OCTAVO DÍA: Lectura sugerida: Santo Evangelio: (MT 24, 36-51)
Meditación: Muerte del Esclavo del Mundo y del Esclavo de Amor a María.
“En todas tus acciones, en todos tus pensamientos deberías comportarte como si fueses a morir hoy. Si tu conciencia es- tuviese tranquila, no tendrías mucho miedo de la muerte. Sería mejor evitar el pecado que huir de la muerte. Si no estas preparado hoy ¿Cómo lo estarás mañana?”. (Imitación de Cristo 1, 23,5-8)
“En cuanto vivimos en la tierra, somos peregrinos en el ca- mino del cielo, si seguimos por la vía que Dios nos marcó. Esto es lo más importante en nuestra vida: portarnos de tal modo que, al partir de este mundo y en el fin de los tiempos, merezcamos oír de los labios de Jesucristo aquellas palabras consoladoras “Venid, benditos de Mi Padre, recibid en herencia el reino que os han preparado desde la creación del mundo”. (Mt 25,34). (Hna. Lucía, Llamamientos del Mensaje de Fátima)
Somos ambiciosos en conservar la vida aquí en la tierra y poco nos preocupamos por conquistar la vida eterna, siendo ésta, la que perdurará para siempre, valiendo todos nuestros esfuerzos. Recibimos la vida de Dios. Nuestra alma espiritual viene directamente de Él y tiende a volver a Él, puesto que todos somos llamados a participar de su Vida divina.
Todos sabemos que un día moriremos puesto que la muerte es consecuencia del pecado de nuestros primeros padres.
¿Y después de la muerte qué nos pasará? ¿Mereceremos la vida eterna? Al esclarecer estas cuestiones observamos la existencia de dos realidades: El Cielo y El Infierno.
Incluso aspirando a la vida eterna, el don de la inmortalidad está condicionado a la fiel observancia de los mandamientos divinos. Aquellos que pongan toda la felicidad en gozar el mundo, se llenarán de aflicciones y angustias, frente a la muerte corporal. Mientras que, los Esclavos de Amor, si vivieran fielmente sus compromisos, tendrán la certeza del fin de los sufrimientos y la alegría del Paraíso. La gran preocupación de Dios y de Nuestra Señora es que todos nos salvemos y alcancemos el Cielo.
Aquí en este mundo vemos dos generaciones bien distintas: “La generación de Satanás, que vive en el pecado, y la generación de la Mujer, o sea, de la SantísimaVirgen María, que con su poderoso auxilio, recorre el camino de la verdad, de la justicia y del amor. Dios es Amor y sus hijos se distinguen por la práctica del Amor”. (Hna. Lucía, Llamamientos del Mensaje de Fátima).
A pesar de que muchos negarán esta verdad, el Cielo existe y es la recompensa para los que procedan bien, según la Ley del Señor; y el infierno, es el castigo para aquellos que procedan mal.
El hecho de negarlos no hace que dejen de existir.
Para los que tienen fe, basta acreditar las palabras dichas por Jesús en el Santo Evangelio. Y si quisiésemos otra prueba, prestemos atención a los mensajes dejados por Nuestra Señora, en Fátima: “Visteis el infierno a donde van las almas de los pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a Mi Inmaculado Corazón. Si hiciérais lo que yo digo, se salvarán muchas almas y habrá paz” (Nuestra Señora, 13 de Julio, 1917).
“Cuando rezáis el tercio (decena), decid, después de cada misterio ¡Oh Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo, principalmente a las más necesitadas”. (Nuestra Señora 13 de Julio de 1917).
Ya que para nosotros, la hora de la muerte es imprevista, utilicemos bien el tiempo que nos ha sido concedido por la Divina Providencia, actuando con sabiduría y no abusando de esta incertidumbre; dejemos de buscar los placeres de una vida cómoda, las riquezas y la satisfacción de todos los apetitos de la carne.
Como Esclavos de la Virgen María, vivamos sabiamente, preparándonos con serios exámenes de conciencia y cotidianos actos de amor y de confianza, totalmente entregados a sus planes de inmensa caridad. Por tanto, esa perfecta devoción a la Santísima Virgen vivida y enseñada por San Luís María G.de Montfort es un medio seguro para perseverar en la Gracia, consintiendo en un morir continuo para si mismo, deshaciéndonos de cualquier afección a las cosas. Servir a María Santísima es señal de predestinación.
Como vivimos es como moriremos. Para alcanzar un buen fin necesitamos un ardiente deseo de crecer en las virtudes, observando los preceptos divinos, haciendo penitencia y aceptando pacientemente, todo por amor a Nuestro Señor.
Eso podrá parecernos difícil ¡pero no estamos solos! En esta continua búsqueda de perfección, seremos auxiliados por Nuestra Señora.
Oración: ¡Virgen Santísima, en quien ponemos toda nuestra confianza, transforma las amarguras de la vida terrena con Vuestra dulzura. El tentador quiere lanzarnos a la desesperación pero Vuestro amor tiernísimo ha de disipar estas tinieblas. Esperanza de nuestra vida condúcenos a la Eternidad. Amén!
Jaculatoria: ¡Señora de los Dolores, haz de la muerte de nuestro cuerpo la eterna gloria de nuestra alma!
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