17_05_23

ESCLAVITUD DE AMOR A MARÍA DÍA 4 DE PRIMERA SEMANA

Preparación consagración a la Santísima Virgen.



De la muerte del hombre viejo






Composición de lugar. La Virgen Santísima lavando y curando las llagas de nuestra alma.


Petición. “Que sienta el desorden de mis operaciones, para que aborreciendo me enmiende y ordene.” (San Ignacio).


Punto I. Necesidad de vaciarnos de lo malo que hay en nosotros. Cuando se pone agua clara y limpia en una vasija que huele mal, o vino en un tonel dañado por el mal licor que contuviera, el agua y el buen vino se dañan y toman con facilidad el mal olor. Del mismo modo cuando Dios pone en la vasija de nuestra alma, manchada por el pecado original y actual, sus gracias y rocíos celestiales o el vino delicioso de su amor, estos dones ordinariamente se corrompen y manchan por la mala levadura y el mal fondo que ha dejado en nosotros el pecado; nuestros actos, aun los de las virtudes más sublimes se resienten de ello. Es, pues, de gran importancia para adquirir la perfección, que no se adquiere sino por la unión por Jesucristo, el abandonar lo que hay malo en nosotros; porque si no, nuestro Señor, que es infinitamente puro y aborrece hasta el extremo cualquier mancha en el alma, nos apartará de su vista y no se unirá a nosotros.”

P. II. Qué hay que hacer para vaciarnos de lo malo que hay en nosotros. Para dejar todo lo que hay dentro de nosotros mismos es necesario:

1.º Conocer bien por la luz del Espíritu Santo nuestro mal fondo, nuestra incapacidad para todo bien útil a nuestra salvación, nuestra debilidad en todas las cosas, inconstancia en todos los tiempos, nuestra indignidad para toda gracia y nuestra iniquidad en todo lugar. El pecado de nuestros primeros padres nos ha corrompido, agriado y podrido a todos, como la levadura agria corrompe la masa en que se pone. Los pecados actuales cometidos por nosotros, sean mortales, sean veniales, por más que nos sean perdonados, han aumentado nuestra concupiscencia, nuestra debilidad, nuestra inconstancia y nuestra corrupción, dejando malas reliquias en nuestra alma. Nuestros cuerpos están tan corrompidos, que son llamados por el Espíritu Santo cuerpos de pecado; concebidos en pecado, alimentados en el pecado y capaces de todo pecado: cuerpos sujetos a mil enfermedades, que se corrompen de día en día y que no engendran sino gusanos y corrupción.
Nuestra alma, unida a nuestro cuerpo, se ha vuelto tan carnal, que es llamada carne: “toda carne había corrompido su camino”. No tenemos por herencia sino el orgullo y la ceguera en el espíritu, el endurecimiento en el corazón, la debilidad y la inconstancia en el alma, la concupiscencia, las pasiones revueltas y las enfermedades en el cuerpo. Somos naturalmente más orgullosos que los pavos reales, más pegados a la tierra que los sapos, más tragones que los cerdos, más coléricos que los tigres, más perezosos que las tortugas, más débiles que las cañas y más inconstantes que las veletas. No tenemos nuestro más que la nada, y el pecado, y no merecemos más que la ira de Dios y el infierno eterno.
Después de esto, ¿se puede uno admirar si nuestro Señor ha dicho que el que quiera seguirle debe renunciarse a sí mismo y aborrecer su alma; que el que ame su alma la perderá, y que aquel que la aborrezca la salvará? Esta sabiduría infinita que no da mandatos sin razón, no nos manda aborrecernos a nosotros mismos, sino porque somos grandemente dignos de aborrecimiento: nada tan digno de ser amado hay como Dios, nada tan digno de ser aborrecido como nosotros.

2.º Para dejar todo lo que hay dentro de nosotros mismos es necesario morir a nosotros mismos; es decir, a los actos de pecado de nuestra alma y de los sentidos corporales; es necesario ver como si no se viese, oír como si no se oyese, servirse de las cosas del mundo como si no se sirviese de ellas, lo que San Pablo llama morir todos los días: “Quotidie morior.” Si el grano de trigo, al caer en la tierra, no muere, permanece solo y no da fruto que sea bueno. Si no morimos a nosotros mismos, y si nuestras devociones, las más santas, no nos llevan a esta muerte necesaria y fecunda, no daremos fruto que valga, y nos serán inútiles nuestras devociones; todas nuestras virtudes estarán sucias por nuestro amor propio y nuestra propia voluntad, lo que hará que Dios abomine los más grandes sacrificios y las mejores acciones que podamos hacer; que a nuestra muerte nos encontremos con las manos vacías de virtudes y de méritos y que no tengamos ni un rayo de amor puro; el cual no se comunica más que a las almas muertas a ellas mismas, cuya vida está escondida con Jesucristo en Dios.

3.º Es necesario escoger, entre todas las devociones de la Santísima Virgen, aquella que nos lleve mejor a la muerte de nosotros mismos, como la mejor y la más santificadora; porque no se debe creer que todo lo que reluce sea oro, que todo lo que es dulce sea miel y que todo lo que es fácil de hacer y practicado por el mayor número sea santificante. Como hay secretos en la naturaleza para hacer en poco tiempo, con poco gasto y con facilidad operaciones naturales, lo mismo hay secreto en el orden de la gracia, para hacer en poco tiempo, con dulzura y facilidad, operaciones sobrenaturales, negarse a sí mismo, llenarse de Dios y hacerse perfecto.”


¡Ay! ¡Cuánta falta me hace la maestra del Cielo, que me guíe y enseñe!