20_04_23

María nos invita a la santidad



Los doce días preliminares 



Durante estos días las lecturas, oraciones y meditaciones que hagamos deberán converger para el despojamiento del egoísmo, vicio que nos hace estar muy apegados a nosotros mismos.
Solo así tendremos el corazón libre de cualquier obstáculo que nos impida ser dóciles a las exigencias contenidas en nuestras promesas bautismales... De este modo, se vuelve indispensable examinar nuestra conciencia en relación a la adhesión a Cristo y a su Ley de amor, y también cómo andan nuestras aspiraciones y conducta moral en lo que atañe a la renuncia total a Satanás, sus obras y pompas. 

Fuimos creados con la sublime finalidad de conocer, amar y servir a Dios, ya en este mundo, para gozarlo en el otro. En esto consiste nuestra felicidad. ¡Y este es el camino que nos conduce al Cielo! 

María Santísima nos ayudará, pues Ella es la verdadera Madre de Dios y nuestra, como nos enseña la Doctrina Cristiana: 

“Jesús es el único Hijo de María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende a todos los hombres que Él vino a salvar. Ella engendró a su Hijo al cual Dios hizo el primogénito entre una multitud de hermanos (Rom 8,29), esto es, entre los fieles, en cuyo nacimiento y educación Ella coopera con amor materno”. (C.I.C.501). 

El mayor designio de amor del Corazón Misericordioso de la Santísima Madre es el de conducirnos por las sendas del paraíso. Para corresponder tenemos que disponernos, con mucho fervor a vivir como verdaderos hijos de Dios, amándolo plenamente, cultivando en nosotros el deseo y la práctica de la santidad, a través de nuestra donación a Él y al prójimo, a imitación de María. 


Oraciones: 

Invocación al Espíritu Santo. Salutación a Nuestra Señora


PRIMER DÍA: Lectura sugerida: Santo Evangelio (Mt 7,13-27) 



Meditación: María nos invita a la santidad 



“Armados de tantos y tan saludables medios, todos los cristianos de cualquier condición o estado son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de la santidad por la cual es perfecto el propio Padre”. (Concilio Vaticano II, 31) 



“Sed santos como Vuestro Padre del Cielo es Santo” (Mt 5,48). ¡He aquí el llamamiento universal! Y para corresponder a esta vocación primera debemos, en cumplimiento de la Santa Voluntad de Dios, llegar a la perfección cristiana en todos nuestros pensamientos, palabras y acciones. Lo que el Señor nos pide no debe contrariar ni entristecer nuestro corazón, por el contrario, como respuesta de amor para con Él, debemos estar inmersos en un estado de paz, alegría y felicidad, ya aquí en la tierra, en oposición al espíritu del mundo. 

Volvernos santos, siguiendo los deseos de Dios, se traduce en el mayor bien que podemos hacer a la humanidad, pues “un alma que se eleva, eleva al mundo”. Infelizmente nos ocupamos con nuestras pasiones mundanas y exageramos el cuidado con lo que es pasajero, oscureciendo el sentido real de la vida... ¡Fuimos creados para el Cielo! Todo lo que emprendemos en esta tierra (que es pasajera) debe ser una prueba de que servimos sólo a Dios y no al mundo, con lo que tiene de efímero y vacío, como el poder, el dinero, la moda, los bienes materiales y de lujo, el culto desmedido a la belleza, etc... Lo que se convierte en obstáculo para la santificación es el apego a las malas inclinaciones y deseos y, también, la excesiva dependencia de los consuelos humanos. 

El trabajo que emprendemos para la conquista de la santidad es árduo, mas Dios viene siempre en auxilio de aquellos que luchan y esperan en su Gracia. Se vuelve muy difícil, en los tiempos actuales, donde somos abandonados a nuestras propias fuerzas, vivir la santidad a la que fuimos llamados. Para conseguir tan gran merced, Dios nos dio a María, su Madre Santísima, como atajo bendito, y guía seguro para la eternidad. La Virgen María es el modelo de santidad que supera todos los otros, siguiéndola no nos perderemos. 

Como Madre, Nuestra Señora nos acompaña desde el nacimiento hasta que alcanzamos la “perfecta estatura de Cristo” (Ef 6,13); después, su mayor preocupación es la misión de formar santos, con- formándonos con su Hijo Jesús. Por tanto, siendo nuestra santificación acción de Dios, (juntamente con nuestra correspondencia) no huyamos de esta mediadora y Madre de todas las gracias. 

