18_05_09

NOVENA NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA, Día 7



DIA SEPTIMO 

Consideración

PACIENCIA DE MARÍA

Para ponderar debidamente la paciencia del Corazón de María, debíamos conocer Sus sufrimientos, los cuales, según San Bernardino de Sena, fueron tan grandes, que si se distribuyeran entre todos los cristianos susceptibles de dolor, bastarían ellos solos para que todos muriesen en un instante... No solamente fueron internos sus dolores, sino también físicos y externos, sufriendo en su cuerpo, como enseñan algunos teólogos, los tormentos de la pasión de su divino Hijo. Y todo ello con una invicta paciencia, de tal modo, que la del Santo Job palidece junto a la de María.
Verdaderamente es Virgen Dolorosísima y Reina de los Mártires, como la proclama la Santa Iglesia.
¡Cuán lejos estamos los cristianos de imitar su Corazón pacientísimo! Vivimos en una época en que no se busca sino la comodidad y la satisfacción de los sentidos y se rehúye todo lo que sabe a penitencia y mortificación... Por eso el mensaje de Fátima viene a recordarnos la necesidad de la paciencia y resignación cristiana, la necesidad de la penitencia: 
“Aceptad y soportad con sumisión los sufrimientos que Él quiera mandaros”.
«Ofreced continuamente al Señor oraciones en reparación de los pecados. Aceptemos con sumisión y gratitud estos avisos del Cielo. Soportemos con serenidad las cruces y contratiempos que nos provengan, bien del cumplimento de nuestros deberes y de la Ley de Dios, bien de nuestra misma familia y de nuestros prójimos. 
Sobrellevémoslo con resignación, reparando de este modo nuestros pecados y las ofensas que se cometen contra el Inmaculado Corazón de María.



Lección Histórica

SEXTA APARICIÓN

Llegó el 13 de octubre a las doce, llovía torrencialmente. La Visión se mostró a los niños y Lucia preguntó de nuevo:
  • ¿Quién sois vos y qué queréis de mí? 
     —Yo soy Vuestra Señora del Rosario. Vengo a exhortar a los fieles a que cambien de vida y no aflijan más con el pecado a Nuestro Señor, que está ya demasiado ofendido; que recen el Rosario y hagan penitencia por sus pecados.

 Al despedirse la Virgen, abrió las manos y con un gesto señaló el sol. Entonces los niños y todos los circunstantes vieron que cesó la lluvia y apreció el astro del día como un disco de plata. 
De pronto, comienza a girar sobre sí mismo, cual una rueda de fuego, tomando sucesivamente color amarillo, rojo, azul, morado, y esto por tres veces, reanudando Su marcha con movimiento cada vez más variado, más brillante, más fantástico que todos los fuegos de artificio conocidos.

De repente, todos creen que el sol se destaca del firmamento y se precipita sobre ellos. Un grito unánime, inmenso, doloroso, brota de todos los pechos: ¡Milagro! ¡Misericordia! Creo en Dios.
Este espectáculo duró más de diez minutos y fue atestiguado por unas setenta mil personas. Mientras se realizaba este fenómeno, vieron los tres niños, muy cerca del sol, a la Sagrada Familia. Después al Niño Jesús en actitud de bendecir al pueblo, y sucesivamente, a la Virgen Dolorosa y a la Virgen del Carmen.


