22_05_09

El infierno

 




DÉCIMO DÍA: Lectura sugerida: Santo Evangelio (MT 22,1-14) 


Meditación: El infierno. 





“Las enseñanzas de la Santa Iglesia confirman la existencia del Infierno. Las almas que mueren en estado de pecado mortal descienden inmediatamente después de la muerte a los infiernos, donde sufren las penas del Infierno, “el fuego eterno”. La pena principal del infierno consiste en la sepa- ración eterna de Dios, Él Único en quien los hombres pue- den tener la vida y la felicidad y para las que fue creado y las que espera.” (C.I.C.1035) 


Es muy importante la meditación sobre el infierno, a fin de que lo evitemos, teniendo horror al pecado y al espíritu del mundo. 


Después de la muerte, el alma del condenado saldrá al encuentro de Dios, El Único capaz de concederle la felicidad deseada. Y el estado de pecado en que se encuentra le imposibilitara alcanzarlo, visto que libre, y conscientemente, despreció en vida todas las gracias que el Señor hizo caer sobre ella, incluso la devoción a María Santísima que le conduciría a la conversión. 


En el infierno el fuego ha de causar gran tormento y de forma particular, el hombre será severamente castigado en aquello que más pecó. 


Es así mismo terrible la visión, o hasta, la imaginación de los horrores del infierno, donde las almas estarán en medio de diversos y eternos tormentos: interminables llantos, blasfemias, angustias y gemidos, gritos de desesperanza, hedor infecto y el gusto amargo de las inmundicias; toda suerte de sufrimientos exteriores e interiores. 



Así nos cuentan los pastorcillos de Fátima la visión que tuvieron del Infierno: 


“El reflejo pareció penetrar en la tierra y vimos un mar de fuego. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas flotaban en el incendio como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas con forma humana, llevadas por las llamas y de las mismas salían junto con nubes de humo, cayendo por todos los lados, semejante a la caída de las pavesas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horro- rizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa.” (Hna. Lucia, Memorias 176). 



¡Pero en todo eso el tormento mayor es la falta de Dios! 


En este mundo tenemos que tener mucho cuidado... Debemos dolernos de los pecados ya cometidos y tener cuidado de no cometer otros, aunque sea necesario para eso padecer inmensamente en la tierra. No nos olvidemos que nuestra Madre bondadosa, María Santísima, nos indico la devoción a su Inmaculado Corazón como la forma segura de alcanzar la salvación y ésta no debe ser: 


Escrupulosa - Donde temamos ser demasiado devotos a la Virgen Santísima, en relación a Jesucristo.


Presunta - Donde bajo el pretexto de una falsa devoción a Nuestra Señora, permanecemos en medio del pecado, pretendiendo así mismo llegar a la salvación. 


Inconstante - Siendo volubles, cambiando nuestras prácticas de devoción, o dejándolas enteramente, ante la menor tentación. 


Hipócrita - Alistándonos en sus cofradías y llevando sus insignias para hacernos pasar por buenos. 


Interesada - Recurriendo a la Santísima Virgen simplemente para librarnos de los males del cuerpo u obtener bienes temporales. 



Para mejor corresponder a su Misericordia, la Virgen Santísima añade: “Si hiciérais lo que yo os digo, se salvarán las almas y habrá paz” (Nuestra Señora, 13 de Julio de 1917). 



¿Y cuál es su voluntad? ¿Cuál es su mandamiento? Para conocerlos tenemos que recurrir al Evangelio según San Juan donde María Santísima explica: “Haced lo que Él os diga”, o sea la voluntad de María es que vayamos hacia los brazos del Padre siguiendo su santa Palabra, que es su Verbo, Jesucristo, como nos afirma la Hna. Lucía. 


Dediquémonos por tanto al conocimiento de la Santísima Virgen y a su devoción, pues así tendremos la garantía segura de la salvación. 


“Jesús quiere servirse de ti para hacerme conocer y amar. Quiere establecer en el mundo la devoción a Mi Inmaculado Corazón. A quienes aceptan les promete la salvación de las almas y serán amados por Dios, como flores colocadas por mí para adornar su Trono.” (Nuestra Señora 13 de Junio de 1917) 



Oración: ¡Madre amadísima, no nos dejéis perecer! No queremos apartarnos de Ti. Mortificaremos el cuerpo y sus sentidos, entregando a Vuestro único servicio de amor.
¡Condúcenos a Jesús para que por medio de su Santísimo Corazón, tengamos la inefable posesión de Dios! Amén. 


Jaculatoria: ¡Madre Inmaculada, Madre del Redentor, apresúrate en socorrernos en nuestras miserias!. 













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