Preparación para la consagración a la Santísima Virgen.
Composición de lugar. “Ver con
la vista imaginativa y considerar mi ánima ser encarcelada en este cuerpo
corruptible y todo el compósito (el hombre, el compuesto de cuerpo y alma) en
este valle como desterrado entre brutos animales.”
Petición. “Vergüenza y
confusión de mí mismo, viendo cuántos han sido dañados (condenados) por un solo
pecado mortal, y cuántas veces yo merecía ser condenado para siempre por mis
tantos pecados.”
Punto I. “Traer en memoria el
pecado de los ángeles: cómo siendo ellos criados” con tan excelentes potencias
intelectuales, que no pueden compararse con las nuestras; con tanto poder
natural que uno solo pudiera deshacer todo el mundo; “criados en gracia” y con
tantos dones sobrenaturales y tanta hermosura que las Divinas Letras nos los
representan en las delicias del paraíso, vestidos de piedras preciosas, como
sapientísimo y hermosísimos príncipes: “No se queriendo ayudar con su libertad
para hacer reverencia a su Criador y Señor, viniendo en soberbia”, por este
solo y primer pecado de pensamiento “fueron convertidos de gracia en malicia”,
de luceros de la corte celestial en carbones del infierno. ¡Y eran la tercera
parte de los espíritus angélicos, que son numerosos como las estrellas del
cielo, millones de millones!
“Traer en comparación de un
pecado de los ángeles tantos pecados míos, y donde ellos”, por todos conceptos
tan superiores a mí, “por un solo pecado”, y de pensamiento, y el primero que
se cometía, “fueron al infierno”, sin que hubiera compasión ni tiempo de
penitencia; “¡cuántas veces yo le he merecido por tantos” pecados de
pensamiento, palabra y obra, cometidos después de tantos castigos y después de
haber muerto por mí el Hijo de Dios! ¡Ay, Reina de Misericordia!, ¿qué fuera de
mí, si tú no me hubieras amparado con tu poderosa intercesión? Y ¿qué será de
mí, si tú no continúas siendo mi abogada?
P. II. Traer a la memoria cómo
Adán y Eva, “siendo vedados que no comiesen del árbol de la ciencia y ellos
comiendo y asimismo pecando, fueron lanzados del paraíso y vivieron sin la
Justicia original que habían perdido toda su vida en muchos trabajos y mucha
penitencia”. Todo esto por un solo pecado, menor acaso que los míos, y, lo que
es todavía más, por este pecado “cuánta corrupción vino a todo el género
humano, andando tantas gentes para el infierno”. De manera que de este solo
pecado vinieron tantos males y todos los hombres del mundo perdieron su
felicidad temporal y muchísimos su felicidad eterna. Tan gran castigo merece un
solo pecado. Pues ¿qué merecerán tantos míos y cuánto debiera yo padecer?
P. III. Para mejor entender la
gravedad y malicia del pecado mortal, considerémoslo en un hombre cualquiera,
que haya cometido uno solo, aunque sea de los más ligeros y excusables; por
ejemplo, en un niño pagano, que ha cometido un solo pecado mortal de
pensamiento. Esto le bastará para arder eternamente en el infierno, si antes de
morir no se arrepiente. Y eso a pesar de ser Dios infinita misericordia, que
siempre castiga menos de lo que se merece. Y es que la malicia del pecado es muy
grande “por ser contra nuestro Criador y Señor”.
Si, pues, yo he cometido, no
uno, sino muchos pecados mortales, mucho más maliciosos e inexcusables, debería
estar también en el infierno, donde acaso hay muchas almas que han cometido
menos pecados y menores que los míos. Y, si tal vez no he tenido la desgracia
de cometer ningún pecado mortal, habrá, a lo menos, en el infierno muchas almas
que han menospreciado menos gracias que yo; y si yo no estoy allí será porque,
a pesar de mi tibieza, el Señor, por un milagro de su misericordia, me ha
apartado de la boca del abismo. ¿No será acaso por alguna pequeña devoción que
he tenido a la Reina de los Ángeles?
P. IV. Pero la razón última
por que a mí me ha perdonado el Padre de las Misericordias será siempre la muerte
de su preciosísimo Hijo. En ella sí que he de mirar, sobre todo, los efectos
del pecado: que si el Hijo de Dios sufre tan terrible y afrentosa muerte, es
porque (como dijo Isaías) “puso en él su Padre las iniquidades de todos
nosotros”. ¡Cuán horrenda cosa debe ser el pecado, cuando tanto permite Dios
que sufran por él su Hijo inocentísimo, a quien ama con amor infinito, y su
Madre Inmaculada, en quien se complace sobre todas las criaturas!
“Imaginando, pues, a Cristo
Nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un coloquio cómo de Criador es
venido a hacerse hombre y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por
mis pecados. Otro tanto mirando a mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que
hago por Cristo y lo que debo hacer por Cristo; y así viéndole tal y así
colgado en la cruz, discurrir por lo que se ofreciere.”
Y mirando
también al pie de la cruz a la Dolorosa Madre, he de pensar cuántos dolores la
han hecho padecer mis pecados y cuán generosamente ofrece sus sufrimientos por
mí; y asimismo he de preguntarme “qué he hecho por María, qué hago por María,
qué debo hacer por María”. Poco será hacerme esclavo, cuando Jesucristo se ha
hecho esclavo y ha muerto como esclavo por mí.