22_05_17

Necesidad de mediadores





DECIMO OCTAVO DÍA: 


Necesidad de mediadores. 


PRIMERA SEMANA 


Conocimiento de sí mismo 



“Durante la primera semana, dirigiremos todas nuestras oraciones y actos de piedad para alcanzar el conocimiento de nosotros mismos y la contrición de nuestros pecados, haciéndolo todo con espíritu de humildad.” (T.V.D) 

En este periodo nos concentraremos en nosotros mismos, es- forzándonos para conquistar la humildad, virtud indispensable en la vida cristiana. A través del auxilio de María Santísima conoceremos mejor nuestra inmensa miseria y nuestra triste condición de pecadores, sin que lleguemos al extremo de irritación contra nosotros mismos, al desánimo, o a la desesperación. 

La Santísima Virgen María proveerá la dulce paz para todos aquellos que, con rectitud, realizaran este ejercicio espiritual... 




Oraciones: 



  •   - Letanía del Espíritu Santo
    - Letanía de Nuestra Señora
    - Salutación a Nuestra Señora 



DECIMO OCTAVO DÍA: 


Lectura sugerida: Santo Evangelio: (Jn 8,12-20) 


Meditación: Necesidad de mediadores. 


“Por el hecho de que los habitantes del Cielo están unidos más íntimamente con Cristo, consolidan con más firmeza, en la santidad, a toda la Iglesia. Ellos no dejan de interceder por nosotros ante el Padre, presentando los méritos que alcanzaron en la tierra por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo. Por consiguiente por la fraterna solicitud de ellos, nuestra debilidad recibe el más valioso auxilio.”(LG 49; C.I.C.956) 

“A partir del consentimiento dado con fe en la Anunciación y mantenido sin dudas bajo la Cruz, la maternidad de María se extiende a los hermanos y hermanas de su Hijo, que además son peregrinos expuestos a peligros y miserias. “Jesús, el único Mediador, es el Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre, es pura transparencia de Él. María muestra el Camino, y su señal...” (C.I.C.2674) 

Es más perfecto porque es más humilde aproximarnos a Dios a través de sus mediadores. Eso, porque nuestro interior está muy corrompido y nuestras virtudes se presentan siempre manchadas, valiendo poco ante el Señor.
Dios, viendo nuestra indignidad e incapacidad, nos concedió mediadores, para acceder a sus Misericordias. Así, dispone intercesores poderosos ante su grandeza, a través de los cuales se une a nosotros y nos oye. Delante de tan alta gracia, no podemos despreciarlos, porque, si lo hiciésemos, sería una gran falta de humildad por nuestra parte, resultando una pérdida enorme. 

Jesucristo es nuestro abogado y Mediador de Redención, por su Encarnación, Pasión, muerte y  resurrección, junto al propio Mediador Jesús), que es María, la más apropiada para este oficio de caridad, según nos dijo San Bernardo. Sobre este asunto añadamos los consejos de San Francisco de Sales en su libro -Filotea: “Honor, veneración, y respeto de un modo especialísimo a la Santísima y Excelsa Madre de Jesucristo, nuestro hermano, que es también indudablemente nuestra Madre. Recurramos a Ella, como sus hijos, lancémonos a sus pies y a sus brazos con una perfecta confianza, en todos los acontecimientos y momentos. Invoquemos esta Madre, tan santa y buena, imploremos su amor materno; tengamos para esta Madre un corazón de hijos y esforcémonos por imitar sus virtudes”. 

Fue por Ella por lo que Jesús vino, y debe ser también por me- dio suyo que hemos de llegar a Él. No temamos ir al encuentro de sus auxilio, pues, Ella es tan cariñosa que a nadie rechaza, aunque seamos muy pecadores. Los propios santos comprueban esta verdad, diciéndonos: “Nunca se oyó decir, desde el comienzo del mundo, que haya abandonado a ninguno de los que a Ella acudieron con confianza y perseverancia”. ¡María Santísima es tan poderosa que ninguna de sus peticiones es rechazada por Dios! 


Ante las dificultades, se hace necesario, buscar el auxilio de tan poderosa y amorosa Mediadora... 


Debido a nuestra debilidad, nos es muy difícil conservar las gracias y tesoros sobrenaturales, ya que tenemos un cuerpo corruptible y un alma inconstante, que se perturba fácilmente. Más allá de esto, los demonios esperan las ocasiones para apartarnos de la gracia, de improviso. La propia Sagrada Escritura nos advierte: “Sed sobrios y vigilantes.Vuestro adversario, el diablo, acecha como un león rugiente, buscando a quien devora. Resistid firmes en la fe.” (I Pe.5, 8-9 a). 

Difícil además, es perseverar en la gracia, debido a la corrupción del mundo; siendo un verdadero milagro mantenernos de pie sin dejarnos arrastrar por los torrentes envenenados por el mal. 

