19_01_09

La Crisis, fruto de una predicación sin María




El Padre Faber, que junto a Monseñor Gay fue la figura más sobresaliente de la literatura espiritual del siglo XIX, lo constataba de manera penetrante. Después de recordar toda clase de miserias, deficiencias y debilidades en sus correligionarios, prosigue: «¿Cuál es, pues, el remedio que les falta? ¿Cuál es el remedio indicado por Dios mismo? Si nos referimos a las revelaciones de los santos, es un inmenso crecimiento de la devoción a la Santísima Virgen; pero, comprendámoslo bien, lo inmenso no tiene límites. Aquí, en Inglaterra, no se predica a María lo suficiente, ni la mitad de lo que fuera debido. La devoción que se le tiene es débil, raquítica y pobre… Su ignorancia de la teología le quita toda vida y toda dignidad; no es, como debería serlo, el carácter saliente de nuestra religión; no tiene fe en sí misma. Y por eso no se ama bastante a Jesús, ni se convierten los herejes, ni se exalta a la Iglesia; las almas que podrían ser santas se marchitan y se degeneran; no se frecuenta los sacramentos como es debido; no se evangeliza a las almas con entusiasmo y celo apostólicos; no se conoce a Jesús, porque se deja a María en el olvido… Esta sombra indigna y miserable, a la que nos atrevemos a dar el nombre de devoción a la Santísima Virgen, es la causa de todas estas miserias, de todas estas tinieblas, de todos estos males, de todas estas omisiones, de toda esta relajación… Dios quiere expresamente una devoción a su santa Madre muy distinta, mucho mayor, mucho más amplia, mucho más extensa» .
            Faber, es cierto, escribía para su país y para su tiempo. Nuestra época, incontestablemente, ha realizado progresos en este ámbito, y los católicos de todos los países no tienen que luchar con las mismas dificultades que los que viven en medio de una población con una mayoría protestante aplastante. Pero eso no quita que hay un fondo de verdad en esta queja: la falta de una devoción íntegramente adaptada al plan de Dios es causa de lagunas y de debilidad espiritual. Y no podemos menos que suscribir las aspiraciones del pastor anglicano convertido: «¡Oh, si tan sólo se conociera a María, ya no habría frialdad con Jesucristo! ¡Oh, si tan sólo se conociera a María, cuánto más admirable sería nuestra fe, y cuán diferentes serían nuestras comuniones! ¡Oh, si tan sólo se conociera a María, cuánto más felices, cuánto más santos, cuánto menos mundanos seríamos, y cuánto mejor nos convertiríamos en imágenes vivas de Nuestro Señor y Salvador, su amadísimo y divino Hijo!».

J. Mª Hupperts S.M.M.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.