22_05_17

El abismo de nuestra nada

 




DECIMO SEXTO DÍA


El abismo de nuestra nada. 


PRIMERA SEMANA 


Conocimiento de sí mismo 


“Durante la primera semana, dirigiremos todas nuestras oraciones y actos de piedad para alcanzar el conocimiento de nosotros mismos y la contrición de nuestros pecados, haciéndolo todo con espíritu de humildad.” (T.V.D) 

En este periodo nos concentraremos en nosotros mismos, es- forzándonos para conquistar la humildad, virtud indispensable en la vida cristiana. A través del auxilio de María Santísima conoceremos mejor nuestra inmensa miseria y nuestra triste condición de pecadores, sin que lleguemos al extremo de irritación contra nosotros mismos, al desánimo, o a la desesperación. 

La Santísima Virgen María proveerá la dulce paz para todos aquellos que, con rectitud, realizaran este ejercicio espiritual... 




Oraciones: 



  •   - Letanía del Espíritu Santo
    - Letanía de Nuestra Señora
    - Salutación a Nuestra Señora 



DECIMO SEXTO DÍA: 


Lectura sugerida: Santo Evangelio: (Jn 5, 2-9) 


Meditación: El abismo de nuestra nada. 


“No olvidemos nunca que nada somos y nada poseemos salvo el pecado y que la Justicia quiere que nos humillemos entre todas las criaturas porque, en el Reino de Jesucristo, los primeros serán los últimos y los últimos serán los prime- ros.” (Imitación de Cristo, Libro I, Cap.2) 

Ya conocemos, en verdad, que los pecados nos traen consecuencias terribles. Solamente habiendo pasado por este ejercicio de meditación es como llegaremos al conocimiento de nosotros mismos; asumiendo nuestra debilidad, nuestra ignorancia y, por último, nuestra nada. 

Dios es aquél que es, desde toda la eternidad; nosotros, sin Él, no somos nada. Es Él quién nos conserva; si aún vivimos, es porque Dios piensa en nosotros. En cada acción, sea en el cuerpo, o en el al- ma, dependemos de Él. Nosotros, esa nada de la que estamos hablando, fuimos creados por la Misericordia del Señor para su gloria, su ser- vicio y para la felicidad. Poseyendo este conocimiento ¿Cómo podemos volvernos contra Dios, haciendo el mal, o pecando? Únicamente en Él somos y hacemos el bien. Nuestro Señor es la fuente del querer y del hacer; la iniciativa parte de Él, sólo tenemos que no ponerle obstáculos. Durante la vida tenemos que, a ejemplo de la Madre del Cielo vivir con humildad, teniéndonos poco en cuenta y pensando siempre lo mejor de aquellos que nos rodean. 

Es realmente necesario reconocer quiénes somos y no murmurar cuando somos despreciados. “Hemos de hacer todo como si dependiese únicamente de nosotros, pero sabiendo que todo depende de Dios”. Al realizar todas las acciones de la mejor manera posible, es cuando debemos tener en cuenta la siguiente máxima: “¡Somos siervos inútiles no hacemos más que cumplir nuestra obligación!” 

Según Santa Catalina de Siena: “Es en la celda del autoconocimiento como adquirimos la perfección”. Somos débiles en nuestros cuerpos (pues, éstos, están sujetos a toda flaqueza); en nuestros bienes materiales (pues todo lo que poseemos podemos perderlo por un error de administración, envidia, por los ladrones o por los problemas con los negocios), en el estima que nos tienen los demás (porque ésta puede perderse por una calumnia o por el descubrimiento de alguna mala acción que cometimos en el pasado); en fin, somos también muy débiles en nuestra vida espiritual, donde podemos caer en pecados mortales en cualquier momento, apartándonos de Dios. 

¿Cómo confiar en nosotros mismos? ¿En las propias fuerzas, posibilidades y saberes? La ciencia que poseemos es poquísima y llena de imperfecciones, puesto que despreciamos las verdades más excelsas, enorgulleciéndonos de los conocimientos materiales y volviéndonos por así decirlo, torpes en la capacidad de penetrar en la luz de la verdad revelada. Es inmensa nuestra ignorancia y todavía nos juzgamos grandes sabios, confirmándonos en nuestras propias opiniones. Tristemente ignoramos nuestras tendencias y defectos y en la mayoría de los casos no los reconocemos cuando nos llaman la atención. 

“Aquel que bien se conoce se tiene por vil, y no se deleita con las alabanzas humanas”.“Si nos parece que sabemos mucho y que comprendemos bien las cosas, debemos estar seguros de que es mucho más lo que ignoramos”; así nos dice la Imitación de Cristo. 

Es bajo la luz que emana de María Santísima como mejor reconocemos la inmensidad de nuestra miseria y nos despreciamos confiando solamente en Dios, pues, la Verdadera Devoción se vuelve el remedio saludable para nuestros males... 

Siendo fieles a esta práctica de devoción enseñada por San Luís María G.de Montfort, tendremos las luces del Espíritu Santo, que nos da María, por medio de las que nos haremos partícipes de su profunda humildad, llevándonos a amar el desprecio a nosotros mismos y a no desdeñar a los otros. Participaremos en la fe de María, la mayor de toda la tierra, inclinándonos a proceder de forma pura, llevándonos a buscar sólo el amor, mediante lo cual realizaremos grandes cosas para Dios y para la salvación de las almas. Tendremos la verdadera libertad de los hijos de Dios, al obedecerlo, apartando de nosotros todo escrúpulo  temor servil y desordenado, dilatando nuestro corazón para avanzar por los caminos de los mandamientos del Señor. Ganaremos gran confianza en Dios y en María porque seremos revestidos con los merecimientos de la Virgen Santa. Por último nos será comunicada el alma de la Santísima Virgen, para glorificar al Señor, y su Espíritu, para regocijarnos en Dios. 

Ese tiempo tan esperado en que nos volveremos copia viva de María, ha de venir para que se establezca luego el Reinado de Jesús en el mundo. ¡Seamos, pues, fieles a la consagración que vamos a realizar! 



Oración: ¡Madre Todopoderosa, en esta preparación para nuestra entrega total a Tu cariño nos sorprende la distancia tan grande entre nosotros y tus virtudes. Confesamos el abismo de nuestra nada. Elevamos la mirada hacia Ti, al contemplar el esplendor de gracia con que Dios te revistió, la fortaleza inquebrantable con que te confirmó y la Divina Sabiduría que iluminó tu inteligencia. Tráenos el don de esa humildad; que nos haga no confiar jamás en nosotros mismos para apoyarnos so- lamente en la fuerza de Dios y en la certeza de Tu amor fiel. Amén. 



Jaculatoria: ¡María Madre del Verbo Encarnado, líbranos de las espinas de nuestra miseria, fragilidad e ignorancia de las cosas del Cielo! 





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