18_05_10

NOVENA NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA, Día 8



DIA OCTAVO 


Consideración

MARÍA Y LA EUCARISTÍA

La unión más íntima, real y perfecta con Nuestro Señor Jesucristo en este mundo, la realizamos los cristianos por medio de la Sagrada Comunión. Las almas fervorosas, las enamoradas de Jesús, no pueden vivir sin la recepción frecuente de este Pan y Vino Eucarísticos que hace fuertes y engendra vírgenes_ De ahí que los santos comulgarán siempre que les fuera posible. ¡Con cuánta mayor frecuencia y con qué intensidad de amor lo haría María Santísima! En premio de este su amor eucarístico según afirma la Venerable Madre Sor María de Jesús de Agreda— fue la Santísima Virgen Sagrario Viviente, porque en su pecho se conservaban incorruptas las especies sacramentales desde una comunión a otra. De ésta manera vivió siempre unida íntimamente con su Señor y divino Hijo Jesucristo.

Nota peculiar de Fátima es la Eucaristía.


Las apariciones de la Madre de Dios fueron precedidas por las del Santo Ángel, que dio de comulgar a los felices niños las especies sacramentales. Allí pidió el Inmaculado Corazón de María la Comunión reparadora en los primeros sábados de mes, allí tiene lugar muy destacado la procesión y la bendición con el Santísimo Sacramento a los enfermos. 

Con lo cual, se nos enseña que la devoción a María supone primordialmente la devoción al Santísimo Sacramento. Las almas marianas han de ser también, y sobre todo, almas eucarísticas. Unámonos muchas veces en comunión espiritual con Jesús-Hostia, frecuentemos las visitas al Sagrario y participemos de la Adoración Perpetua o Adoración Nocturna y preparémonos con particular esmero para recibirlo sacramentalmente, pidiendo a nuestra amorosísima Madre que purifique y limpie nuestros corazones de la escoria de los vicios, para que sean dignas moradas de Jesús y permanezcan siempre en nosotros los efectos de la Sagrada Comunión.



Lección Histórica

SEXTA APARICIÓN

PRIMEROS SABADOS DE MES

La Santísima Virgen, había pedido en Fátima, en la tercera aparición, la Comunión reparadora de los primeros sábados de mes. Concretando más su deseo, en 1925, se volvió a aparecer a Lucia, en religión, Sor María del Corazón Inmaculado, en la Orden del Carmen, y le dijo:

—Mira, hija mía, mi Corazón, todo punzado de espinas, que los hombres en todo momento le clavan con sus blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarme, y haz saber que yo prometo asistir en la hora de la muerte, con las gracias necesarias para la salvación eterna, a todos aquellos que en los primeros sábados de cinco meses consecutivos confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen la tercera parte de  Rosario y me hagan compañía durante un cuarto de hora, meditando en los quince misterios del Santo Rosario, con Intención de darme reparación.

Esta es la que se llama la Gran Promesa del Corazón de María. Para merecerla, hay que observar las condiciones que se dignó poner la misma Virgen Inmaculada. 
Son éstas:

1. Confesión, la cual puede hacerse durante los ocho días que preceden o siguen al primer sábado, con tal que la Sagrada Comunión se haga en estado de gracia.

2. Comunión sacramental en reparación de los pecados cometidos contra el Señor y de las blasfemias e ingratitudes con que se ofende al Inmaculado Corazón de María.

3. Rezar la tercera parte del Rosario, es decir, cinco decenas en un mismo día.

4. Meditar durante un cuarto de hora, en ayuno uno o varios de los misterios del Rosario, haciendo compañía a la Santísima Virgen.

Tiene esta promesa gran semejanza con la del Sagrado Corazón de Jesús a los que comulgan los nueve primeros viernes de mes consecutivos.

Practiquémosla muchas veces durante la vida para hacernos así acreedores a este regaladísimo favor de nuestra Madre del Cielo.


Reflexión

El sábado es el día de María. Aparentemente, ésta costumbre se origina en la sensación que tenían los cristianos de que sólo María creía firmemente en la resurrección de Cristo de entre los muertos después de que el cuerpo de Jesús fuera colocado en la tumba el sábado santo. Todos los demás discípulos estaban consternados, y con suerte, confundidos por la promesa de Jesús de que resucitaría de entre los muertos. Sólo María permaneció fiel en su fe. Es precisamente esa fe, la que la Iglesia honra todos los sábados del año.