Sólo hallaremos la Gracia si encontramos a María, porque: 


- Sólo Ella encontró la Gracia de Dios para Sí y para cada uno de nosotros.
“Alégrate ¡oh llena de Gracia, el Señor es contigo! (Lc 1,28); - A Ella, debe el Autor de todas las gracias, su ser y su vida; 

“He aquí que concebirás y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,31);
- Dios Padre, dándole su Hijo le dio a Ella todas las Gracias.
“Por eso el Santo Ser que nacerá de Ti será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35); 

- Dios la escogió como tesorera, ecónoma y dispensadora de todas las gracias.
“Dijo entonces su Madre a los sirvientes: Haced todo lo que Él os diga”. (Jo 2,5); 

- Así como en el orden natural tenemos padre y madre, en el orden de la Gracia, también tenemos que tener a Dios por Padre y a María por Madre. 



“Jesús y Teresa son hijos de la misma Madre... en nuestra feliz condición es nuestro feliz deber imitar a Jesús con todo nuestro ser, ser hijo de María” (Santa Teresita del Niño Jesús); 

- María recibió de Dios un particular dominio sobre las almas para alimentarlas y hacerlas crecer en Él.
“El alma perfecta es tal, solamente por medio de María” (San Bernardino de Siena); 

- “María es en verdad el molde divino para hacer santos.” (San Agustín). 


Para vencer todas las dificultades, que nos presenta el camino de santificación, es necesario encontrarnos a la Virgen María. Es en Ella en la que obtendremos la abundancia de gracias. Y eso sólo acontecerá cuando le profesemos una perfecta devoción; devoción esta que “procede de la verdadera fe que nos lleva a reconocer la excelencia de la Madre de Dios y nos incita a un amor filial con nuestra Madre a imitación de sus virtudes” (Concilio Vaticano II). 



Oración: María Santísima, hermosa estrella, espejo de santidad, hemos de imitarte para adquirir la perfección. Condúcenos de la ma- no, como a un hijo. Invítanos a la santidad y oiremos Tus palabras, postrándonos a Tus pies durante todo este mes que a Ti dedicamos. ¡Amén!. 



Jaculatoria: “Para encontrar la gracia de la santidad, el Padre, nos hizo encontrar a Nuestra Señora”! 



20_04_22

“Santa Esclavitud de Amor”





INTRODUCCIÓN 



“Establecer en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María significa llevar a las personas a una plena consagración de conversión, donación, íntima estima, veneración y amor. Es pues, en este espíritu de consagración y conversión en el que Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Corazón Inmaculado de María”. (Hna. Lucia, Anuncios del Mensaje de Fátima) 



Como medio seguro de practicar una tierna y filial devoción para con la Virgen Madre de Dios, asegurando el Triunfo de su Inmaculado Corazón en nuestras almas, tenemos la vivencia de la Total Consagración para con Ella, o la “Santa Esclavitud de Amor”, así como nos fue propuesto por Luís María Grignion de Montfort, en quien encontramos su expresión más perfecta, y que ya en el siglo XVIII se volvió una devoción popular. 

Esta Consagración a la Virgen Santísima, experimentada y vivi- da por innumerables santos tales como Santa Teresita del Niño Jesús, San Juan María Vianney, San Padre Pio, entre otros, bien como por el añorado Papa Juan Pablo II, consiste en entregarnos totalmente a la Madre del Cielo (todo lo que tenemos y somos) para que a través de Ella pertenezcamos más perfectamente a Jesús. 

Nuestra total entrega como aquí es presentada, tiene como finalidad unirnos a Jesucristo y hacernos crecer cada vez más en su Gracia. 

Al entregarnos, de esta forma a Nuestra Señora, estamos abiertos a su acción de Madre, Maestra y Formadora para así cumplir, en nuestra vida, la Santísima Voluntad de Dios. 

San Luís María G.de Montfort, llama a la Santa Esclavitud “La Verdadera Devoción”, simplemente porque Ella nos muestra quién es Nuestra Señora, su lugar en el plano de la salvación y su misión en la vida de la Iglesia y de cada uno de nosotros. La pureza doctrinaria de esta devoción mariana nos invita a lanzarnos a los cuidados de María, atendiendo al mandamiento de Jesús, que mirándonos, nos dijo: “He aquí a tu Madre”. Por tanto, por la Total Consagración de nosotros mismos a la Santísima Virgen, estamos dando nuestro SÍ a Jesús, que nos La dio por Madre, a fin de que Ella nos enseñe a hacer todo lo que Él mandó. 

