Eternidad
Composición de lugar. Figurarse que la Santísima
Virgen me lleva de la mano a un monte muy alto, desde donde miro todas las
cosas de abajo muy pequeñas.
Petición. Sentimiento interno de la eternidad,
que acabe de despegarme del espíritu del mundo para unirme a María.
Punto
I. Procuremos figurarnos
lo que es la eternidad para que nuestra misma imaginación se impresione con
esta idea. Si cada siglo se destruyera un astro, calculemos cuántos siglos
habrían de pasar para que se destruyeran todos. Si pasados todos esos millares
de siglos arrastrara una hormiga un grano de arena y pasados otros tantos
millares de siglos volviera a arrastrar otro grano, ¿cuántos siglos pasarían
hasta arrastrar todas las arenas de una playa y aun toda la tierra del mundo?
Pues, pasado todo este tiempo y mil veces más, no se habrán acabado los
tormentos del infierno ni los goces del paraíso.
¿Qué locura será estimar tanto las cosas de este
mundo, que tan pronto se pasan, en comparación de lo que siempre dura? ¿No
tendríamos por loco al que sacrificara la felicidad de una larga vida por el
goce de unos momentos? ¿No nos admiramos de Esaú, que trueca la primogenitura
por un plato de lentejas?
P.
II. “El tiempo es breve; la
vida, en comparación de la eternidad, es nada.”
“Resta, pues, que los que tienen mujeres vivan
como si no las tuvieran, los que lloran como si no lloraran, los que compran
como si no poseyeran, los que usan de (las cosas de) este mundo como si no
usaran (de ellas); porque la figura de este mundo pasa”; es como una comedia,
que en seguida se acaba y no vale la pena de tomarlo en serio. El hombre que se
acostumbra a pensar en la eternidad se ríe del interés con que toman los
hombres del mundo los negocios, como se ríen las gentes formales de los juegos
de los niños. ¿Qué importan todos los placeres y todos los dolores, todas las
glorias y todas las afrentas del mundo miradas desde las alturas de la eternidad?
“No he nacido para las cosas de este mundo, sino
para las eternas.” Con esta máxima templó su alma heroica el Benjamín de María,
San Estanislao. Con esta idea se forman todos los hombres espirituales y por
eso reflejan en toda su vida no sé qué del otro mundo que les hace aparecer
como ángeles, con la serenidad imperturbable de quien aquí nada teme y nada
espera, mansamente enérgicos y constantes, con la majestad propia de los hijos
de Dios.
P.
III. La Virgen Santísima
tiene en sus manos las llaves de la eternidad, como esposa y madre del Rey
inmortal de los siglos. ¿Quién, al contemplarla llena de tanta majestad, no
tiene por gran gloria ser esclavo? ¿Quién no se ofrece gustoso a su servicio,
sabiendo que es eterno su reinado y quien se una a Ella no puede perecer? “Los
que me hallaren hallarán la vida y los que me ilustraren tendrán vida eterna”.
La esclavitud de María, desatándonos de todas
las cosas del mundo, imprimirá en nuestra alma ese sello de grandeza propio de
los hombres de la eternidad.