DIA QUINTO
Consideración
MARÍA, MODELO DE OBEDIENCIA
La obediencia es una virtud por la cual Sacrificamos nuestra propia voluntad. La Sagrada Escritura dice que es mejor la obediencia que el sacrificio. Y e n ve rd a d p o r l a s v í c t i m a s propiciatorias se sacrifica la carne ajena y con la Obediencia, nuestra voluntad siempre rebelde. A mayor santidad, más Obediencia. Por eso María Santísima, ante la salutación del Ángel, al Conocer la voluntad de Dios, exclamó confusa y rendida: -Hágase en mí según tu palabra. (Lucas,1, 38).
Con el espíritu de Obediencia que infundió en los niños de Fátima, ¿qué pretendió la Santísima Virgen sino adoctrinarnos a todos en esta importantísima virtud? Gracias a la fidelidad en guardar los secretos que Ella les confiara, el Milagro de Fátima se desarrolló según el modo providencial que había previsto Nuestro Señor. Cuando tengamos que Obedecer, entendamos que lo hacemos al mismo Dios, y el recuerdo de que Jesús y Su Santísima Madre se sometieron gustosos a los designios del Eterno Padre y a los mandatos de los hombres, suavizará las asperezas que encontremos en el camino de la obediencia. Dejó escrito San Felipe Neri, que ningún verdadero Obediente se ha condenado.
Esforcémonos, pues, en Obedecer a las insinuaciones del Santo Padre y de los Obispos, de nuestro director espiritual, de nuestros mayores y de nuestra propia conciencia.
Lección Histórica
La cuarta Aparición
Las apariciones anteriores habían provocado una violenta campaña en la prensa impía y liberal. Dios se sirvió de ellas para que Fátima se diera a conocer más y más. Serían como dieciocho mil las personas congregadas en aquel lugar privilegiado el día 13 de agosto. Mientras los ansiosos esperaban, los tres niños sufrían un verdadero martirio en la cárcel, adonde los había llevado caprichosamente el alcalde anticlerical de Vila Nova de Ourem. Al tercer día los puso en libertad. Pensaban los niños que no verían a la Señora hasta el mes siguiente. Pero se les apareció, cuando menos lo sospechaban, el día 19 de agosto, en Valinhos, donde cuidaban las ovejas. Los exhortó a rezar el Rosario y a volver a Cova de Iría en los dos meses siguientes.
Y les añadió:
—Rogad. Rogad mucho y haced sacrificios por los pecadores. Mirad que muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y ruegue por ellas.
La visión duró como de costumbre y disfrutaron de ella tan sólo los tres confidentes.
Reflexión
El Cardenal James Gibbons, Arzobispo de Baltimore entre 1877 y 1921, explicó a sus fieles, por qué los católicos honran con gozo a María como la Madre de Dios:
“Cuando llamamos a la Santísima Virgen la Madre de Dios, afirmamos nuestra fe en dos verdades: primero, que su Hijo, Jesucristo, es verdadero hombre, o ella no sería madre.
En segundo lugar, que Él es verdadero Dios, o ella no sería la Madre de Dios. En otras palabras, afirmamos que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, la Palabra de Dios, que en su naturaleza divina fue engendrado por el Padre desde toda la eternidad, es consustancial con Él. En la plenitud de los tiempos, fue nuevamente engendrado y nació de la Virgen, asumiendo así, desde el seno de María, una naturaleza humana de la misma sustancia que la de Ella.
Pero podría argumentarse que la Bienaventurada Virgen, no es Madre de la Divinidad. Ella no tuvo ni hubiera podido tener participación en la generación de la Palabra de Dios, ya que esa generación es eterna; la maternidad de María se limita a lo temporal; Él es el Creador, Ella es su creatura. Se la podría figurar, si se quiere, como la Madre del hombre Jesús o incluso de la naturaleza humana del Hijo de Dios, pero no como la Madre de Dios.
A esta objeción responderé mediante una pregunta. ¿Tuvo la madre de cada uno de nosotros alguna participación en la producción de nuestra alma? ¿No es esa parte más noble de nuestro ser, la obra de Dios y sólo Dios? Y sin embargo, ¿alguien osaría llamar por un segundo a su madre “la madre de mi cuerpo” en lugar de “mi madre”?
La comparación nos enseña que los términos de padre e hijo, madre e hijo se refieren a las personas y no a las partes o elementos que constituyen a las personas. Nadie se refiere a su madre como “la madre de mi cuerpo” o “la madre de mi alma”; sino, y con toda propiedad, “mi madre”, la madre de este ser que vive y respira, piensa y actúa, único en mi personalidad y sin embargo, una unidad de un alma creada directamente por Dios y un cuerpo material que deriva directamente del vientre materno. De igual manera, tanto cuanto se refleja el sublime misterio de la Encarnación en el orden natural, la Santísima Virgen, cubierta bajo la sombra del Altísimo, al comunicar a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad una verdadera naturaleza humana de la misma sustancia que la suya propia, como hace toda madre, se constituyó verdadera y realmente en Su Madre.
Es en este sentido, que el título de Madre de Dios negado por Nestorio, le fue reivindicado por el Concilio General de Éfeso en el año 431; en este sentido y en ningún otro es que la Iglesia le ha otorgado ese título.
Oración
Dios, Padre nuestro Todopoderoso, al hacerse hombre, tu Hijo reveló la bondad y la santidad de la concepción, el embarazo y el nacimiento humano.
Con amor tierno de madre, la Virgen María concibió a tu Hijo eterno, lo llevó debajo de su corazón y lo dio a luz. Ninguna intervención Divina, en la historia humana, ilustra más acabadamente la grandeza y la dignidad de la mujer que la Encarnación. Que María ayude a todos a creer que el hombre que ella dio a luz, Jesucristo, es verdaderamente Tu Hijo Eterno hecho hombre. Que ayude a todos a apreciar la maravilla de la concepción, el embarazo y el parto. Que todas las mujeres de nuestra sociedad se acojan bajo el abrazo maternal de María. Ayúdalas a comprender que sus hijos son creados por Ti en el momento de la concepción y te pertenecen en esta vida y en la otra.
Padre, protege a todas las mujeres de los ataques a su fecundidad de madres. Guárdalas de quienes las atacan y violentan su dignidad mediante la promoción de la anticoncepción, la esterilización y el aborto.
Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
ORACION FINAL
¡Oh Dios!, cuyo Unigénito con Su vida, muerte y resurrección nos ha merecido el premio de la eterna salvación: Te suplicamos nos concedas que, meditando los misterios del Rosario de la Santísima Virgen María, imitemos los ejemplos que contienen y consigamos los bienes que prometen. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
JACULATORIA
¡Dulce Corazón de María, sed la salvación mía!
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