Abandonados a las propias fuerzas, somos apenas flaqueza y una pura nada. Es el amor de Dios el que obra maravillas de gracias en nosotros. Por ello no debemos amarnos a nosotros mismos, desordenada- mente, para no perdernos. Pero, si buscamos a Dios amándolo pura- mente, en Él nos hallaremos. El Señor hace por nosotros mucho más de lo que nos atrevemos a esperar y pedir. Fue Él mismo el que escogió a María Santísima para llevarnos a la salvación. Sólo tendremos íntima unión con Dios, si tenemos una profunda unión con la Madre del Cielo, presentándonos totalmente dependientes de Ella y suplicándole constantemente su protección. 

El Altísimo hizo de Ella la tesorera de sus riquezas y la única dispensadora de sus gracias; fue a Ella a la que entregó “Las llaves del granero de Su Divino Amor”, en el cual hace entrar a quien le agrada. Las almas más santas, llenas de gracia y virtudes, serán las que más asidua- mente la invocarán y la tendrán siempre presente, como su perfecto modelo y poderosa auxiliadora. 

De este modo, nos debemos comportar para presentar una verdadera devoción a María Santísima, devoción esta, que nos une íntima- mente a Jesucristo y nos vuelve fieles al Espíritu Santo. Viviéndolo bien, seremos iluminados con sus esplendores, conducidos por su espíritu, sustentados por sus brazos y guardados bajo su protección. Es necesario por tanto, atraer a todos con las palabras y los ejemplos, a practicar esta Verdadera Devoción, por lo que suscitaremos muchos enemigos, es verdad, pero también tendremos la seguridad de conquistar muchas victorias para Dios. De tal modo nos lo aclara, Gerardo Enrique, en el libro titula- do: “LaVerdadera Devoción a la SantísimaVirgen...”. 


“Como Él (Jesús), Ella (María) es Mediadora en el Cielo, intercediendo junto a Dios por nosotros. También la mediación de María va más allá de las gracias actuales que nos da incesantemente, porque Ella suscita en la tierra otros pequeños mediadores que son las almas apostólicas, como otros canales secundarios ligados al “Canal de todas las gracias”. Es María la Reina de todos los militantes del Ejército de Cristo Rey, y Ella os anima y conforta, os sustenta en la lucha del bien contra el mal. Y todos los militantes, unidos verdaderamente a María participan no sólo de sus gracias sino también de su omnipotencia.”(Cf. P. Nubert). 




REFLEXIÓN


“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros...” 


Con Isabel también nos admiramos: ¿Quién soy yo para que la Madre del Señor venga a visitarme? (Lc 1, 43). María es Madre de Dios y nuestra Madre porque nos da a Jesús, su Hijo, podemos confiarle todos nuestros problemas y súplicas, Ella reza por nosotros como rezó por Sí misma. “Hágase en mi según tu palabra.” (Lc 1,38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con Ella a la voluntad de Dios. “Hágase Tu voluntad.” 


“Ruega por nosotros pecadores Santa Madre de Dios, ahora y en la hora de nuestra muerte...” 


Pidiendo a María que rece por nosotros, nos reconocemos como pobres pecadores y nos dirigimos a la “Madre de Misericordia”, completamente santa. Nos entregamos a Ella “ahora”, el presente de nuestras vidas. Y nuestra confianza aumenta para desde ya, entregar a sus manos “La hora de nuestra muerte”. Que Ella esté entonces presente, como en la muerte en la Cruz de su Hijo, y que en la hora de nuestro tránsito Ella nos acoja como nuestra Madre, para conducir- nos a su Hijo Jesús, al Paraíso. (C.I.C.2677). 


Oración: ¡Jesús, Dios-hombre, sé el Mediador bendito para nuestra vida, el cultivo de las virtudes, la perseverancia en nuestro Cielo! María, tan próxima a Jesús, queremos escogerte como dulce depositaria de nuestros pequeños tesoros espirituales. Amén. 



Jaculatoria: ¡María Santísima, por los santos misterios de la Encarnación y la Redención, llévanos nuevamente al Padre! 








 

Nuestra imposibilidad de vida sobrenatural

 



DECIMO SÉPTIMO DÍA: 


 Nuestra imposibilidad de vida sobrenatural


PRIMERA SEMANA 


Conocimiento de sí mismo 



“Durante la primera semana, dirigiremos todas nuestras oraciones y actos de piedad para alcanzar el conocimiento de nosotros mismos y la contrición de nuestros pecados, haciéndolo todo con espíritu de humildad.” (T.V.D) 

En este periodo nos concentraremos en nosotros mismos, es- forzándonos para conquistar la humildad, virtud indispensable en la vida cristiana. A través del auxilio de María Santísima conoceremos mejor nuestra inmensa miseria y nuestra triste condición de pecadores, sin que lleguemos al extremo de irritación contra nosotros mismos, al desánimo, o a la desesperación. 

La Santísima Virgen María proveerá la dulce paz para todos aquellos que, con rectitud, realizaran este ejercicio espiritual... 




