17_05_31

ESCLAVITUD DE AMOR A MARÍA DÍA 5 DE LA TERCERA SEMANA

Preparación para la Consagración a María

Bondad encantadora y dulzura

 inefable de la Sabiduría Encarnada




Composición de lugar. Ver a Cristo, Señor nuestro, que nos muestra su Corazón, diciendo “Venid a mí todos”, y a la Virgen Nuestra Señora, que nos invita a acercarnos a Él.


Petición. Sentimiento de la bondad y dulzura del Corazón Divino.


Punto I. “Si consideramos los principios de donde Cristo (en cuanto Dios y en cuanto hombre) procede, no hallaremos sino bondad y dulzura. Porque es don del amor del Eterno Padre y efecto del amor del Espíritu Santo: “Así como amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito”. Y es nacido de la más dulce, de la más tierna y de la más hermosa de todas las madres, la divina María. ¿Queréis que os explique la dulzura de Jesús? Explicadme primero la dulzura de María, su Madre, a quien tanto se parece su temperamento. Jesús es el hijo de María, y por consiguiente, nada hay en Él de fiereza, ni de rigor, ni de fealdad; pero aún hay infinitamente menos que en su Madre, pues es (por otra parte) la Sabiduría Eterna, la dulzura y la bondad misma.
Los profetas le llamaron oveja y cordero por su mansedumbre, y predijeron de él que no acabaría de romper la caña quebrada ni apagaría la mecha que humea. Que es decir será tanta su dulzura, que al pobre pecador medio quebrantado, ciego y perdido, que tiene ya un pie en el infierno, no le perderá del todo, a menos que se vea obligado.
Juan Bautista exclamó al señalarle con el dedo a sus discípulos: “He aquí el Cordero de Dios.” No dijo, como parece que debiera haber dicho: he aquí el Altísimo, el Rey de la gloria, etc., sino como quien le conocía mejor que hombre alguno, exclamó: he aquí el Cordero de Dios, he aquí la Sabiduría Eterna, que ha juntado en sí toda la dulzura de Dios y del hombre, del cielo y de la tierra.
Y el mismo nombre de Jesús que le distingue ¿qué otra cosa indica sino caridad ardiente, amor infinito, dulzura encantadora? Jesús, Salvador, cuyo es amar y salvar al hombre. ¡Oh!, ¡qué nombre tan dulce al oído y al corazón de un predestinado! Miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón.” (San Bernardo.)


P. II. Tenía el amabilísimo Salvador tan dulce y bondadoso semblante, que encantaba los ojos y los corazones de los que le veían...
A todos ganaba con la dulzura de sus palabras... Todos cuantos le escuchaban sin envidia estaban tan encantados con las palabras de vida que salían de sus labios, que exclamaban: “Jamás hombre alguno ha hablado como éste”. Muchos millares de pobres gentes dejaban sus casas y familias para ir a escucharle a los desiertos, pasando varios días sin beber ni comer, saciados tan sólo con la dulzura de sus palabras. Con ellas, a modo de cebo, atrajo a sus Apóstoles a seguirle, curó a los enfermos más incurables y consoló a los más afligidos. Con sólo decir “María” colmó a la Magdalena de gozo y de dulzura.
Dulce fue, finalmente, en sus acciones y en todo el proceder de su vida. Los pobres y los pequeños le seguían a todas partes como a uno de ellos: hallaban en este nuestro querido Salvador tanta sencillez y benignidad, tanta caridad y condescendencia, que por acercarse a Él se apretaban... Dejad que los niños se acerquen a Mí (decía a sus Apóstoles), y cuando tuvo junto a sí a los niños, les abrazó y bendijo. Los pobres que le veían pobremente vestido y sencillo en todos su modales, no se hallaban sin su compañía, y en todas partes le defendían contra los ricos y orgullosos, que le calumniaban y perseguían. Y ¿quién podrá explicar su dulzura con los pobres pecadores? Con la Magdalena, la Samaritana, la mujer adúltera... ¡Con qué caridad iba a comer en casa de los pecadores para ganarlos! Sus mismos enemigos ¿no tomaron ocasión de su misma dulzura para perseguirle, diciendo que por su suavidad se hacía trasgresor de la ley de Moisés, y llamándole como por injuria el amigo de los publicanos y pecadores? ¡Con qué bondad sobre todo y con qué humildad no trató de ganar a Judas cuando le quería vender, lavándole los pies y llamándole su amigo! ¡Con qué caridad, en fin, pidió perdón al Eterno Padre por sus verdugos, excusándoles por su ignorancia!
“Oh cuán hermoso, dulce y caritativo es Jesús, la Sabiduría Encarnada. ¡Hermoso en su eternidad, porque es el resplandor de su Padre, el espejo sin mancha y la imagen de su bondad, más hermoso que el sol y más brillante que la misma luz; hermoso en el tiempo, pues ha sido formado por el Espíritu Santo puro y sin mancha alguna, y ha encantado durante su vida los ojos y los corazones de los hombres, y es al presente la gloria de los ángeles, y es tan tierno y dulce especialmente con los pobres pecadores, que ha querido venir al mundo visiblemente a buscarles, y ahora les busca invisiblemente todos los días!”
¡Oh dulcísima Madre, muéstranos a Jesús, fruto bendito y dulcísimo que de ti se ha formado!