22_05_17

Consecuencias de nuestros malos hábitos




DECIMOQUINTO DÍA


Consecuencias de nuestros malos hábitos. 


PRIMERA SEMANA 


Conocimiento de sí mismo 




“Durante la primera semana, dirigiremos todas nuestras oraciones y actos de piedad para alcanzar el conocimiento de nosotros mismos y la contrición de nuestros pecados, haciéndolo todo con espíritu de humildad.” (T.V.D) 

En este periodo nos concentraremos en nosotros mismos, es- forzándonos para conquistar la humildad, virtud indispensable en la vida cristiana. A través del auxilio de María Santísima conoceremos mejor nuestra inmensa miseria y nuestra triste condición de pecadores, sin que lleguemos al extremo de irritación contra nosotros mismos, al desánimo, o a la desesperación. 

La Santísima Virgen María proveerá la dulce paz para todos aquellos que, con rectitud, realizaran este ejercicio espiritual... 




Oraciones: 



  •   - Letanía del Espíritu Santo
    - Letanía de Nuestra Señora
    - Salutación a Nuestra Señora 




DECIMOQUINTO DÍA: 


Lectura sugerida: Santo Evangelio: (Jn 13,21-35) 


Meditación: Consecuencias de nuestros malos hábitos. 


“Cuanto más quieren los hombres ser espirituales, tanto más amarga se le hará la vida presente, pues mejor conoce y más claramente ve los defectos de la corrupción humana.” (Imitación de Cristo, Libro I, Cap.22) 

Los malos hábitos, como frutos de perdición, son consecuencia del pecado original y de los pecados actuales. El orgullo nos hace vol- vernos a nosotros mismos, considerándonos con una excelencia que en verdad no poseemos, trayendo consigo el ocultamiento de Dios. En la práctica verificamos eso, cuando envueltos en la falsa ciencia de este mundo, nos quedamos con la mente oscurecida y así no percibimos al Señor. Con este vicio pernicioso pasamos a obrar como si Jesucristo y su Ley no existiesen, perturbándolos con nuestra conducta. Otra consecuencia de la soberbia es el olvido del prójimo, al colocarnos como centro del universo a través de nuestras palabras, opiniones y actitudes. 

Todo lo que vemos es contrario al ideal que debe presidir nuestra existencia: “La comunión de amor con Dios y con el prójimo”. 

Además, como fruto de los malos hábitos, tenemos debilitada la voluntad, que tiende a procurar sólo lo que agrada a los sentidos, rechazando cualquier tipo de cruz, sea el dolor, el sufrimiento, los rigores o cualquier forma de penitencia. La Pasión de Nuestro Señor y los Dolores de María Santísima dejan de formar parte de nuestras meditaciones para ocuparnos preferentemente del triunfo glorioso de la Resurrección y de la Ascensión de Jesús. 

Estamos sometidos a varias flaquezas; el pecado fue debilitando, como ya vimos nuestras relaciones con Dios y con el prójimo; enfriando, incluso, extinguiendo la caridad en nosotros. 

Busquemos el auxilio de la Gracia divina, que nos llega ordinariamente por los Sacramentos, y es preservada en nosotros por una vida vigilante y llena de oración; en caso contrario, la vida de Dios en nosotros deja de existir y podemos condenarnos al infierno. 

Mientras tanto, fieles a la Sabiduría Eterna y Encarnada que es Jesús no caeremos en la ignorancia, en la ceguera o en la locura, en el escándalo y en el pecado. Siéndole dóciles, deseándola y procurándola, con todas las fuerzas sin ahorrar ningún sacrificio es como llegaremos a adquirirla y conservarla. 

La contemplación de los ejemplos de María Santísima se nos muestra ahora como la forma más acertada de adquirir un aprendizaje eficaz en lo que concierne al olvido de nosotros mismos, simplemente porque nos motivaremos por el amor. Busquemos a María, pues Ella es el camino de vuelta a Dios; Ella no fue creada sino para Dios y amó hasta el extremo mostrándonos que necesitamos renunciar hasta a los propios derechos en beneficio de los otros. Si la amamos perfectamente haremos de la dedicación a Ella un gran impulso para la donación al prójimo, sirviéndolo como la propia Madre del Cielo lo serviría. 

Otro punto importante en la contemplación de María es que Ella también nos muestra, con su vida, el coraje cristiano del cual debemos estar revestidos para enfrentarnos a cualquier sufrimiento. Despojándonos de todo lo que hay de hombre viejo en nosotros, suavemente cumpliremos nuestro llamamiento a sufrir resignadamente en el cuerpo lo que faltó a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. 

¡No nos reservemos en la búsqueda de la santidad! Tengamos en María Santísima un perfecto modelo de total entrega a Dios y de servicio a los hermanos. 



Oración:¡María Santísima, guarda fidelísima de nuestra alma, nos entregamos a Ti, implorando tu compasiva mirada. Despójanos de nosotros mismos, del orgullo y de la sensualidad, revístenos de Jesús, para que aprendamos a amar a Dios y dedicarnos al prójimo. Aliéntanos, Madre de los Dolores, y conforta nuestro corazón en el fuego de la caridad de Vuestro Corazón Inmaculado para que aceptemos mortificar nuestra voluntad, siempre dóciles a Tus suaves rigores con nosotros. Prepáranos en la consagración que te queremos hacer, encaminando nuestros pasos por los caminos de las virtudes que son tan difíciles a nuestra naturaleza. Amén! 



Jaculatoria: ¡Nuestra Señora de la Esperanza, que sepamos, seguir a Jesús, renunciando a nosotros mismos y tomando la cruz de cada día! 








 

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