Desde el punto de vista pastoral, la necesidad y eficacia de la Santa Esclavitud, son siempre actuales, ya que esta Consagración no es más que una perfecta renovación de nuestras promesas bautismales. De hecho, los Concilios, así como varios Papas, hablarán sobre la necesidad de recordar a los cristianos los votos del Bautismo y su estado de pertenencia a Dios. Así, por la Total Consagración confirmamos la soberanía de Nuestro Señor y también de la Santísima Virgen sobre nosotros; solo que ahora somos nosotros mismos los que renovamos las promesas bautismales a través de María, como quiere Jesús, para que Ella nos enseñe a ser fieles a los deseos de Cristo y a renunciar a todo mal. 

Acordémonos que la Santa Esclavitud de Amor es una Consagración de Devoción que para poner en práctica conscientemente, debemos activar en nosotros la Consagración bautismal, viviendo y dan- do testimonio con profundidad de nuestra pertenencia a Dios. En ella debemos dar espacio a la Virgen Bendita para que Ella pueda ejercer sobre nosotros su maternidad espiritual, engendrándonos para la santidad y el apostolado. Sólo así, a través de esta Total Entrega conseguiremos, por medio de Ella, estrechar los vínculos con Dios, Nuestro Se- ñor Soberano.
Es, pues, de gran urgencia y necesidad, para que apodamos contribuir a la mayor gloria de Dios y a la salvación de las almas que estemos atentos a su Santa Voluntad y también a su pedagogía...
En la introducción al Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, libro este, en que la doctrina y la espiritualidad de la Esclavitud Mariana fueron inmortalizadas, nos dice San Luís María G. de Montfort: “Fue por medio de la Santísima Virgen por lo que Jesucristo vino al mundo y por medio de Ella debe reinar en el mundo”. (TV.D.O1) o sea, “El Reinado de María” será el medio por el cual se dará el Reinado de su Hijo Jesús. 

En Fátima, en el año 1917, Nuestra Señora en sus apariciones a los tres pastorcillos, confirma la profecía de San Luis cuando anuncia: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará”, indicando también a su vez, el medio que la Divina Providencia nos da para que acontezca este triunfo “Mi Hijo quiere establecer en el mundo la devoción a Mi Inmaculado Corazón”. Justamente aquí debemos estar atentos pues, la devoción que Jesús quiere establecer al Inmaculado Corazón de su Madre Santísima no puede ser cualquier devoción sino, la más perfecta, donde podemos fácilmente encuadrar la Total Consagración, tal como nos la presenta San Luís y por la cual verificamos tan bellos frutos de vida en el pontificado del Papa Juan Pablo II, cuyo lema fue TOTUS TUUS. 

La profecía de Fátima nos aclara lo que enseña San Luís en sus escritos... “Ese tiempo (“El del triunfo y reinado de María”) sólo llegará cuando se conozca y practique la devoción que os enseño” (T.V.D.217). 

Los designios de Dios son claros: el Reino de Cristo se establecerá por el Reino de María, y éste a su vez por la propagación de la vivencia de una verdadera y perfecta devoción a Ella.
De ahí comprendemos lo que lleva al enemigo infernal a querer evitar esta devoción mariana a través de la diseminación del materialismo y del hedonismo. En consecuencia, vemos como es de extrema importancia, que TODOS (independientemente del grupo, movimiento y comunidad en el que participa) conozcan, hagan, vivan y propaguen la Total Consagración a Nuestra Señora, ya que ésta forma parte del patrimonio devocional de la Santa Iglesia y nos lleva a vivir con intensidad y fidelidad los deberes de estado. 



La misión que Jesús dio a Nuestra Señora fue la de formar verdaderos adoradores de Dios, por eso no debemos tener escrúpulos en dedicarnos a la vivencia de esta total donación a Ella. 

