19_01_09

El Tratado de San Luis María Grignion de Montfort



Para aplicar todos estos principios y seguir todas estas directivas, parece que no podemos hacer nada mejor que ponernos a la escuela de San Luis María de Montfort. Los mejores teólogos de nuestra época consideran que su libro es incomparable. Lo que en él nos presenta no es, en sus grandes líneas, una devoción particular, destinada a tal congregación o a tal grupo de almas especialmente orientadas. Si se la mira de cerca, se echará de ver que se trata de la buena devoción mariana tradicional, católica, pero llevada a su más elevada perfección con toda la lógica del espíritu y del corazón. Por lo demás, es indudable que todos los elementos de su doctrina mariana se encuentran explícitamente en la Tradición. Pero en ninguna parte, que sepamos, encontraremos agrupados, coordinados y sistematizados todos estos elementos teóricos y prácticos, como en este gran maestro de la vida mariana, de manera que la práctica de la vida mariana resulte considerablemente más clara y fácil.
            Parece también que esta doctrina responde a todas las exigencias que hemos formulado. De este modo el pensamiento y el culto de María se introducen en el corazón mismo de la vida cristiana, que por este solo motivo queda «marializada» totalmente y de más de una manera. Encontramos aquí a la vez la multiplicidad y la unidad, lo interior como elemento principal, sin excluir las mejores prácticas exteriores.
            Por lo demás, hacemos notar que para exponer la vida mariana así comprendida, no apelamos solamente a San Luis María de Mont­fort y a sus comentadores, ni tampoco solamente a los grandes devotos y glorificadores de María, tales como San Bernardo, San Juan Eudes, San Alfonso, y otros. Sino que apelamos además a la autoridad de numerosísimos príncipes de la Iglesia y obispos, en nuestro país especialmente a la autoridad del Cardenal Mercier, de ilustre memoria, y de su digno sucesor, Su Excelencia el Cardenal Van Roey. Apelaremos igualmente, en una cierta medida que será más tarde escrupulosamente determinada, al mismo Sumo Pontífice Pío XII, que oficialmente, en su encíclica Auspicia quædam, recomendó a todos la consagración mariana, y que definió también, en alocuciones particulares, la naturaleza y las cualidades de esta consagración. Nos encontramos, por lo tanto, en un terreno seguro y sólido.

J. Mª Hupperts S.M.M.

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