Oraciones: 



  •   - Letanía del Espíritu Santo
    - Letanía de Nuestra Señora
    - Salutación a Nuestra Señora 




DECIMO SÉPTIMO DÍA: 


Lectura sugerida: Santo Evangelio: (MT 25, 14-30) 


Meditación: Nuestra imposibilidad de vida sobrenatural. 


La santidad es obra de la acción divina que impulsa también la correspondencia humana: “Sin Mí nada podéis hacer”, dice Jesús. El alma debe, pues, antes de todo abandonarse  dócilmente a la acción misteriosa de la Gracia. – Ésta es una ley universal.

Nos asegura la Imitación de Cristo: “No debemos confiar en nosotros mismos, pero sí debemos poner en Dios la esperanza”. 

“No hay enemigo peor ni más peligroso para nuestra alma que nosotros mismos”. Nos presentamos verdaderamente como indigentes en el orden sobrenatural. Sólo podemos elevarnos por la Gracia que nos viene de Dios, por eso no dejaremos de implorarla con frecuencia. Ella es indispensable para prevenir y acompañar todas nuestras acciones. No seamos comedidos en las súplicas para conquistar la perseverancia en el bien; este favor especial sólo nos viene por el auxilio del Padre. A este respecto, encontramos en el Concilio de Trento (S.6, Can. 22): “Sea anatema quien dijere que una vez justificados, podemos perseverar en la justicia recibida sin especial ayuda de Dios”. 

¡Participantes de la propia esencia de Dios! He aquí en lo que nos convertimos a través de la Gracia sobrenatural; Gracia a la que no tenemos derecho, pero somos elevados a Ella por la omnipotencia divi- na. Y para permanecer en este estado contamos con las gracias actuales, que también nos vienen gratuitamente de Dios, dependiendo tan sólo de su libre voluntad. Necesitamos, entonces, de la gracia antecedente, que nos mueve hacia el acto virtuoso, con la cual tenemos que cooperar aceptando y volviendo eficaz el impulso divino: y después de la gracia concomitante, por la cual el alma podrá continuar todos los actos sobrenaturales. 

Es Dios quien nos otorgó el libre albedrío, y es Él el que además lo lleva al acto. Dependemos de Él en todo lo que emprendemos para la conquista de la felicidad eterna. ¿Cómo no nos arrojamos humildemente a los pies del Señor para permanecer ahí en el estado inocente en el que Él mismo nos colocó? 

Para nuestra perseverancia es de fundamental importancia el auxilio de una gracia especial, que Jesucristo nos quiere dar pero que desea que la pidamos con humildad y confianza. “Con nuestras propias fuerzas, es verdad, nada podemos, pero todo nos será posible con la asistencia de Dios”. 

Veamos por tanto, que en nuestra indigencia necesitamos siempre confiar en la desmedida bondad divina, llegada a nosotros por la intercesión poderosa de la siempre Virgen María. Meditemos en la importancia de recurrir a Ella, para así, ser siempre auxiliados por la Gracia. 

Comparándonos a la Virgen fiel, vemos resaltadas nuestras mi- serias y eso nos debe hacer humildes ante la Santísima Virgen, rogando su piedad para llegar al conocimiento y horror de nuestros pecados. Podemos, así, enmendar nuestra vida y levantarnos con la fuerte decisión de ser santos. ¡Seamos valerosos! 

Meditando, parte por parte, en la oración del Ave María hagamos la comparación entre la Virgen María y nosotros, sus pobres hijos... 


“Ave María llena de gracia” 


La SantísimaVirgen estaba y estará siempre llena de gracia santificante, más que todos los ángeles y santos; en cuanto a nosotros, al permanecer en la soberbia, estamos repletos de llagas y expuestos a nuevas caídas. 


“El Señor es contigo” 


El Señor está con su Santísima Madre, pero más con cualquier otra criatura, presente en sus purísimas entrañas y unido a su alma; en cuanto nos apartamos de Dios no disfrutamos de su Divina presencia sobre todo por nuestros pecados. 


“Bendita Tú eres entre todas las mujeres” 


La Santísima Virgen sabe aprovechar muy bien todos los dones y bendiciones con que el Señor la obsequió; y nosotros, en nuestra pobreza, aprovechamos mal los bienes sobrenaturales que poseemos. 


“Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús” 


Nuestra Señora nos dio el fruto de salvación y de vida que es Jesucristo, y nosotros, pocos frutos obtenemos para la gloria de Dios y para el bien de los hermanos, siendo estériles nuestros trabajos, pues, no poseemos aliento sobrenatural para vivificarlos. 



Oración: ¡Santísima Virgen, no permitas que ningún siervo tuyo oscurezca la honra de Tu casa con los pecados y vicios. Por la compasión maternal con la que buscas al pecador intercede junto a Tu Divino Hijo por nosotros. Danos la gracia de participar en Tu humildad y en Tu amor por el ocultamiento. Amén. 


