Preparación consagración a la Santísima Virgen.
Consideraciones sobre el Avemaría, encaminadas al conocimiento propio
Composición
de lugar. La Virgen Santísima lavando y curando las llagas de nuestra alma,
como se le presentó al Padre Alonso Exquerra, S. J.
Petición.
Conocimiento profundo de mis pecados y miserias, para que me persuada de la
necesidad que tengo de ponerme del todo en manos de Nuestra Señora.
Punto I. “Llena eres de gracia”. La Virgen Santísima es (está, estuvo y
estará siempre) llena de gracia santificante, más que todos los ángeles y
santos; y llena de toda suerte de gracias actuales, su entendimiento siempre
lleno de divina luz, su voluntad siempre movida a heroicas virtudes.
Y
yo estuve lleno de pecados, y estoy todavía lleno de las hediondas llagas que
ellos dejaron en mi alma; lleno de aficiones desordenadas, de obscuridad en el
entendimiento, de torpeza en la voluntad, y estaré tal vez muy expuesto a
nuevas y mayores caídas; tanto más cercano a ellas cuanto mi soberbia me hace
creer que estoy más lejos.
P. II. “El Señor es contigo”. El Señor estuvo con su Madre, más que con
ninguna criatura, ya presente en sus purísimas entrañas, corporalmente, ya
unido a su alma, por contemplación altísima, que, según parece, ni aun durante el
sueño se interrumpía.
Y
yo, ¡cuánto me he alejado de Dios con mis pecados y cuánto me he expuesto a
estar de Él apartado para siempre! Y aun ahora, ¡qué poco disfruto de su
presencia! Aunque, según espero en su bondad, estará presente en mi alma por la
gracia de este divino sol, las nubes que levantan en ella mis pasiones no me lo
dejan ver.
P. III. “Bendita tú eres entre todas las mujeres”. ¡De cuántos dones de
Dios, de cuántas bendiciones está llena la Santísima Virgen y cuán bien ha
sabido aprovecharlas!
Y
yo ¡cuán pobre ando de bienes sobrenaturales y cuán mal sé aprovechar los que
tengo! ¡Desventurado entre los hombres, como Ella bendita entre las mujeres;
que tal vez los más desventurados y pecadores serían mejores que yo, si
tuvieran los dones que yo tengo; aunque el Señor no me haya dado tantos como
quisiera, porque ve lo mal que correspondo! ¿Qué sería de este siervo inútil,
que esconde su exiguo talento, si no le valiera la intercesión de Nuestra
Señora?
P. IV. “Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”. ¡Qué dichoso fruto
nos trajo la Virgen Santísima, fruto de salvación y de vida para el mundo
entero! ¡Y yo cuán poco fruto he logrado para la divina gloria y para bien de
mis prójimos! ¡Cuán estériles son mis trabajos, por falta de aliento sobrenatural,
que los vivifique!
Después de ver en cada una
de estas consideraciones mi fealdad y miseria, que resalta más, contrapuesta a
la hermosura y riqueza de mi Soberana, me arrojaré a sus pies, parafraseando en
fervoroso coloquio la última parte del Avemaría, insistiendo, sobre todo, en el
“ruega por nosotros, pecadores”. Ruega por mí, pecador, para que “sienta
interno conocimiento de mis pecados y aborrecimiento de ellos”. Para que
penetre con íntimo sentimiento “el desorden de mis operaciones” y aborreciéndolo
“me enmiende y ordene”. No permitas, Señora, que un siervo tuyo desdore el
honor de tu casa con tales pecados y tal desorden; por tu limpieza inmaculada,
por el horror que al pecado tienes, por la compasión maternal que el pecador te
inspira, intercede con el Padre para que me presente a Él con la pureza que a
un esclavo tuyo conviene.
Petición. Conocimiento profundo de mis pecados y miserias, para que me persuada de la necesidad que tengo de ponerme del todo en manos de Nuestra Señora.