, que haya abandonado a ninguno de los que a Ella acudieron con confianza y perseverancia”. ¡María Santísima es tan poderosa que ninguna de sus peticiones es rechazada por Dios! 


Ante las dificultades, se hace necesario, buscar el auxilio de tan poderosa y amorosa Mediadora... 


Debido a nuestra debilidad, nos es muy difícil conservar las gracias y tesoros sobrenaturales, ya que tenemos un cuerpo corruptible y un alma inconstante, que se perturba fácilmente. Más allá de esto, los demonios esperan las ocasiones para apartarnos de la gracia, de improviso. La propia Sagrada Escritura nos advierte: “Sed sobrios y vigilantes.Vuestro adversario, el diablo, acecha como un león rugiente, buscando a quien devora. Resistid firmes en la fe.” (I Pe.5, 8-9 a). 

Difícil además, es perseverar en la gracia, debido a la corrupción del mundo; siendo un verdadero milagro mantenernos de pie sin dejarnos arrastrar por los torrentes envenenados por el mal. 

Abandonados a las propias fuerzas, somos apenas flaqueza y una pura nada. Es el amor de Dios el que obra maravillas de gracias en nosotros. Por ello no debemos amarnos a nosotros mismos, desordenada- mente, para no perdernos. Pero, si buscamos a Dios amándolo pura- mente, en Él nos hallaremos. El Señor hace por nosotros mucho más de lo que nos atrevemos a esperar y pedir. Fue Él mismo el que escogió a María Santísima para llevarnos a la salvación. Sólo tendremos íntima unión con Dios, si tenemos una profunda unión con la Madre del Cielo, presentándonos totalmente dependientes de Ella y suplicándole constantemente su protección. 

El Altísimo hizo de Ella la tesorera de sus riquezas y la única dispensadora de sus gracias; fue a Ella a la que entregó “Las llaves del granero de Su Divino Amor”, en el cual hace entrar a quien le agrada. Las almas más santas, llenas de gracia y virtudes, serán las que más asidua- mente la invocarán y la tendrán siempre presente, como su perfecto modelo y poderosa auxiliadora. 

De este modo, nos debemos comportar para presentar una verdadera devoción a María Santísima, devoción esta, que nos une íntima- mente a Jesucristo y nos vuelve fieles al Espíritu Santo. Viviéndolo bien, seremos iluminados con sus esplendores, conducidos por su espíritu, sustentados por sus brazos y guardados bajo su protección. Es necesario por tanto, atraer a todos con las palabras y los ejemplos, a practicar esta Verdadera Devoción, por lo que suscitaremos muchos enemigos, es verdad, pero también tendremos la seguridad de conquistar muchas victorias para Dios. De tal modo nos lo aclara, Gerardo Enrique, en el libro titula- do: “LaVerdadera Devoción a la SantísimaVirgen...”. 


“Como Él (Jesús), Ella (María) es Mediadora en el Cielo, intercediendo junto a Dios por nosotros. También la mediación de María va más allá de las gracias actuales que nos da incesantemente, porque Ella suscita en la tierra otros pequeños mediadores que son las almas apostólicas, como otros canales secundarios ligados al “Canal de todas las gracias”. Es María la Reina de todos los militantes del Ejército de Cristo Rey, y Ella os anima y conforta, os sustenta en la lucha del bien contra el mal. Y todos los militantes, unidos verdaderamente a María participan no sólo de sus gracias sino también de su omnipotencia.”(Cf. P. Nubert). 




REFLEXIÓN


“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros...” 


Con Isabel también nos admiramos: ¿Quién soy yo para que la Madre del Señor venga a visitarme? (Lc 1, 43). María es Madre de Dios y nuestra Madre porque nos da a Jesús, su Hijo, podemos confiarle todos nuestros problemas y súplicas, Ella reza por nosotros como rezó por Sí misma. “Hágase en mi según tu palabra.” (Lc 1,38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con Ella a la voluntad de Dios. “Hágase Tu voluntad.” 


“Ruega por nosotros pecadores Santa Madre de Dios, ahora y en la hora de nuestra muerte...” 


Pidiendo a María que rece por nosotros, nos reconocemos como pobres pecadores y nos dirigimos a la “Madre de Misericordia”, completamente santa. Nos entregamos a Ella “ahora”, el presente de nuestras vidas. Y nuestra confianza aumenta para desde ya, entregar a sus manos “La hora de nuestra muerte”. Que Ella esté entonces presente, como en la muerte en la Cruz de su Hijo, y que en la hora de nuestro tránsito Ella nos acoja como nuestra Madre, para conducir- nos a su Hijo Jesús, al Paraíso. (C.I.C.2677). 


Oración: ¡Jesús, Dios-hombre, sé el Mediador bendito para nuestra vida, el cultivo de las virtudes, la perseverancia en nuestro Cielo! María, tan próxima a Jesús, queremos escogerte como dulce depositaria de nuestros pequeños tesoros espirituales. Amén. 



Jaculatoria: ¡María Santísima, por los santos misterios de la Encarnación y la Redención, llévanos nuevamente al Padre! 








 

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