Jaculatoria: ¡Virgen Madre, llena de gracia, haz de nosotros tus humildes y felices Esclavos de Amor. 



El abismo de nuestra nada

 




DECIMO SEXTO DÍA


El abismo de nuestra nada. 


PRIMERA SEMANA 


Conocimiento de sí mismo 


“Durante la primera semana, dirigiremos todas nuestras oraciones y actos de piedad para alcanzar el conocimiento de nosotros mismos y la contrición de nuestros pecados, haciéndolo todo con espíritu de humildad.” (T.V.D) 

En este periodo nos concentraremos en nosotros mismos, es- forzándonos para conquistar la humildad, virtud indispensable en la vida cristiana. A través del auxilio de María Santísima conoceremos mejor nuestra inmensa miseria y nuestra triste condición de pecadores, sin que lleguemos al extremo de irritación contra nosotros mismos, al desánimo, o a la desesperación. 

La Santísima Virgen María proveerá la dulce paz para todos aquellos que, con rectitud, realizaran este ejercicio espiritual... 




Oraciones: 



  •   - Letanía del Espíritu Santo
    - Letanía de Nuestra Señora
    - Salutación a Nuestra Señora 



DECIMO SEXTO DÍA: 


Lectura sugerida: Santo Evangelio: (Jn 5, 2-9) 


Meditación: El abismo de nuestra nada. 


“No olvidemos nunca que nada somos y nada poseemos salvo el pecado y que la Justicia quiere que nos humillemos entre todas las criaturas porque, en el Reino de Jesucristo, los primeros serán los últimos y los últimos serán los prime- ros.” (Imitación de Cristo, Libro I, Cap.2) 

Ya conocemos, en verdad, que los pecados nos traen consecuencias terribles. Solamente habiendo pasado por este ejercicio de meditación es como llegaremos al conocimiento de nosotros mismos; asumiendo nuestra debilidad, nuestra ignorancia y, por último, nuestra nada. 

Dios es aquél que es, desde toda la eternidad; nosotros, sin Él, no somos nada. Es Él quién nos conserva; si aún vivimos, es porque Dios piensa en nosotros. En cada acción, sea en el cuerpo, o en el al- ma, dependemos de Él. Nosotros, esa nada de la que estamos hablando, fuimos creados por la Misericordia del Señor para su gloria, su ser- vicio y para la felicidad. Poseyendo este conocimiento ¿Cómo podemos volvernos contra Dios, haciendo el mal, o pecando? Únicamente en Él somos y hacemos el bien. Nuestro Señor es la fuente del querer y del hacer; la iniciativa parte de Él, sólo tenemos que no ponerle obstáculos. Durante la vida tenemos que, a ejemplo de la Madre del Cielo vivir con humildad, teniéndonos poco en cuenta y pensando siempre lo mejor de aquellos que nos rodean. 

Es realmente necesario reconocer quiénes somos y no murmurar cuando somos despreciados. “Hemos de hacer todo como si dependiese únicamente de nosotros, pero sabiendo que todo depende de Dios”. Al realizar todas las acciones de la mejor manera posible, es cuando debemos tener en cuenta la siguiente máxima: “¡Somos siervos inútiles no hacemos más que cumplir nuestra obligación!” 

Según Santa Catalina de Siena: “Es en la celda del autoconocimiento como adquirimos la perfección”. Somos débiles en nuestros cuerpos (pues, éstos, están sujetos a toda flaqueza); en nuestros bienes materiales (pues todo lo que poseemos podemos perderlo por un error de administración, envidia, por los ladrones o por los problemas con los negocios), en el estima que nos tienen los demás (porque ésta puede perderse por una calumnia o por el descubrimiento de alguna mala acción que cometimos en el pasado); en fin, somos también muy débiles en nuestra vida espiritual, donde podemos caer en pecados mortales en cualquier momento, apartándonos de Dios. 

¿Cómo confiar en nosotros mismos? ¿En las propias fuerzas, posibilidades y saberes? La ciencia que poseemos es poquísima y llena de imperfecciones, puesto que despreciamos las verdades más excelsas, enorgulleciéndonos de los conocimientos materiales y volviéndonos por así decirlo, torpes en la capacidad de penetrar en la luz de la verdad revelada. Es inmensa nuestra ignorancia y todavía nos juzgamos grandes sabios, confirmándonos en nuestras propias opiniones. Tristemente ignoramos nuestras tendencias y defectos y en la mayoría de los casos no los reconocemos cuando nos llaman la atención. 

“Aquel que bien se conoce se tiene por vil, y no se deleita con las alabanzas humanas”.“Si nos parece que sabemos mucho y que comprendemos bien las cosas, debemos estar seguros de que es mucho más lo que ignoramos”; así nos dice la Imitación de Cristo. 

Es bajo la luz que emana de María Santísima como mejor reconocemos la inmensidad de nuestra miseria y nos despreciamos confiando solamente en Dios, pues, la Verdadera Devoción se vuelve el remedio saludable para nuestros males... 

