22_05_17

El pecado en nuestra vida espiritual





DECIMO TERCER DÍA  


 El pecado en nuestra vida espiritual 



PRIMERA SEMANA 


Conocimiento de sí mismo 



“Durante la primera semana, dirigiremos todas nuestras oraciones y actos de piedad para alcanzar el conocimiento de nosotros mismos y la contrición de nuestros pecados, haciéndolo todo con espíritu de humildad.” (T.V.D) 

En este periodo nos concentraremos en nosotros mismos, es- forzándonos para conquistar la humildad, virtud indispensable en la vida cristiana. A través del auxilio de María Santísima conoceremos mejor nuestra inmensa miseria y nuestra triste condición de pecadores, sin que lleguemos al extremo de irritación contra nosotros mismos, al desánimo, o a la desesperación. 

La Santísima Virgen María proveerá la dulce paz para todos aquellos que, con rectitud, realizaran este ejercicio espiritual... 




Oraciones: 



  •   - Letanía del Espíritu Santo
    - Letanía de Nuestra Señora
    - Salutación a Nuestra Señora 




DECIMO TERCER DÍA 


Lectura sugerida: Santo Evangelio (MT 3,1-12) 


Meditación: El pecado en nuestra vida espiritual 




“No ofendan más a Dios Nuestro Señor que ya está muy ofendido”. (Nuestra Señora, Fátima 13 de Octubre de 1917) 

“Aunque los pecados de las almas fuesen negros como la no- che, cuando un pecador se convierte a Mi Misericordia Me da la mayor gloria y honra.”(Santa Faustina, Diario 370) 

Fue inmensa la omnipotencia y dulzura de la Sabiduría Eterna, que es Dios, en la creación de los hombres, su obra prima, haciéndolo a imagen de su belleza y perfección. Adán y Eva eran perfectas copias de su entendimiento, memoria y voluntad, - retratos de la divinidad - donde los corazones estaban repletos de Amor; ¡Todo era luz! La Gracia de Dios en sus almas los volvía inmortales, constantemente fuera de sí y transportados en Dios. Pero el hombre pecó y, con el pecado en el alma, perdió todos los dones volviéndose esclavo del demonio. 

Debilitado por las pasiones desordenadas, ya no ama a Dios, y se hace objeto de su cólera; expulsado del paraíso va a llevar una vida maldita... ¡Oh infeliz estado! 

Entretanto, Dios en su Infinita Misericordia, entrega a su Hijo único para nuestra Salvación, “El verbo se hizo carne, para así destruir la esclavitud del pecado.” (Prof. Felipe Aquino, Pecados yVirtudes capitales). Ahora, sólo con la Gracia sobrenatural del Bautismo es como recobramos la nobleza de la participación en el linaje divino, mas apartándonos de Ella, a través de los pecados actuales, entramos nuevamente en un proceso de degeneración. ¿Cómo podremos caminar rumbo a la eternidad, en medio de tantas revueltas interiores, del mundo y del maligno? Nos es , muy necesario, conocer nuestra miseria, cultivar la virtud de la humildad, renunciar a nosotros mismos, y de entre todas   las devociones a Nuestra Señora, “escoger vivir "aquella que mejor y más perfectamente nos lleve a la muerte de la propia voluntad, dejando a Cristo vivir en nosotros, para así alcanzar la salvación. Por consiguiente, colocaremos en la práctica, con la ayuda materna de la Reina de los Corazones, aquella máxima de Jesucristo: “¡Quien quiera seguirme, renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga!” 

Reflexionemos sobre lo que afirmamos, parte por parte... Primeramente, reconozcamos nuestros pecados y las consecuencias de ellos en nuestra vida espiritual. Las mejores y mayores acciones son siempre corrompidas y manchadas por el egoísmo. Para mayor comprensión, notemos que Dios introduce en los corazones, que fueron pervertidos por el pecado original y actual, sus gracias, sus dones y su amor; y éstos, son manchados por el mal fondo que existe en todos nosotros. Las buenas obras se resienten por eso; así que tenemos que liberarnos rápidamente de todo lo que hay de perverso en nosotros; conociendo por la actuación y amparo del Divino Espíritu Santo, la propia incapacidad que tenemos para practicar el bien, nuestra fragilidad, indignidad e inestabilidad del alma. 

Todo eso, es consecuencia del pecado original y de los pecados actuales que cometemos (mortales o veniales), que aumentan todavía más nuestra concupiscencia. A partir de este descubrimiento concluyamos que somos siempre incapaces. Sólo Dios es el que hace el bien en nosotros. 

Debemos, en consecuencia, asumir una actitud de plena renuncia a nosotros mismos, a nuestro cuerpo (con todos sus sentidos que tienden a la corrupción) y a nuestra alma (que estando ciega por la soberbia, se vuelve frágil en la inconstancia y rebelde en sus pasiones). Efectivamente, somos propensos a la envidia, a la gula, a la ira, a la pe- reza, etc... Renunciaremos a las acciones del cuerpo y del alma si que- remos vivir para el Cielo. Para que eso acontezca tenemos un secreto  en el orden de la Gracia, que es la perfecta y Verdadera Devoción a María Santísima; ésta, por ser más santificadora nos lleva cotidiana- mente a la muerte de nosotros mismos. Con ella, alcanzaremos la gracia del puro amor a través de la práctica de la humildad y de una vida escondida en Dios, lo que ocurrirá en poco tiempo, suavemente y con mucha facilidad, si le somos fieles. 

María Santísima nos alcanzará la gracia del Santo Temor de Dios, donde viviremos en intensa compulsión por nuestros pecados, teniendo como amargo y pesado todo lo que en el mundo no nos conduce a Él. Llevados a considerar la vida eterna, evitaremos lo que des- agrada al buen Dios, sin temer cualquier austeridad necesaria para frenar nuestra tendencia al mal. 


¡Seamos decididos! 




Oración: ¡Madre Inmaculada tenemos los ojos llenos de lágrimas de dolor de contrición y de vergüenza por nuestros pecados! Pero tu bondad cuida de nosotros. Vuélvenos puros a los ojos de Jesús, completa- mente despojados de nosotros mismos y adornados con tu belleza. Aceptamos tu auxilio para que renunciando a todas nuestras miserias, podamos revestirnos con las riquezas de Jesucristo. Amén. 



Jaculatoria: ¡Virgen purísima, libéranos de nuestras culpas, revistiéndonos con tus virtudes! 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.