El Purgatorio
Composición de
lugar. Una inmensa caverna llena de llamas, las almas como en cuerpos de fuego;
la Virgen Nuestra Señora, dándoles la mano para salir.
Petición. Temor de
la Justicia Divina, que nos despoje de los resabios del espíritu del mundo,
para entregarnos del todo a la Santísima Virgen.
Punto I. Acerca del
purgatorio, la fe sólo nos dice que existe este lugar de expiación para las
almas que han muerto en gracia, sin satisfacer toda la pena debida a sus
pecados y que estas almas pueden ser aliviadas de sus penas por los sufragios
de los fieles y sobre todo por el aceptable sacrificio del Altar. Los teólogos
dicen también que en este lugar hay fuego, aunque es lo más probable que no
todas las almas pasan por él; y convienen a lo menos en que hay penas en el
purgatorio más terribles que todas las de este mundo. Varios Santos Padres
aseguran que son mayores estas penas que todos los tormentos de los mártires
juntos; y muchos teólogos, y tan autorizados como Santo Tomás y Escoto, llegan
a decir que la más pequeña pena del purgatorio es mayor que todas las del
mundo. Y aunque esto último no sea más que probable, ¿no es locura exponerse a
la probabilidad de pasar por tales penas por faltas que tan fácilmente
pudiéramos evitar? ¿Cometeríamos esas faltillas si fuera probable que por ellas
nos hubiera de salir un cáncer u otra dolorosa enfermedad?
Cuánto durarán estas
penas no lo sabemos; muchas revelaciones particulares (tan bien comprobadas
algunas que no parece se puede acerca de ellas dudar) inducen a creer que por
leves faltas se padece largo purgatorio.
Y dado que no
pasemos por la pena de fuego, harto terrible es la de daño, aunque ahora no
acertemos a entenderla. Santa Teresa, que había padecido tantas enfermedades,
decía que todas ellas no eran comparables con la pena, que sentía aun en este
mundo, por la ausencia de Dios. Pues, ¿qué será la que allá sientan aquellas
almas, cuando, alejadas ya de todo cuanto en la vida podía distraerlas,
concentran en Dios todos sus anhelos; con ese ímpetu terrible que tiene la
voluntad humana cuando se lanza en alas de la pasión; con esa fuerza que tantas
veces la arrastra en este mundo a la desesperación y al suicidio?
¡Ay, cuánto hemos de
llorar la pereza que ahora sentimos en romper las cadenas, o las redecillas,
con que el mundo nos ata las alas del alma para que no volemos a ese sumo y
único bien! ¡Oh Señora queridísima, rompednos esas cadenas!
P. II. La Santa Esclavitud
alivia sobremanera las llamas del purgatorio. Primero alivia las penas de
nuestros prójimos, porque al poner nosotros en manos de la Santísima Virgen
nuestros tesoros espirituales Ella los distribuye entre aquellas almas, tal vez
ligadas a nosotros por sagrados vínculos. Después aliviará también nuestras
penas porque no podrá menos de pagarnos bien Nuestra Señora la generosidad con
que nos hemos despojado de todas nuestras satisfacciones para enriquecerla a
Ella.
Por otra parte, esta
perfecta consagración a Jesús por María nos obliga a vivir con más cautela,
como quien vive en presencia de nuestra Señora, nos estimula a hacer mejor
nuestras obras, como quien las hace por Ella, nos libra de multitud de faltas,
de las que tal vez no hacíamos antes caso; y así por varios modos se disminuye
la leña, la paja y el heno de que se ceban aquellas llamas purificadoras.
Preparemos, pues,
ahora nuestras almas a una consagración verdadera y completa, purificándolas de
todas sus manchas para que sean templo de María Inmaculada; y si esto hacemos,
poco encontrará que purificar en ellas la Divina Justicia con el fuego del purgatorio.
Y “tú, inmaculadísima morada de la luz, arroja pronto las tinieblas de
mi alma”. (San José Himnógrafo.)