Siendo fieles a esta práctica de devoción enseñada por San Luís María G.de Montfort, tendremos las luces del Espíritu Santo, que nos da María, por medio de las que nos haremos partícipes de su profunda humildad, llevándonos a amar el desprecio a nosotros mismos y a no desdeñar a los otros. Participaremos en la fe de María, la mayor de toda la tierra, inclinándonos a proceder de forma pura, llevándonos a buscar sólo el amor, mediante lo cual realizaremos grandes cosas para Dios y para la salvación de las almas. Tendremos la verdadera libertad de los hijos de Dios, al obedecerlo, apartando de nosotros todo escrúpulo  temor servil y desordenado, dilatando nuestro corazón para avanzar por los caminos de los mandamientos del Señor. Ganaremos gran confianza en Dios y en María porque seremos revestidos con los merecimientos de la Virgen Santa. Por último nos será comunicada el alma de la Santísima Virgen, para glorificar al Señor, y su Espíritu, para regocijarnos en Dios. 

Ese tiempo tan esperado en que nos volveremos copia viva de María, ha de venir para que se establezca luego el Reinado de Jesús en el mundo. ¡Seamos, pues, fieles a la consagración que vamos a realizar! 



Oración: ¡Madre Todopoderosa, en esta preparación para nuestra entrega total a Tu cariño nos sorprende la distancia tan grande entre nosotros y tus virtudes. Confesamos el abismo de nuestra nada. Elevamos la mirada hacia Ti, al contemplar el esplendor de gracia con que Dios te revistió, la fortaleza inquebrantable con que te confirmó y la Divina Sabiduría que iluminó tu inteligencia. Tráenos el don de esa humildad; que nos haga no confiar jamás en nosotros mismos para apoyarnos so- lamente en la fuerza de Dios y en la certeza de Tu amor fiel. Amén. 



Jaculatoria: ¡María Madre del Verbo Encarnado, líbranos de las espinas de nuestra miseria, fragilidad e ignorancia de las cosas del Cielo! 





Consecuencias de nuestros malos hábitos




DECIMOQUINTO DÍA


Consecuencias de nuestros malos hábitos. 


PRIMERA SEMANA 


Conocimiento de sí mismo 




“Durante la primera semana, dirigiremos todas nuestras oraciones y actos de piedad para alcanzar el conocimiento de nosotros mismos y la contrición de nuestros pecados, haciéndolo todo con espíritu de humildad.” (T.V.D) 

En este periodo nos concentraremos en nosotros mismos, es- forzándonos para conquistar la humildad, virtud indispensable en la vida cristiana. A través del auxilio de María Santísima conoceremos mejor nuestra inmensa miseria y nuestra triste condición de pecadores, sin que lleguemos al extremo de irritación contra nosotros mismos, al desánimo, o a la desesperación. 

La Santísima Virgen María proveerá la dulce paz para todos aquellos que, con rectitud, realizaran este ejercicio espiritual... 




Oraciones: 



  •   - Letanía del Espíritu Santo
    - Letanía de Nuestra Señora
    - Salutación a Nuestra Señora 




DECIMOQUINTO DÍA: 


Lectura sugerida: Santo Evangelio: (Jn 13,21-35) 


Meditación: Consecuencias de nuestros malos hábitos. 


“Cuanto más quieren los hombres ser espirituales, tanto más amarga se le hará la vida presente, pues mejor conoce y más claramente ve los defectos de la corrupción humana.” (Imitación de Cristo, Libro I, Cap.22) 

Los malos hábitos, como frutos de perdición, son consecuencia del pecado original y de los pecados actuales. El orgullo nos hace vol- vernos a nosotros mismos, considerándonos con una excelencia que en verdad no poseemos, trayendo consigo el ocultamiento de Dios. En la práctica verificamos eso, cuando envueltos en la falsa ciencia de este mundo, nos quedamos con la mente oscurecida y así no percibimos al Señor. Con este vicio pernicioso pasamos a obrar como si Jesucristo y su Ley no existiesen, perturbándolos con nuestra conducta. Otra consecuencia de la soberbia es el olvido del prójimo, al colocarnos como centro del universo a través de nuestras palabras, opiniones y actitudes. 

Todo lo que vemos es contrario al ideal que debe presidir nuestra existencia: “La comunión de amor con Dios y con el prójimo”. 

Además, como fruto de los malos hábitos, tenemos debilitada la voluntad, que tiende a procurar sólo lo que agrada a los sentidos, rechazando cualquier tipo de cruz, sea el dolor, el sufrimiento, los rigores o cualquier forma de penitencia. La Pasión de Nuestro Señor y los Dolores de María Santísima dejan de formar parte de nuestras meditaciones para ocuparnos preferentemente del triunfo glorioso de la Resurrección y de la Ascensión de Jesús. 

Estamos sometidos a varias flaquezas; el pecado fue debilitando, como ya vimos nuestras relaciones con Dios y con el prójimo; enfriando, incluso, extinguiendo la caridad en nosotros. 

