17_04_10

ESCLAVITUD DE AMOR A MARIA DIA 3 DE LA PRIMERA SEMANA


Preparación consagración a la Santísima Virgen.


Consideraciones sobre el Avemaría, encaminadas al conocimiento propio





Composición de lugar. La Virgen Santísima lavando y curando las llagas de nuestra alma, como se le presentó al Padre Alonso Exquerra, S. J.

Petición. Conocimiento profundo de mis pecados y miserias, para que me persuada de la necesidad que tengo de ponerme del todo en manos de Nuestra Señora.

Punto I. “Llena eres de gracia”. La Virgen Santísima es (está, estuvo y estará siempre) llena de gracia santificante, más que todos los ángeles y santos; y llena de toda suerte de gracias actuales, su entendimiento siempre lleno de divina luz, su voluntad siempre movida a heroicas virtudes.

Y yo estuve lleno de pecados, y estoy todavía lleno de las hediondas llagas que ellos dejaron en mi alma; lleno de aficiones desordenadas, de obscuridad en el entendimiento, de torpeza en la voluntad, y estaré tal vez muy expuesto a nuevas y mayores caídas; tanto más cercano a ellas cuanto mi soberbia me hace creer que estoy más lejos.

P. II. “El Señor es contigo”. El Señor estuvo con su Madre, más que con ninguna criatura, ya presente en sus purísimas entrañas, corporalmente, ya unido a su alma, por contemplación altísima, que, según parece, ni aun durante el sueño se interrumpía.

Y yo, ¡cuánto me he alejado de Dios con mis pecados y cuánto me he expuesto a estar de Él apartado para siempre! Y aun ahora, ¡qué poco disfruto de su presencia! Aunque, según espero en su bondad, estará presente en mi alma por la gracia de este divino sol, las nubes que levantan en ella mis pasiones no me lo dejan ver.

P. III. “Bendita tú eres entre todas las mujeres”. ¡De cuántos dones de Dios, de cuántas bendiciones está llena la Santísima Virgen y cuán bien ha sabido aprovecharlas!

Y yo ¡cuán pobre ando de bienes sobrenaturales y cuán mal sé aprovechar los que tengo! ¡Desventurado entre los hombres, como Ella bendita entre las mujeres; que tal vez los más desventurados y pecadores serían mejores que yo, si tuvieran los dones que yo tengo; aunque el Señor no me haya dado tantos como quisiera, porque ve lo mal que correspondo! ¿Qué sería de este siervo inútil, que esconde su exiguo talento, si no le valiera la intercesión de Nuestra Señora?

P. IV. “Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”. ¡Qué dichoso fruto nos trajo la Virgen Santísima, fruto de salvación y de vida para el mundo entero! ¡Y yo cuán poco fruto he logrado para la divina gloria y para bien de mis prójimos! ¡Cuán estériles son mis trabajos, por falta de aliento sobrenatural, que los vivifique!

Después de ver en cada una de estas consideraciones mi fealdad y miseria, que resalta más, contrapuesta a la hermosura y riqueza de mi Soberana, me arrojaré a sus pies, parafraseando en fervoroso coloquio la última parte del Avemaría, insistiendo, sobre todo, en el “ruega por nosotros, pecadores”. Ruega por mí, pecador, para que “sienta interno conocimiento de mis pecados y aborrecimiento de ellos”. Para que penetre con íntimo sentimiento “el desorden de mis operaciones” y aborreciéndolo “me enmiende y ordene”. No permitas, Señora, que un siervo tuyo desdore el honor de tu casa con tales pecados y tal desorden; por tu limpieza inmaculada, por el horror que al pecado tienes, por la compasión maternal que el pecador te inspira, intercede con el Padre para que me presente a Él con la pureza que a un esclavo tuyo conviene.