16_12_20

La muerte de los esclavos





DÍA 4

La muerte de los esclavos del mundo y la muerte de los esclavos de María


Composición de Lugar. Verme a mí mismo en el lecho de muerte, momentos antes de expirar, besando por última vez el rosario o el escapulario.

Petición. Que se despegue mi alma de todas las aficiones de la tierra y sienta cuán bien le está dejarlas todas para entregarse a María Santísima.

Punto I. Es cierto que hemos de morir, como nos lo dicen todos los que delante de nosotros van cayendo, como caen las hojas de los árboles en otoño. Lo que no sabemos es cuándo llegará la hora en que este viento de la muerte nos arrebate.
¡Terrible pensamiento es éste para quien en las cosas del mundo tiene puesta su afición! Recordemos aquella parábola del Evangelio (Lc 12,20).
“El campo de un hombre rico dio abundante fruto. Y pensaba él entre sí diciendo: ¿Qué haré que no tengo dónde juntar mis frutos? Destruiré mis paneras y las haré mayores; y allí reuniré todo lo que ha nacido para mí y mis bienes. Y diré a mi alma: alma, ya tienes bienes para muchos años: descansa, come, bebe, banquetea. Pero Dios le dijo: necio, esta noche te arrancarán el alma. Lo que allegaste ¿de quién será...? Así acaece a quien atesora para sí y no es rico delante de Dios.”
Y no menos al que está apegado a las honras y a los amores del mundo. Y no sólo para el pecador, que anda encenagado en sucios deleites, sino aun para el cristiano honrado y piadoso, pero excesivamente aficionado a las comodidades y placeres lícitos y aun a los santos amores de su hogar; porque, como dice San Gregorio, “no se deja sin dolor lo que con amor se posee”. “Espantoso es este pensamiento (dice el P. Grou) para todos los que sirven a Dios  por espíritu de interés, que cuidan de su salvación sólo por lo que les importa a ellos, que piensan más en la justicia de Dios que en su misericordia.” En general, es aflictivo para cualquiera que no esté completamente desatado de todas las cosas de la tierra con la práctica de un continuo morir a sí mismo.
Y más aún que por este apartamiento de todas las cosas amadas, es la muerte muy terrible por la incertidumbre de la suerte que tras ella nos espera. ¡Oh!, si como hay seguros contra incendios y naufragios hubiera verdaderos seguros del alma para después de la muerte, que de tal modo pudieran asegurarnos que nos quitaran todo temor, ¡con qué ansia debiéramos asirnos de ellos por mucho dinero que hubiera que pagar!

P. II. Pues hay un verdadero seguro del alma contra la muerte, y es la Santa Esclavitud de María.
La Santa Esclavitud, bien entendida, es un continuo morir a sí mismo. El esclavo de María no tiene que apartarse al morir de los bienes de la tierra, porque ya mucho antes ha renunciado a todos y los ha dejado en manos de su Señora. Lejos de él han de estar todas las aficiones pecaminosas; y las aficiones lícitas, dominadas por el amor de su Reina, ante el cual desaparecen todos los cariños terrenos. La muerte no es otra cosa para él que un pasaporte para entrar libremente en el palacio y en el reino de la Señora a quien ha entregado su corazón y en cuyas manos ha puesto todo su tesoro. ¿Cómo temer la muerte el siervo de María? Al contrario, ¿cómo no desearla?
Pero ¿y aquel “después”, que aun a los santos tanto aterra al acercarse la última hora?

P. III. El esclavo de María no tiene por qué temerlo. Está en manos de su Señora, lo mismo que un niño en las de su madre. Y una madre, y tal madre, ¿le dejará caer de sus brazos por impotencia o por desamor? Nadie deja que se pierda una cosa que es propiedad suya, aunque sea un vil animalejo, y ¿va a dejar Nuestra Señora que se pierda un alma, redimida con la sangre de su Hijo, cuando se ha entrado por sus puertas, declarando ser toda propiedad suya?
La devoción a Nuestra Señora es señal de predestinación más o menos probable, según su grado, moralmente cierta a lo menos en su grado sumo, que es la perfecta consagración o esclavitud. ¿De quién sino del verdadero esclavo de María se han de entender las autoridades de los Santos Padres y de los Doctores, que acerca de este punto son tan claras? Si es prenda de salvación llevar el cuerpo vestido con la librea de María, ¿qué será tener el alma vestida de María y compenetrada de María, como deben tenerla sus esclavos? Si tanto vale consagrarla algunos momentos del día rezándola algunas oraciones, ¿qué será consagrarla todo el tiempo y vivir habitualmente en su compañía? “Servir a María, dice Pelbarto, citado y aprobado por San Ligorio, es la Señal más cierta de que se llegará a la eterna salvación.”
Confiemos, pues, en Nuestra Señora.


“Esta es la devoción con que se ponen en seguro las gracias, méritos y virtudes,  haciendo depositaria de ellas a María y diciéndola: Toma, querida dueña mía: he aquí lo que con la gracia de tu querido Hijo he hecho de bueno; por mi debilidad e inconstancia, por el gran número y malicia de los enemigos, que día y noche me acometen, no soy capaz de guardarlo. ¡Ay que todos los días estamos viendo caer en el lodo los cedros del Líbano, y venir a parar en aves nocturnas las águilas, que se levantan hasta el sol! Así mil justos caen a mi izquierda y a mi diestra diez mil; pero tú, mi poderosa y más que poderosa Princesa, tenme que no caiga; guarda todos mis bienes que no me los roben; te confío en depósito todos mis bienes. Depositum custodi; scio cui credidi. Bien sé quién eres; por eso me fío por completo de ti. Tú eres fiel a Dios y a los hombres y no permitirás que perezca nada de cuanto a ti se confía; eres poderosa y nadie podrá dañarte, ni arrebatarte de entre las manos lo que tienes.” (Secreto de María.)