Busquemos el auxilio de la Gracia divina, que nos llega ordinariamente por los Sacramentos, y es preservada en nosotros por una vida vigilante y llena de oración; en caso contrario, la vida de Dios en nosotros deja de existir y podemos condenarnos al infierno. 

Mientras tanto, fieles a la Sabiduría Eterna y Encarnada que es Jesús no caeremos en la ignorancia, en la ceguera o en la locura, en el escándalo y en el pecado. Siéndole dóciles, deseándola y procurándola, con todas las fuerzas sin ahorrar ningún sacrificio es como llegaremos a adquirirla y conservarla. 

La contemplación de los ejemplos de María Santísima se nos muestra ahora como la forma más acertada de adquirir un aprendizaje eficaz en lo que concierne al olvido de nosotros mismos, simplemente porque nos motivaremos por el amor. Busquemos a María, pues Ella es el camino de vuelta a Dios; Ella no fue creada sino para Dios y amó hasta el extremo mostrándonos que necesitamos renunciar hasta a los propios derechos en beneficio de los otros. Si la amamos perfectamente haremos de la dedicación a Ella un gran impulso para la donación al prójimo, sirviéndolo como la propia Madre del Cielo lo serviría. 

Otro punto importante en la contemplación de María es que Ella también nos muestra, con su vida, el coraje cristiano del cual debemos estar revestidos para enfrentarnos a cualquier sufrimiento. Despojándonos de todo lo que hay de hombre viejo en nosotros, suavemente cumpliremos nuestro llamamiento a sufrir resignadamente en el cuerpo lo que faltó a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. 

¡No nos reservemos en la búsqueda de la santidad! Tengamos en María Santísima un perfecto modelo de total entrega a Dios y de servicio a los hermanos. 



Oración:¡María Santísima, guarda fidelísima de nuestra alma, nos entregamos a Ti, implorando tu compasiva mirada. Despójanos de nosotros mismos, del orgullo y de la sensualidad, revístenos de Jesús, para que aprendamos a amar a Dios y dedicarnos al prójimo. Aliéntanos, Madre de los Dolores, y conforta nuestro corazón en el fuego de la caridad de Vuestro Corazón Inmaculado para que aceptemos mortificar nuestra voluntad, siempre dóciles a Tus suaves rigores con nosotros. Prepáranos en la consagración que te queremos hacer, encaminando nuestros pasos por los caminos de las virtudes que son tan difíciles a nuestra naturaleza. Amén! 



Jaculatoria: ¡Nuestra Señora de la Esperanza, que sepamos, seguir a Jesús, renunciando a nosotros mismos y tomando la cruz de cada día! 








 

Nuestros malos hábitos

 





DECIMO CUARTO DÍA



Nuestros malos hábitos. 



PRIMERA SEMANA 


Conocimiento de sí mismo 



“Durante la primera semana, dirigiremos todas nuestras oraciones y actos de piedad para alcanzar el conocimiento de nosotros mismos y la contrición de nuestros pecados, haciéndolo todo con espíritu de humildad.” (T.V.D) 

En este periodo nos concentraremos en nosotros mismos, es- forzándonos para conquistar la humildad, virtud indispensable en la vida cristiana. A través del auxilio de María Santísima conoceremos mejor nuestra inmensa miseria y nuestra triste condición de pecadores, sin que lleguemos al extremo de irritación contra nosotros mismos, al desánimo, o a la desesperación. 

La Santísima Virgen María proveerá la dulce paz para todos aquellos que, con rectitud, realizaran este ejercicio espiritual... 




Oraciones: 


  •   - Letanía del Espíritu Santo
    - Letanía de Nuestra Señora
    - Salutación a Nuestra Señora 




DECIMO CUARTO DÍA:


 Lectura sugerida: Santo Evangelio: (MT 16,5-12) 


Meditación: Nuestros malos hábitos. 



“Todo lo que hay de malo en la historia del hombre y del mundo es consecuencia del pecado.”(Prof. Felipe Aquino, Pecados yVirtudes Capitales). 

“Cuando María os sostiene, no caéis; cuando os protege, na- da teméis; cuando os conduce, no os fatigáis, cuando os es propicia, llegáis a un puerto de salvación”. (San Bernardo) 

En nuestra vida hay varias consecuencias nefastas provenientes del pecado. 

Padecemos innumerables enfermedades de la inteligencia; la dificultad de entendimiento de las cosas de Dios, de saber nuestro des- tino, de aceptarnos con sumisión, de ser dóciles y obedientes al Señor y a sus representantes en la tierra, etc.... Infelizmente, con la mente oscurecida nos inclinamos ante las cosas creadas, teniéndolas como finalidad única, olvidándonos de Dios, poseyendo de ese modo, un amor excesivo a nosotros mismos. Somos, en fin, soberbios orgullosos y llenos de presunción, no escuchamos a nadie; nos afirmamos en nuestras propias opiniones queriendo imponerlas a todos. ¿Cómo nos corregiremos? Sólo volviéndonos humildes alcanzaremos el verdadero camino: ¡Dios, laVerdad Suprema! 

