17_04_08

ESCLAVITUD DE AMOR A MARIA DIA 5


El juicio particular






Composición de lugar. Mi cuerpo, en el lecho de muerte, poco después de expirar; y mi alma ante la presencia de Jesucristo Juez.

Petición. Temor del juicio de Dios, que me aparte de los vanos temores del mundo y me sujete más a la Santa Esclavitud de María.

Punto I. Terrible es caer en las manos de Dios vivo para ser juzgado por el Juez que todo lo sabe y todo lo puede, en quien no cabe engaño, ni injusticia ni misericordia tampoco, después que el tiempo de la misericordia pase. Terrible ser juzgado por Jesucristo, Señor nuestro, el que tanto nos ha amado y a quien hemos ofendido tanto. ¿Qué le responderemos cuando nos muestre sus llagas y nos diga: mira lo que yo hice por ti, y responde lo que has hecho por mí?

Aumentará el terror, sobre todo nuestra propia conciencia, en la que se reflejan como en un espejo todos los pecados de la vida.
“La Virgen Santísima en aquella hora no se entremete en este juicio, porque en saliendo el alma del cuerpo se cierra la puerta de la intercesión y del perdón, y se abre la de la justicia rigurosa.” (P. La Puente.) Y ¿qué será de mí si mi única abogada me falta?... Pero no me faltará si soy su esclavo, porque antes del juicio me habrá ella misma presentado al supremo Juez, haciendo constar que soy todo suyo; y entonces me presentará ante la Divina Majestad con grande confianza; aunque también con grande vergüenza y confusión de no haber cumplido mejor con los deberes que la santa Esclavitud me impone.

P. II. ¡Temerosa será la cuenta! ¡Riguroso el examen! Todas las obras, palabras y pensamientos de la vida; todos los beneficios recibidos de Dios, puestos en balanza con lo que hemos hecho para corresponder a ellos; las almas encomendadas a nuestro cuidado que se han perdido por nuestra negligencia (examinen aquí cómo cumplen con sus deberes los sacerdotes, los padres, los maestros, los amos, etc.); las empresas de la gloria de Dios que se han frustrado por nuestro egoísmo; el daño que hemos hecho al bien de la Iglesia y de las almas con las pequeñeces de nuestras pasioncillas indómitas. ¿Quién no temblará por tantos pecados ajenos de que tal vez ha sido causa, aun suponiendo que no tengan mucho que temblar por los propios?

Mas el alma fiel a la práctica interna de la Santa Esclavitud no tiene motivo para estos temores. ¡Ella sí que ha aprovechado bien su tiempo viviendo en compañía de su Señora! La presencia habitual de María le habrá hecho caer en la cuenta de lo que en cada instante debía hacer para la gloria de Dios; le habrá dado luz para conocer sus faltas más ocultas y gracia para irlas enmendando y para dominar sus pasiones, de modo que nunca haga daño a sus prójimos. Sus buenas obras, por imperfectas que en sí sean, tienen, a los menos, no sé qué realce y brillo, no sé qué agradable perfume para Dios, por haber pasado por las manos de María, su queridísima Madre y Esposa. Y por pobre y miserable que a los ojos de Dios se encuentre el esclavo de María, siempre tiene confianza en que los méritos de su Señora serán su suplemento. Esta idea de San Luis María alentaba al gran León XIII momentos antes de morir.

P. III. La sentencia ¿cuál será? ¿De salvación o de condenación? Si de alguna manera he permanecido fiel a la consagración a la Santísima Virgen (aunque no sea con la perfección que en el punto anterior decíamos), de esperar es que mi sentencia será de salvación, por más que mis faltas me expongan a largo y terrible purgatorio. Pero si del todo me he olvidado de que soy esclavo de María, y dejando sus dulces cadenas he vuelto a enredarme en la esclavitud del mundo y del pecado, entonces, ¡ay de mí!, ¿qué puedo esperar?

“Cuidado con cruzarse de brazos, sin trabajar; que mi secreto (es decir, la misma Santa Esclavitud), se convertirá en veneno y vendrá a ser tu condenación.” (Secreto de María.)
No será así, Señora mía, que yo espero con vuestra gracia aprovecharme bien de este tesoro.

“Abridme el Corazón de vuestro Hijo misericordioso. Reformad mi vida tan miserable, para que apoyado en vuestra intercesión comparezca inocente ante el Juez, cuya benevolencia me conciliaréis, y evite así los castigos con que atormenta a los impíos.” (San Efrén.)