El propio Concilio Vaticano II, en su Constitución Dogmática Lumen Gentium 66, afirma con relación a las variadas formas de piedad con la Madre de Dios: “...hacen que, en tanto se honre a la Madre, el Hijo, por Quien todo fue creado (cf. Col 1,15-16) y en el Cual por Gracia del Padre Eterno reside toda la plenitud (Col 1,19) sea debidamente conocido, amado, glorificado y que sean guardados sus mandamientos”. Por la Total Consagración, acogemos a María en nuestra casa y Ella nos acoge en la escuela de su Inmaculado Corazón, donde aprenderemos el verdadero amor a Dios y al prójimo, así como, las demás virtudes que harán de nosotros verdaderos cristianos. Además nos aclara esta misma constitución dogmática: “Además saben los fieles que la verdadera devoción no consiste en un estéril y transitorio afecto, ni en una cierta credulidad sino que procede de la fe verdadera por la cual somos llevados a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, impulsados a un amor filial hacia nuestra Madre, y a la imitación de sus virtudes” (LG 67). 

En estos tiempos, en los que se intensifica la batalla espiritual entre la Santísima Virgen y el espíritu de las tinieblas, seamos apóstoles de la Santa Esclavitud, y dentro de esta devoción apliquémonos en sus prácticas exteriores como la oración del Rosario, tan solicitada en el “Mensaje de Fátima” y propagada por tantos santos, cómo el Beato Bartolo Longo, que nos dejó esta feliz cita: “El Rosario bendito de María, dulce cadena que nos prende a Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el naufragio general, no te dejaremos nunca jamás. Serás nuestro consuelo en la hora de la agonía”. 

Para que nuestra consagración personal a la Santísima Virgen no sea una acción ocasional o mero devocionismo, es menester que adquiramos la conciencia de que Ella nos introduce en lo profundo del cristianismo, en cuanto que es una consagración a Jesús con María y por medio de Ella. Para tal, es necesaria una preparación adecuada, acompañada de un esclarecimiento profundo acerca de su sentido y de un compromiso serio con la ardiente vivencia de la espiritualidad cristiana, donde una asidua meditación y el conocimiento catequético estarán presentes para dar verdadero significado a este acto de total entrega al Señor por las manos de su Santísima Madre. 

Con el objetivo de contribuir a una piadosa y fructuosa preparación de este paso tan significativo, proponemos aquí un itinerario preciso, compuesto de una serie de oraciones, lecturas espirituales y meditaciones, adaptadas del Libro de Consagración a Nuestra Señora de Don Antonio Alves Siqueira, que nos estimulará en la reflexión y mayor conocimiento de nuestra vocación cristiana, como también de María Santísima y de Jesucristo, aumentando el amor hacia Ellos. 

De esta forma, después de leer el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen y de concienciarnos de lo que es esta consagración y de cómo debemos vivirla, podemos por fin marcar una fecha mariana para realizarla precediéndola de los ejercicios preparatorios que siguen, imbuidos de un espíritu mas recogido. 

Los ejercicios preparatorios duran treinta días y su secuencia ha de respetar la siguiente estructura: 

I - Doce días preliminares - para el desapego del mundo.
II - Primera Semana - dedicada al conocimiento de sí.
III - Segunda Semana - dedicada al conocimiento de la Santísima Virgen.
IV - Tercera Semana - para el conocimiento de Jesucristo.
Al final, se debe hacer una confesión general. 

Hallamos oportuno entre tanto, proponer algunas jaculatorias que serán recitadas durante los días en que hacemos el ejercicio espiritual, con la finalidad de mantener el interior en sintonía con el tema de la meditación propuesta. 

Concluyendo, queremos que las palabras de San Luís nos traigan la motivación necesaria para participar en el ejército de Nuestra Señora, como apóstoles valerosos que ansían el triunfo de su Corazón Inmaculado...
“¿Cuándo llegará ese feliz tiempo en el que María será establecida Señora y Soberana de los corazones, para someterlos plenamente al imperio de su grande y único Jesús?
¿Cuándo llegará el día en que las almas respirarán a María como el cuerpo respira el aire? Entonces cosas maravillosas acontecerán en este mundo, donde el Espíritu Santo encontrando su querida Esposa reproducida en las almas descenderá a ellas abundantemente llenándolas con sus dones, particularmente con el don de la sabiduría, a fin de operar maravillas de gracia. Mi querido hermano, ¿Cuándo llegará este tiempo feliz, ese siglo de María en que innumerables almas escogidas, perdiéndose en el abismo de su interior, se volverán copias vivas de María, para amar y glorificar a Jesucristo? Ese tiempo sólo llegará cuando se conozca y practique la devoción que enseño”. (T.D.V.217).