Somos vulnerables, pues nuestra voluntad se presenta muy debilitada en el ejercicio de la virtud. El pecado original despierta en nuestros sentidos las malas tendencias (concupiscencia), llevándonos a contrariar la voz de la razón y de la fe. Nuestros pecados actuales, contribuyen alimentándolas cada día más. Fácilmente caemos en el desorden de las concupiscencias y eso nos dificulta el proceso de elevación a Dios. 

No podemos, ni debemos, confiar en nosotros mismos y alcanzar seguridad en nuestra perseverancia, pues, somos muy inestables y fácilmente podemos caer en el abismo de la condenación eterna. Reconozcamos, con humildad, nuestras miserias ante Dios, confesándonos pecadores y pidiendo el socorro de su Misericordia Infinita. Cultivando la vida interior y anteponiendo el cuidado de nuestra alma a todos los otros, nos ocuparemos con Dios, aprovechando para despedirnos de todo lo que tenemos de terrenal. Con mucho cuidado de amar a Dios solamente; Aquél que llenará de consuelo y alegría nuestra alma. 

¿Y para cultivar esta vida interior, quien será para nosotros, remedio y modelo? Será María Santísima, Aquella que permaneció siempre fuerte y fiel, pues Ella ha de engendrarnos en la vida de la Gracia. Fue Ella siempre llena de Gracia, y su inteligencia y voluntad entregadas a Dios. 

No considerándose a Sí misma, fue siempre humildísima, declarándose, “La Esclava del Señor”. María es también el remedio para nuestro orgullo, y nosotros, sus esclavos, alcanzaremos la gloria de vencer al demonio y salvarnos con su ayuda maternal. 

Es la Virgen Santísima Aquella a quien los santos más se agarran, y hacen cogerse a otros, para que así puedan perseverar en el bien. Si con esta devoción nos entregamos a tan generosa Madre, confiándole todos los pequeños bienes en Ella residirá toda nuestra esperanza, ya que, como depositaria de nuestros tesoros, María ha de conservarlos y aumentarlos en merecimientos y virtudes.
“Bienaventurados los que te conocen, ¡Oh Madre de Dios, porque cuanto conocerte es la puerta de la vida inmortal, y celebrar tus virtudes es el camino para la salvación!” (Alfonso María de Ligorio). 



Oración: ¡Madre Bendita damos gracias por la iluminación que nos procuras de Jesús, a fin de que nos conozcamos siempre más y así nos despreciemos desconfiando de nosotros mismos! ¡Cuánto orgullo hay en nuestra vida! ¡Cuánta flaqueza hay en nuestra voluntad! ¡Preparémonos para entregarnos a Ti, Madre! Continua tu trabajo de mostrar, a nuestros ojos avergonzados, toda las miserias de nuestro orgullo e inconfesables flaquezas. Danos, Virgen Santísima, tu pureza, tan opuesta al pecado, que nos turba la mente y debilita la voluntad. Cura nuestra inteligencia y alienta nuestras resoluciones de humildad y perseverancia en el bien, para que confiemos únicamente en la Gracia omnipotente de Jesucristo y en el cariño bendito de Tu amparo tutelar. Amén! 



Jaculatoria: ¡María, muéstranos el camino de sabiduría y condúcenos por la senda de la justicia! 






El pecado en nuestra vida espiritual





DECIMO TERCER DÍA  


 El pecado en nuestra vida espiritual 



PRIMERA SEMANA 


Conocimiento de sí mismo 



“Durante la primera semana, dirigiremos todas nuestras oraciones y actos de piedad para alcanzar el conocimiento de nosotros mismos y la contrición de nuestros pecados, haciéndolo todo con espíritu de humildad.” (T.V.D) 

En este periodo nos concentraremos en nosotros mismos, es- forzándonos para conquistar la humildad, virtud indispensable en la vida cristiana. A través del auxilio de María Santísima conoceremos mejor nuestra inmensa miseria y nuestra triste condición de pecadores, sin que lleguemos al extremo de irritación contra nosotros mismos, al desánimo, o a la desesperación. 

La Santísima Virgen María proveerá la dulce paz para todos aquellos que, con rectitud, realizaran este ejercicio espiritual... 




