16_12_20

Penas interiores





DÍA 8

Infierno. – Penas interiores

Composición de lugar. “Ver con la vista de la imaginación la longura, anchura y profundidad del Infierno”.
Y verme a mí mismo resbalando hacia él y la Virgen Santísima dándome la mano para que no caiga.

Petición. “Interno sentimiento de la pena que padecen los dañados, para que, si del amor del Señor eterno me olvidare por mis faltas, a lo menos el temor me ayude para no venir en pecado.”

Punto I. Recordemos brevemente los tormentos que considerábamos en la meditación anterior y reflexionemos lo que todos ellos juntos irritarán la sensibilidad del infeliz condenado, teniendo en cuenta los efectos que en este mundo producen en las almas enfermedades y tormentos, que no son ni sombra de los de allá. ¿Qué efecto hará todo esto en la imaginación del condenado? Tal es la fuerza de esta facultad, que muchas veces duplica las enfermedades y llega hasta producir la muerte. ¿Qué hará en el infierno esta “loca de la casa”, ya no exaltada por vanas aprensiones, sino por la terrible y desesperante realidad? ¿Qué hará todo el ejército de las pasiones, revuelto y desenfrenado, si aun en este mundo desgarra muchas veces el alma con desesperaciones y odios infernales?
La memoria del prófugo esclavo de María recordará los días apacibles que en el mundo pasó bajo la mirada de amor de tan dulce Señora, la ingratitud con que abandonó su devoción, las personas conocidas suyas que, por haber sido fieles a Ella, gozan de su presencia en el cielo. Discurrirá su entendimiento sobre la facilidad con que pudo salvarse, y la irremediable desgracia en que se ve; la voluntad estallará en odio salvaje contra la más amable de las criaturas, querrá, como perro rabioso, despedazar con sus dientes el rosario y el escapulario, que eran en otro tiempo su consuelo y su esperanza, y su lengua vomitará las más impuras blasfemias contra la Reina de los Ángeles. ¡Madre mía!, y ¿será posible que algún día llegue a blasfemar de ti un hijo que tanto te quiere?

P. II. La más terrible de las penas es la de daño. Acá no acertamos a entenderla; pero a los corazones nobles y delicados les puede dar de ella alguna idea aquella eterna despedida que da el condenado, en el día del Juicio, a todos los que en algún tiempo amaba, semejante a un pobre náufrago que tiende sus brazos hacia la playa de donde una ola le arrebata para siempre. Pero el dolor de apartarse de todas las criaturas no valdrá entonces nada comparado con el sentimiento de apartarse de Dios. Hay que entender la fuerza que tiene la voluntad humana cuando concentra todas sus energías en un solo objeto, al que no puede unirse nunca. ¡Cuántos crímenes cometen los hombres arrebatados por una pasión que no pueden satisfacer! Pues si las prendas de una criatura pueden de tal manera arrebatar el corazón, que le arrastren a la desesperación extrema, cuando con ella no puede unirse, ¿qué será la infinita hermosura y perfección de Dios cuando el entendimiento la conozca, libre de los obstáculos que en esta vida le entenebrecen?
¡Oh Hermosura infinita y Amor de los Amores! Quiero ser siempre esclavo de María, para que Ella no me deje nunca apartarme de ti.


P. III. Triste experiencia nos ha enseñado que puede apartarse de Dios un alma que por algún tiempo la amó; y que si en ella no ha echado hondas raíces la devoción a Nuestra Señora puede también perderla y perder con ella la última tabla de salvación en el naufragio. San Ignacio enseña que “del amor del Señor Eterno me puedo olvidar por mis faltas”. Las faltas plenamente deliberadas me arrastrarán fácilmente por el resbaladero de la tibieza al abismo del pecado.

 Pues para no resbalar necesito asirme bien del manto de Nuestra Señora. Repetiré, por tanto, mil y mil veces: “¡No me dejes, Madre mía!” Pero sobre todo procuraré no dejarla yo a Ella; seguir como fiel esclavo todas las inspiraciones con que me convide a alejarme del mundo para acercarme a Ella.