San Juan Pablo II, explicaba en su mensaje durante una Audiencia General, que María fue probablemente la primera de los discípulos en ver y abrazar al Señor resucitado:

“Más aún, es legítimo pensar que verosímilmente Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16, 1; Mt 28, 1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que Ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la resurrección, por voluntad de Jesús, fu ero n las mujeres, las c u a l e s permanecieron fieles al pie de la cruz, y por tanto, más firmes en la fe. 
En efecto, a una de ellas, María Magdalena, el Resucitado le encomienda el mensaje que debía transmitir a los Apóstoles (cf. Jn 20, 17-18). Tal vez, también éste dato permite pensar que Jesús se apareció primero a su Madre, pues ella, fue la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe.
Por último, el carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la Cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la Resurrección” (21 de mayo de 1997).
Las Escrituras nos refieren que luego de que Cristo ascendiera a los cielos, María permaneció con los Apóstoles en espera de la venida del Espíritu Santo (Hechos 1:14). Ella se encontraba con los Doce en Pentecostés, y con ellos, recibió el Espíritu Santo. 
Los Doce recibieron el Espíritu para su tarea de predicar el Evangelio y bautizar a la gente de todas las naciones. María recibió el Espíritu Santo para su misión de madre de los discípulos de Cristo. Hasta el fin del mundo, María, Madre de la Iglesia, ayudará a sus hijos a vivir según la fe, a difundir la fe y trabajar incansablemente por la conversión de todos los hombres a Cristo.

En su obra maestra, el Tratado de la verdadera devoción a María, San Luis de Montfort explica que María, asunta al Cielo, comparte la fe con sus hijos en la tierra:

“La Santísima Virgen te hará partícipe de su fe. La cual fue mayor que la de todos los patriarcas, profetas, apóstoles y todos los demás santos. Ahora que reina en los cielos, no tiene ya esa fe, porque ve claramente todas las cosas en Dios por la luz de la gloria. Sin embargo, con el consentimiento del Señor, no la ha perdido al entrar en la gloria: la conserva para comunicarla a sus fieles en la Iglesia peregrina. Por lo mismo, cuanto más te granjees la benevolencia de esta augusta Princesa y Virgen, tanto más reciamente se cimentará toda tu vida en la fe verdadera” (nº 214).
Los católicos de hoy en día necesitamos que María nos fortalezca; para mantenernos firmes en la lucha, para proteger la   vida humana desde la concepción hasta la muerte natural y para preservar la libertad y la educación religiosa que ella, elegida por Dios para aplastar la cabeza de la serpiente (Gen 3:15), consiga la renovación de la fe y el celo apostólico en nuestra tierra a través de la obra de los católicos entregados al Evangelio.

Oración

Señor, concédenos a cuantos servimos bajo el estandarte de María, la plenitud de fe en Ti y confianza en Ella, a las que se ha concedido la conquista del mundo. Concédenos una fe viva, que, animada por la caridad, nos habilite para hacer todas nuestras acciones por puro amor a Ti, y a verte y servirte en nuestro prójimo; una fe firme e inconmovible como una roca, por la cual estemos tranquilos y seguros en las cruces, afanes y desengaños de la vida; una fe valerosa, que nos inspire comenzar y llevar a cabo sin vacilación, grandes empresas por tu Gloria y por la salvación de las almas; una fe que sea la Columna de Fuego que nos guíe, que hasta el fin nos lleve unidos, que encienda en todas partes el fuego de tu amor, que ilumine a aquellos que están en oscuridad y sombra de muerte, que inflame a los tibios, que resucite a los muertos por el pecado; y que guíe nuestros pasos por el Camino de la Paz, para que, terminada la lucha de la vida, todos los hijos de María se reúnan sin pérdida alguna en el reino de tu amor y gloria. Amén.
(Adaptación del Tessera de la Legión de María.) 



ORACION FINAL

¡Oh Dios!, cuyo Unigénito con Su vida, muerte y resurrección nos ha merecido el premio de la eterna salvación: Te suplicamos nos concedas que, meditando los misterios del Rosario de la Santísima Virgen María, imitemos los ejemplos que contienen y consigamos los bienes que prometen. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén.


JACULATORIA

¡Dulce Corazón de María, sed la salvación mía!











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