Oraciones: 



  •   - Letanía del Espíritu Santo
    - Letanía de Nuestra Señora
    - Salutación a Nuestra Señora 




DECIMO TERCER DÍA 


Lectura sugerida: Santo Evangelio (MT 3,1-12) 


Meditación: El pecado en nuestra vida espiritual 




“No ofendan más a Dios Nuestro Señor que ya está muy ofendido”. (Nuestra Señora, Fátima 13 de Octubre de 1917) 

“Aunque los pecados de las almas fuesen negros como la no- che, cuando un pecador se convierte a Mi Misericordia Me da la mayor gloria y honra.”(Santa Faustina, Diario 370) 

Fue inmensa la omnipotencia y dulzura de la Sabiduría Eterna, que es Dios, en la creación de los hombres, su obra prima, haciéndolo a imagen de su belleza y perfección. Adán y Eva eran perfectas copias de su entendimiento, memoria y voluntad, - retratos de la divinidad - donde los corazones estaban repletos de Amor; ¡Todo era luz! La Gracia de Dios en sus almas los volvía inmortales, constantemente fuera de sí y transportados en Dios. Pero el hombre pecó y, con el pecado en el alma, perdió todos los dones volviéndose esclavo del demonio. 

Debilitado por las pasiones desordenadas, ya no ama a Dios, y se hace objeto de su cólera; expulsado del paraíso va a llevar una vida maldita... ¡Oh infeliz estado! 

Entretanto, Dios en su Infinita Misericordia, entrega a su Hijo único para nuestra Salvación, “El verbo se hizo carne, para así destruir la esclavitud del pecado.” (Prof. Felipe Aquino, Pecados yVirtudes capitales). Ahora, sólo con la Gracia sobrenatural del Bautismo es como recobramos la nobleza de la participación en el linaje divino, mas apartándonos de Ella, a través de los pecados actuales, entramos nuevamente en un proceso de degeneración. ¿Cómo podremos caminar rumbo a la eternidad, en medio de tantas revueltas interiores, del mundo y del maligno? Nos es , muy necesario, conocer nuestra miseria, cultivar la virtud de la humildad, renunciar a nosotros mismos, y de entre todas   las devociones a Nuestra Señora, “escoger vivir "aquella que mejor y más perfectamente nos lleve a la muerte de la propia voluntad, dejando a Cristo vivir en nosotros, para así alcanzar la salvación. Por consiguiente, colocaremos en la práctica, con la ayuda materna de la Reina de los Corazones, aquella máxima de Jesucristo: “¡Quien quiera seguirme, renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga!” 

Reflexionemos sobre lo que afirmamos, parte por parte... Primeramente, reconozcamos nuestros pecados y las consecuencias de ellos en nuestra vida espiritual. Las mejores y mayores acciones son siempre corrompidas y manchadas por el egoísmo. Para mayor comprensión, notemos que Dios introduce en los corazones, que fueron pervertidos por el pecado original y actual, sus gracias, sus dones y su amor; y éstos, son manchados por el mal fondo que existe en todos nosotros. Las buenas obras se resienten por eso; así que tenemos que liberarnos rápidamente de todo lo que hay de perverso en nosotros; conociendo por la actuación y amparo del Divino Espíritu Santo, la propia incapacidad que tenemos para practicar el bien, nuestra fragilidad, indignidad e inestabilidad del alma. 

Todo eso, es consecuencia del pecado original y de los pecados actuales que cometemos (mortales o veniales), que aumentan todavía más nuestra concupiscencia. A partir de este descubrimiento concluyamos que somos siempre incapaces. Sólo Dios es el que hace el bien en nosotros. 

Debemos, en consecuencia, asumir una actitud de plena renuncia a nosotros mismos, a nuestro cuerpo (con todos sus sentidos que tienden a la corrupción) y a nuestra alma (que estando ciega por la soberbia, se vuelve frágil en la inconstancia y rebelde en sus pasiones). Efectivamente, somos propensos a la envidia, a la gula, a la ira, a la pe- reza, etc... Renunciaremos a las acciones del cuerpo y del alma si que- remos vivir para el Cielo. Para que eso acontezca tenemos un secreto  en el orden de la Gracia, que es la perfecta y Verdadera Devoción a María Santísima; ésta, por ser más santificadora nos lleva cotidiana- mente a la muerte de nosotros mismos. Con ella, alcanzaremos la gracia del puro amor a través de la práctica de la humildad y de una vida escondida en Dios, lo que ocurrirá en poco tiempo, suavemente y con mucha facilidad, si le somos fieles. 

María Santísima nos alcanzará la gracia del Santo Temor de Dios, donde viviremos en intensa compulsión por nuestros pecados, teniendo como amargo y pesado todo lo que en el mundo no nos conduce a Él. Llevados a considerar la vida eterna, evitaremos lo que des- agrada al buen Dios, sin temer cualquier austeridad necesaria para frenar nuestra tendencia al mal. 


¡Seamos decididos! 




Oración: ¡Madre Inmaculada tenemos los ojos llenos de lágrimas de dolor de contrición y de vergüenza por nuestros pecados! Pero tu bondad cuida de nosotros. Vuélvenos puros a los ojos de Jesús, completa- mente despojados de nosotros mismos y adornados con tu belleza. Aceptamos tu auxilio para que renunciando a todas nuestras miserias, podamos revestirnos con las riquezas de Jesucristo. Amén. 



Jaculatoria: ¡Virgen purísima, libéranos de nuestras culpas, revistiéndonos con tus virtudes!