Reflexión

De pie junto a su hijo crucificado, María sufrió en su Corazón todo lo que padeció Él. Fue enorme el sacrificio que Dios le pidió a María en el Calvario. Le pidió que creyera, a pesar de que no había ninguna razón humana para creer lo que le había anunciado, a través del Ángel Gabriel treinta años antes: “Él será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios, le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lucas1:32-33). 
Dios le pidió a María que consintiera el sacrificio de Cristo ofreciendo a Jesús al Padre en un acto de adoración, y que uniera sus propios sufrimientos a los de Cristo por nuestra salvación.  Los Padres del Concilio Vaticano II, describieron maravillosamente la obra de María en el Calvario: María cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia (Lumen Gentium, 61).
 Para revelar que, al Pie de la Cruz, María estaba en pleno parto, dando a luz a la Iglesia, Jesús dijo: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Y al discípulo que amaba, que representa a cada uno de nosotros: Ahí tienes a tu madre.  
El antiguo autor cristiano Orígenes de Alejandría, escribió lo siguiente: “Pues si María, como declaran quienes con solidez argumental la exaltan, no tuvo otro hijo que Jesús, y sin embargo Jesús dice a su madre “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y no “Ahí tienes a este otro hijo”, lo que dice Jesús es prácticamente “Ahí tienes a Jesús, a quien diste a luz”. Si es cierto que todo el que es perfecto ya no vive en sí mismo, sino que es Cristo quien vive en él, entonces si Cristo vive en él, lo que se le dice a María es “Ahí tienes a tu hijo Cristo” (Orígenes, Comentario al Evangelio de Juan, Libro 1, cap. 6).
San Juan agrega enseguida que desde aquella hora, el discípulo la acogió en su casa. Los estudiosos de las Escrituras, señalan que el texto podría traducirse literalmente como desde aquella hora el discípulo la acogió como propia. Cristo quiere que todos sus discípulos amados establezcan una relación hijo-madre con Su Madre, la primera y más perfecta de sus discípulos. El discípulo la recibe en su intimidad y le pide que le enseñe los caminos de Cristo. San Juan Pablo II, comprendía la Consagración a Jesús a través de María a partir de este versículo de la Escritura: “El discípulo la acogió como propia”. San Luis María de Montfort y San Maximiliano Kolbe le habían enseñado la importancia de la Consagración Total a Jesús a través de María. Estos tres sacerdotes santos también nos ayudarán a nosotros a entregar todo a Jesús por medio de María. Es tan importante en estos tiempos de peligro hacer un Acto de Consagración Total a Jesús a través de la Santísima Virgen. Mediante este acto en el que el cristiano se ofrece a sí mismo, se entrega todo a Cristo por medio de María: el cuerpo, el alma, las posesiones materiales y las ocupaciones, así como todo don espiritual. Por medio de la Consagración, el cristiano se hace libremente siervo y esclavo de María para pertenecer completamente a Jesús. 
A diferencia de la esclavitud del pecado, esta esclavitud elegida libremente es la única atadura que nos da verdadera libertad y paz. Entregando todo a Cristo por medio de María, el cristiano confía en que el Espíritu Santo lo utilizará para aplastar la cabeza de Satanás (Gen 3:15) y preparar el Reino de Jesucristo.





Oración

Para mejor comprender la Consagración, recemos la oración escrita por San Maxilimiano Kolbe:

“Oh Inmaculada, reina del cielo y de la tierra, refugio de los pecadores y Madre nuestra amorosísima, a quien Dios confió la economía de la Misericordia. 
Yo, (su nombre), pecador indigno, me postro ante ti, suplicando que aceptes todo mi ser como cosa y posesión tuya.
A ti, Oh Madre, ofrezco todas las dificultades de mi alma y mi cuerpo, toda la vida, muerte y eternidad. Dispón también, si lo deseas, de todo mi ser, sin ninguna reserva, para cumplir lo que de ti ha sido dicho: “Ella te aplastará la cabeza” (Gen 3:15), y también: “Tú has derrotado todas las herejías en el mundo”. Haz que en tus manos purísimas y misericordiosas, me convierta en instrumento útil para introducir y aumentar tu gloria en tantas almas tibias e indiferentes, y de este modo, aumento en cuanto sea posible el bienaventurado Reino del Sagrado Corazón de Jesús. Donde tú entras, Oh Inmaculada, obtienes la gracia de la conversión y la santificación, ya que toda gracia que fluye del Corazón de Jesús para nosotros, nos llega a través de tus manos.

V. Ayúdame a alabarte, Oh Virgen Santa

R. y dame fuerza contra tus enemigos. Amén. 



ORACION FINAL

¡Oh Dios!, cuyo Unigénito con Su vida, muerte y resurrección nos ha merecido el premio de la eterna salvación: Te suplicamos nos concedas que, meditando los misterios del Rosario de la Santísima Virgen María, imitemos los ejemplos que contienen y consigamos los bienes que prometen. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén.


JACULATORIA

                      ¡Dulce Corazón de María, sed la salvación mía!






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