17_04_09

ESCLAVITUD DE AMOR A MARIA DIA 9


El Purgatorio







Composición de lugar. Una inmensa caverna llena de llamas, las almas como en cuerpos de fuego; la Virgen Nuestra Señora, dándoles la mano para salir.

Petición. Temor de la Justicia Divina, que nos despoje de los resabios del espíritu del mundo, para entregarnos del todo a la Santísima Virgen.

Punto I. Acerca del purgatorio, la fe sólo nos dice que existe este lugar de expiación para las almas que han muerto en gracia, sin satisfacer toda la pena debida a sus pecados y que estas almas pueden ser aliviadas de sus penas por los sufragios de los fieles y sobre todo por el aceptable sacrificio del Altar. Los teólogos dicen también que en este lugar hay fuego, aunque es lo más probable que no todas las almas pasan por él; y convienen a lo menos en que hay penas en el purgatorio más terribles que todas las de este mundo. Varios Santos Padres aseguran que son mayores estas penas que todos los tormentos de los mártires juntos; y muchos teólogos, y tan autorizados como Santo Tomás y Escoto, llegan a decir que la más pequeña pena del purgatorio es mayor que todas las del mundo. Y aunque esto último no sea más que probable, ¿no es locura exponerse a la probabilidad de pasar por tales penas por faltas que tan fácilmente pudiéramos evitar? ¿Cometeríamos esas faltillas si fuera probable que por ellas nos hubiera de salir un cáncer u otra dolorosa enfermedad?

Cuánto durarán estas penas no lo sabemos; muchas revelaciones particulares (tan bien comprobadas algunas que no parece se puede acerca de ellas dudar) inducen a creer que por leves faltas se padece largo purgatorio.

Y dado que no pasemos por la pena de fuego, harto terrible es la de daño, aunque ahora no acertemos a entenderla. Santa Teresa, que había padecido tantas enfermedades, decía que todas ellas no eran comparables con la pena, que sentía aun en este mundo, por la ausencia de Dios. Pues, ¿qué será la que allá sientan aquellas almas, cuando, alejadas ya de todo cuanto en la vida podía distraerlas, concentran en Dios todos sus anhelos; con ese ímpetu terrible que tiene la voluntad humana cuando se lanza en alas de la pasión; con esa fuerza que tantas veces la arrastra en este mundo a la desesperación y al suicidio?
¡Ay, cuánto hemos de llorar la pereza que ahora sentimos en romper las cadenas, o las redecillas, con que el mundo nos ata las alas del alma para que no volemos a ese sumo y único bien! ¡Oh Señora queridísima, rompednos esas cadenas!

P. II. La Santa Esclavitud alivia sobremanera las llamas del purgatorio. Primero alivia las penas de nuestros prójimos, porque al poner nosotros en manos de la Santísima Virgen nuestros tesoros espirituales Ella los distribuye entre aquellas almas, tal vez ligadas a nosotros por sagrados vínculos. Después aliviará también nuestras penas porque no podrá menos de pagarnos bien Nuestra Señora la generosidad con que nos hemos despojado de todas nuestras satisfacciones para enriquecerla a Ella.

Por otra parte, esta perfecta consagración a Jesús por María nos obliga a vivir con más cautela, como quien vive en presencia de nuestra Señora, nos estimula a hacer mejor nuestras obras, como quien las hace por Ella, nos libra de multitud de faltas, de las que tal vez no hacíamos antes caso; y así por varios modos se disminuye la leña, la paja y el heno de que se ceban aquellas llamas purificadoras.

Preparemos, pues, ahora nuestras almas a una consagración verdadera y completa, purificándolas de todas sus manchas para que sean templo de María Inmaculada; y si esto hacemos, poco encontrará que purificar en ellas la Divina Justicia con el fuego del purgatorio.


Y “tú, inmaculadísima morada de la luz, arroja pronto las tinieblas de mi alma”. (San José Himnógrafo.)