17_04_10

ESCLAVITUD DE AMOR A MARIA DIA 1 DE LA PRIMERA SEMANA


  Preparación para la consagración a la Santísima Virgen.




Composición de lugar. “Ver con la vista imaginativa y considerar mi ánima ser encarcelada en este cuerpo corruptible y todo el compósito (el hombre, el compuesto de cuerpo y alma) en este valle como desterrado entre brutos animales.”

Petición. “Vergüenza y confusión de mí mismo, viendo cuántos han sido dañados (condenados) por un solo pecado mortal, y cuántas veces yo merecía ser condenado para siempre por mis tantos pecados.”

Punto I. “Traer en memoria el pecado de los ángeles: cómo siendo ellos criados” con tan excelentes potencias intelectuales, que no pueden compararse con las nuestras; con tanto poder natural que uno solo pudiera deshacer todo el mundo; “criados en gracia” y con tantos dones sobrenaturales y tanta hermosura que las Divinas Letras nos los representan en las delicias del paraíso, vestidos de piedras preciosas, como sapientísimo y hermosísimos príncipes: “No se queriendo ayudar con su libertad para hacer reverencia a su Criador y Señor, viniendo en soberbia”, por este solo y primer pecado de pensamiento “fueron convertidos de gracia en malicia”, de luceros de la corte celestial en carbones del infierno. ¡Y eran la tercera parte de los espíritus angélicos, que son numerosos como las estrellas del cielo, millones de millones!

“Traer en comparación de un pecado de los ángeles tantos pecados míos, y donde ellos”, por todos conceptos tan superiores a mí, “por un solo pecado”, y de pensamiento, y el primero que se cometía, “fueron al infierno”, sin que hubiera compasión ni tiempo de penitencia; “¡cuántas veces yo le he merecido por tantos” pecados de pensamiento, palabra y obra, cometidos después de tantos castigos y después de haber muerto por mí el Hijo de Dios! ¡Ay, Reina de Misericordia!, ¿qué fuera de mí, si tú no me hubieras amparado con tu poderosa intercesión? Y ¿qué será de mí, si tú no continúas siendo mi abogada?

P. II. Traer a la memoria cómo Adán y Eva, “siendo vedados que no comiesen del árbol de la ciencia y ellos comiendo y asimismo pecando, fueron lanzados del paraíso y vivieron sin la Justicia original que habían perdido toda su vida en muchos trabajos y mucha penitencia”. Todo esto por un solo pecado, menor acaso que los míos, y, lo que es todavía más, por este pecado “cuánta corrupción vino a todo el género humano, andando tantas gentes para el infierno”. De manera que de este solo pecado vinieron tantos males y todos los hombres del mundo perdieron su felicidad temporal y muchísimos su felicidad eterna. Tan gran castigo merece un solo pecado. Pues ¿qué merecerán tantos míos y cuánto debiera yo padecer?

P. III. Para mejor entender la gravedad y malicia del pecado mortal, considerémoslo en un hombre cualquiera, que haya cometido uno solo, aunque sea de los más ligeros y excusables; por ejemplo, en un niño pagano, que ha cometido un solo pecado mortal de pensamiento. Esto le bastará para arder eternamente en el infierno, si antes de morir no se arrepiente. Y eso a pesar de ser Dios infinita misericordia, que siempre castiga menos de lo que se merece. Y es que la malicia del pecado es muy grande “por ser contra nuestro Criador y Señor”.
Si, pues, yo he cometido, no uno, sino muchos pecados mortales, mucho más maliciosos e inexcusables, debería estar también en el infierno, donde acaso hay muchas almas que han cometido menos pecados y menores que los míos. Y, si tal vez no he tenido la desgracia de cometer ningún pecado mortal, habrá, a lo menos, en el infierno muchas almas que han menospreciado menos gracias que yo; y si yo no estoy allí será porque, a pesar de mi tibieza, el Señor, por un milagro de su misericordia, me ha apartado de la boca del abismo. ¿No será acaso por alguna pequeña devoción que he tenido a la Reina de los Ángeles?

P. IV. Pero la razón última por que a mí me ha perdonado el Padre de las Misericordias será siempre la muerte de su preciosísimo Hijo. En ella sí que he de mirar, sobre todo, los efectos del pecado: que si el Hijo de Dios sufre tan terrible y afrentosa muerte, es porque (como dijo Isaías) “puso en él su Padre las iniquidades de todos nosotros”. ¡Cuán horrenda cosa debe ser el pecado, cuando tanto permite Dios que sufran por él su Hijo inocentísimo, a quien ama con amor infinito, y su Madre Inmaculada, en quien se complace sobre todas las criaturas!

“Imaginando, pues, a Cristo Nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un coloquio cómo de Criador es venido a hacerse hombre y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto mirando a mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo y lo que debo hacer por Cristo; y así viéndole tal y así colgado en la cruz, discurrir por lo que se ofreciere.”

Y mirando también al pie de la cruz a la Dolorosa Madre, he de pensar cuántos dolores la han hecho padecer mis pecados y cuán generosamente ofrece sus sufrimientos por mí; y asimismo he de preguntarme “qué he hecho por María, qué hago por María, qué debo hacer por María”. Poco será hacerme esclavo, cuando Jesucristo se ha hecho esclavo y ha muerto como esclavo por mí.